Con el paso de los años, he llegado al convencimiento de que el empleo, al igual que la materia, no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y esa transformación lo convierte en trabajo precario, mal pagado, con jornadas interminables y horas extra que no se pagan.
Contratos de corta duración, algunos por horas, que aceptas como única alternativa. De lo contrario, te quedas en la calle. Y si intentas alzar la voz en demanda de tus derechos laborales, te señalan la puerta por la que puedes irte. Y olvídate ya de la renovación del contrato.
Decía Karl Marx que «el trabajo dignifica al hombre»; y yo, que ya tengo una edad, comparto esta máxima. Porque el trabajo te integra en la sociedad, mejora tu autoestima y proyecta una imagen positiva de ti mismo ante los demás. Y esto es incuestionable. Sin embargo, hoy el trabajo, cuya tónica es la temporalidad —amén de la dificultad para acceder al primer empleo—, ya no dignifica a nadie, y únicamente provoca inseguridad y, sobre todo, la frustración de los trabajadores.
Ayer, día Primero de Mayo —¡qué ironía!— se celebró en todos los rincones del país la Fiesta del Trabajo, pero los más de tres millones de desempleados que todavía hay en España, lamentablemente, no tuvieron nada que celebrar.
Publicado
en 'La Voz de
Galicia' (02.05.2018) y en ‘Faro de Vigo’ (07.05.2018), en la sección 'Cartas
al Director'