sábado, 1 de febrero de 2020

Instinto primitivo



Por Robert Newport
30 enero 2020

Ha empezado mal este nuevo año. En este momento, ya son seis las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas, en una escalada de violencia machista que no parece tener fin. En mis cavilaciones paranoico-metafísicas, llego al convencimiento de que, patologías aparte, esos comportamientos irracionales pueden tener su origen en el ambiente que nos rodea: el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos o los materiales y productos químicos que utilizamos en nuestro trabajo o en el hogar. También puede ser que no consigamos procesar adecuadamente la cascada de información que recibimos diariamente, y se colapsen nuestros circuitos cerebrales. O que, tal vez, desde la más tierna infancia ya apuntábamos maneras y comportamientos violentos —«cabroncetes» potenciales— que se desarrollaron con la edad.  

Algo tiene que ocurrir en nuestro cerebro para que emerja ese instinto primitivo: la agresividad, que subyace latente, contenida, amortiguada. Aunque, por alguna extraña razón que desconozco, es probable que se produzca una transitoria alteración genética que provoca ese comportamiento primario. En cualquier caso, todo lo expuesto es fruto de conjeturas personales —la ignorancia es muy atrevida—, carentes de fundamento científico.  


Publicado en ‘La Región’ (01.02.2020), en la sección ‘Cartas al Director’; y en ‘XLSemanal’ nº 1687 (23.02.2020), en la sección 'Cartas de los Lectores'

                                                                                    
Texto revisado (06.02.2020)