viernes, 22 de noviembre de 2013

El largo camino hacia un futuro soñado... (I)



Por Robert Newport

Echando la vista atrás -¡muy atrás!-, los que pertenecemos a la generación de la primera mitad del siglo XX -y no al período jurásico, como algunos pudieran pensar-, que también fuimos jóvenes una vez, recordamos cómo en los años 40, 50, 60 y 70, los avances tecnológicos fueron cambiando nuestra forma de vida, rindiéndonos a unas necesidades de las que ya no hemos podido sustraernos.

Fuimos testigos de excepción de acontecimientos tan extraordinarios como, por ejemplo, haber superado la barrera del sonido -que propició la construcción de los aviones supersónicos de pasajeros: Tupolev Tu-144, ruso; y Concorde, franco-británico-, la construcción y lanzamiento de cohetes espaciales o la llegada del hombre a la Luna. La llegada de la televisión, en blanco y negro, a nuestro país. También hemos visto cómo se sucedían los ingenios que, uno tras otro, hemos ido incorporando a nuestra vida cotidiana.

Muchos de aquellos ingenios tecnológicos forman parte de mis recuerdos y vivencias. Les invito a recorrer conmigo, en configuración alfabética, aquel largo camino hacia un futuro soñado... que se hizo realidad.  

AFEITADORA ELÉCTRICA
Después de varias décadas utilizando la maquinilla de hojas desechables, Palmera, Guillette, Better (más tarde, también, Filomatic) -además de la emblemática e insuperable navaja barbera, cuya eficacia es incuestionable-, aquellas primeras afeitadoras eléctricas, Remington, Braun y Philips, revolucionaron el afeitado. Al principio, como es lógico, nos mostramos algo reticentes. Y no sólo con la eficacia del rasurado, sino también porque su precio superaba nuestros precarios recursos. La modalidad de venta a plazos, qué duda cabe, facilitó la adquisición de aquella ‘maquinilla’ eléctrica que, tímidamente, fuimos incorporando a nuestro aseo diario. Recuerdo la ilusión con la que, con 17 años, pude comprar mi primera ‘Philishave’, bicolor. 

ASPIRADORA ELÉCTRICA
Antes de la llegada de la aspiradora, la limpieza doméstica (limpiar el polvo), eterna pesadilla del ama/amo de casa, se llevaba a cabo mediante la escoba de largas fibras vegetales, el plumero o la bayeta. Al barrer el suelo, el polvo se elevaba y quedaba en suspensión en el aire; luego, descendiendo lentamente, se iba depositando sobre los cuadros y muebles. A continuación, se ponía en marcha la ‘operación plumero’, que lo único que hacía era cambiar el polvo de sitio: de los cuadros a los muebles, y de estos, nuevamente, al suelo. Y así, en un ‘bucle’ sin fin. Recuerdo a mi abuela, quejándose: ‘Aún no hace ni media hora que acabé de limpiar, y vuelven a estar los muebles con motas de polvo’. Si, en lugar de limpiar los cuadros y muebles con el plumero, utilizara la bayeta, el polvo quedaría retenido en ella, evitando así que volviera a depositarse en otros muebles y en el suelo.

Con la llegada de la aspiradora, qué duda cabe, la efectividad en la eliminación del polvo ha sido muy notoria, especialmente en las alfombras. Y, en principio, la frecuencia de utilización de una vez a la semana, es más que suficiente. De todos modos, si reflexionamos seriamente sobre este asunto, llegamos a la conclusión de que, ahora, además de utilizar la bayeta y la escoba, hemos añadido una nueva operación: pasar la aspiradora. Aunque, todo hay que decirlo, con este electrodoméstico hemos conseguido poder disfrutar de un ambiente más limpio y saludable. Y en los edificios que disponen de aspiración centralizada, la eliminación de polvo en suspensión es muy notable.

Quiero añadir, a modo de curiosidad, que el pelo de la gran mayoría de las  escobas actuales, además de ser más corto que las de antaño, es de fibra sintética; por ello, a medida que vamos barriendo, el frotamiento que se produce contra el suelo origina en la fibra una carga electrostática que facilita la adherencia de las partículas de polvo.

Quiero terminar esta ‘disertación’ o ‘tesis doctoral’ sobre limpieza doméstica, haciendo una ‘mención especial’ de los insustituibles utensilios de fregado y abrillantado de suelos, respectivamente, sus ‘excelencias’ la Fregona y la Mopa, actualmente imprescindibles en la limpieza del hogar.    

