miércoles, 14 de marzo de 2012

Manifestación eclesiástica


Por Robert Newport
02 enero 2008


C
onsidero poco edificante y bastante sospechoso que la jerarquía eclesiástica se lance a la calle para manifestarse en contra de unas leyes civiles, justas y necesarias. Que no obligan a nada, sino que, por el contrario, dan cobertura legal y protección a los ciudadanos -millones de católicos incluidos- que necesiten hacer uso de ellas. Digo poco ‘edificante’ porque, con su comportamiento,  sólo dan ejemplo de intolerancia y desprecio a los valores democráticos y a los derechos de los ciudadanos. Y digo ‘sospechoso’, porque el rechazo de los obispos hacia las medidas adoptadas por el Gobierno: matrimonios homosexuales, divorcio exprés, Educación para la Ciudadanía, aborto y reproducción asistida -demandadas por la sociedad en general y la familia en particular-, sospecho que forma parte de una estrategia para recuperar la credibilidad que han ido perdiendo en los últimos tiempos, sumiendo en la apatía y en la desconfianza a miles de católicos.  Pero si esa estrategia se fundamenta en atemorizar a la ciudadanía -costumbre ancestral de la Iglesia católica-, poco crédito van a conseguir. Me temo.

En esa manifestación ‘Por la familia cristiana’, celebrada el pasado día 30 de diciembre, se ha dicho que: “… la familia se siente acosada al promover el aborto y la anticoncepción, que las familias se rompen apenas formadas y que, con las leyes vigentes, se relativiza radicalmente la idea del matrimonio y se fomentan, desde las edades más tempranas, prácticas y estilos de vida opuestos al valor del amor indisoluble”. Personalmente, estoy de acuerdo en que la familia es una institución necesaria y saludable.  Pero ¡ojo!, cualquier tipo de familia o núcleo familiar basado no sólo en el amor, sino también en el respeto. Sin distinciones… Sin exclusivas… Sin etiquetas… Pero si este núcleo familiar se rompe, los únicos responsables son los miembros que lo componen.  Los motivos pueden ser diversos: inmadurez, intolerancia, incomprensión, falta de formación, falta de respeto, influencia familiar externa… Todo un abanico de motivos que pueden estar detrás de una ruptura familiar.  Pero no se puede responsabilizar, en modo alguno, ni a un Gobierno ni a sus legisladores, sino al comportamiento inadecuado de las personas.

Para terminar, sigo manteniendo la saludable necesidad de separar la Iglesia del Estado. La religión y la política han de  seguir caminos distintos, sin interferencias, lo que no quiere decir, sin embargo, que necesariamente tenga que haber desencuentros.  Al final todo volverá a la normalidad, y los obispos, el Gobierno, los partidos políticos, los legisladores y los ciudadanos -católicos y no católicos-, retornaremos al comportamiento de razonable tolerancia y soportable convivencia. O tal vez no.

(Publicado en la sección "Cartas al director" de "La Voz de Galicia", el 7 de enero de 2008)

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