AUTOMÓVILES
En la década de los 50, la irrupción de los populares y emblemáticos utilitarios, Renault 4/4 y Seat 600, en el mercado automovilístico, significó la posibilidad de que la denominada ‘clase media’ pudiera ver cumplido el sueño de tener un coche. Las carreteras de nuestro país se llenaron de utilitarios de distintas marcas y modelos; aunque, sin duda, el Seat 600 fue el utilitario por excelencia. Las Autoescuelas lo habían incorporado a su flota de coches de prácticas, y muchos de nosotros hemos obtenido el Permiso de Conducción examinándonos al volante de aquel popular y emblemático utilitario. También, como muchos recordarán, el grupo musical ‘Desde Santurce a Bilbao Blues Band’, liderado por Moncho Alpuente, le dedicó la canción ‘El Hombre del Seiscientos’, que decía: “Adelante hombre del seiscientos, la carretera nacional es tuya…”. 

Del mismo modo, en la década de los 60, el Simca 1000, cuyo eslogan publicitario decía: “Cinco plazas con nervio”, también fue el protagonista de una de las canciones del grupo musical ‘Los Inhumanos’: “Qué difícil es hacer el amor en un Simca mil, en un Simca mil…”. 

A caballo entre los años 60 y 70, el ‘Mini Morris’, en sus versiones 850, 1000 y 1100 cc de cilindrada, del mismo modo que el Austin Mini Cooper, de 1275 cc, fue uno de los coches con mayor aceptación entre los jóvenes de aquella época.

Otro vehículo que tuvo una gran relevancia en la década de los sesenta fue el Seat 1500 (año 1963), cuyo diseño, con aletas tipo cohete, denotaba la influencia de los coches norteamericanos. Cabe destacar que, durante varios años, fue el coche más representativo de los taxistas en toda España. 

No quiero olvidarme del singular Citroën 2 CV, que, con aquella suspensión de muelles helicoidales encapsulados, dispuestos longitudinalmente en posición horizontal, se caracterizaba por su peculiar movimiento de cabeceo. Recuerdo como, en los cambios bruscos de dirección o en curvas cerradas a alta velocidad, la carrocería alcanzaba ángulos de ‘escora’ tan espectaculares que, lejos de inquietar al conductor, impresionaba sobremanera a los que presenciaban aquellas maniobras desde el exterior.

Finalmente, creo que merece una mención especial el Dodge Dart; que, con una longitud de algo más de 5 metros y un ancho cercano a los 2 metros, era la fiel representación del coche americano por excelencia.

Capitulo aparte merecen los denominados ‘microcoches’, entre los que destacaban el Biscúter y el Isetta.

El Biscúter, cuya primera generación (modelo 100) se caracterizaba por tener la carrocería monocasco integral de aluminio, incorporaba un motor Hispano Villiers de dos tiempos, monocilíndrico, y 9 CV de potencia. En los primeros modelos, el encendido era de accionamiento manual. Este coche, por su característico diseño, se conocía popularmente como ‘zapatilla’. Un chascarrillo de la época, decía: “es más fea/feo que un Biscúter”. Alrededor de este vehículo singular, los chistes y las anécdotas estaban a la orden del día. Y yo, fui testigo presencial de una de aquellas anécdotas. Sucedió así:

“Aquel coche ‘trajeado’ de aluminio, desembocó ‘impetuoso’, con cierta chulería, en la otrora denominada Plaza de Calvo Sotelo (hoy, Plaza de Galicia). Inesperadamente, en un doble acceso de ‘hipo’ -característico de las películas de animación-, se paró bruscamente. El conductor, muy contrariado y mirando el reloj, se bajó del coche profiriendo improperios contra los ‘progenitores’ del vehículo. Levantó con brusquedad el cimbreante capó, colocó la varilla-soporte, descuidadamente, y se dispuso a echar un vistazo al pequeño motor -gesto muy habitual en los conductores, aunque muchos de ellos no tienen la menor idea de dónde ni qué mirar-; y, cuando procedía a la inspección ocular (¿?) -¡plaf!-, le cayó encima el capó. Aquello desbordó su paciencia y, visiblemente ‘cabreado’ y fuera de sí, la emprendió a patadas contra la carrocería y la rueda delantera izquierda…

Aquel espectáculo gratuito había congregado a un nutrido grupo de viandantes. Uno de los ‘espectadores’, que parecía saber de qué iba el asunto, se acercó al vehículo y, conjuntamente con el malhumorado conductor, pudo comprobar que el depósito se había quedado sin combustible”.

El Isetta Iso Rivolta, que por su configuración oval era conocido popularmente como ‘el huevo’, tenía una sola puerta frontal de acceso al habitáculo, dos ruedas delanteras y una rueda gemela trasera. Motor bicilíndrico refrigerado por aire forzado por turbina, una potencia de 10 CV, y podía alcanzar una velocidad punta de 80 Km/h, con un consumo que llegaba, escasamente, a los 4 litros por cada 100 Km.

A lo largo de los últimos años, en una carrera sin fin, los automóviles han ido incorporando notables avances tecnológicos. Los fabricantes concentraron sus esfuerzos en diseñar vehículos más seguros y que permitan una mayor penetración en el aire. Disponer del ‘Túnel de Viento’, en el que los vehículos son sometidos a pruebas con vientos que pueden alcanzar los 260 Km/h, fue determinante para la optimización de los diseños. Esa es la razón por la que, progresivamente, en los diseños de las carrocerías se fueron suprimiendo las terminaciones angulosas, adoptando formas redondeadas (como la denominada ‘gota de agua’) que mejoran, ampliamente, el coeficiente Cx de resistencia aerodinámica. 

BATIDORA ELÉCTRICA
El ‘batidor’ manual de toda la vida, utensilio de cocina para mezclar alimentos, batir huevos, hacer punto de nieve…, consiste en un bastidor formado por varias varillas de metal curvadas y unidas a un mango. También, sustituyendo o complementando al anterior, se creó el ‘batidor manual giratorio’ que, mediante una manivela que accionaba los engranajes alojados en una carcasa, hacía que las varillas giraran en ambos sentidos. Y, por supuesto, el insustituible tenedor, que continúa siendo el utensilio ‘batidor’ recurrente, siempre dispuesto y al alcance de la mano.

Y llegó la ‘Batidora eléctrica’ -de la que existen múltiples versiones- que, con diversos accesorios, revolucionó las operaciones de batido y mezcla; permitiendo, además, triturar los alimentos.

BOLÍGRAFO
Recuerdo que en el colegio (primera enseñanza) nos iniciábamos en la escritura utilizando como instrumento el pizarrín, sobre soporte de pizarra. Luego, ya sobre papel, el universal lápiz; y, finalmente, la plumilla ‘Corona’ encastrada en un palillero. Con aquella plumilla, que ‘mojábamos’ en el tintero empotrado en el pupitre, hacíamos los ejercicios en los cuadernos de caligrafía: palotes, letras y números, palabras y frases sencillas… Y, cómo no, algún que otro borrón. Más tarde, en los años 50, cursando el bachillerato en el otrora Instituto Laboral, utilizábamos la pluma estilográfica. Pero llegó el bolígrafo. ¡Qué invento! Aquel utensilio de bola giratoria y tinta de alta densidad, revolucionó la escritura.

Mi primer bolígrafo, recuerdo que me lo regaló, en 1955, un oficial de la Marina Mercante, amigo de mi abuelo, a su regreso de un viaje a los Estados Unidos. Como es natural, tener aquel instrumento de escritura, del que aquí apenas se tenía conocimiento, hacía que me sintiera importante. Su diseño era aerodinámico, esbelto, con el pulsador semioculto en un rebaje de la parte superior; y tenía grabado: ballpen, Reynolds, Made in USA ¡Cómo fardaba! Entusiasmado, lo llevé al Instituto; y causó tanta admiración que, a los pocos días, al volver del recreo, había desaparecido. Pregunté a mis compañeros más cercanos -¡qué ingenua estupidez!-; movilicé al Jefe de Estudios, al bedel, al conserje, a la señora de la limpieza… Todo fue inútil: nunca apareció.

En la actualidad, prestigiosas marcas como Parker, Waterman, Montblanc,  Inoxcrom, etc., además de magníficas plumas estilográficas, fabrican bolígrafos de auténtico lujo. No obstante, hemos de reconocer que la marca BIC contribuyó, en gran medida, a la democratización del bolígrafo. El modelo ‘cristal’, tal vez sea el más utilizado en todo el mundo. Todos recordamos aquel eslogan: ‘BIC naranja, BIC cristal, dos escrituras a elegir. BIC naranja escribe fino, BIC cristal escribe normal. BIC, BIC, BIC, BIC, BIC’.
’.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Los Almacenes de Coloniales en Vilagarcía de Arousa






















Por Robert Newport
30 octubre 2013

Mi irrupción transitoria en el mundo de los Almacenes de Coloniales, actividad que simultaneaba con mi formación técnica en Diseño Industrial, duró poco más de 3 años. Durante ese tiempo, tuve la oportunidad de familiarizarme con una actividad que, en la segunda mitad del siglo XX, del mismo modo que las tiendas de ultramarinos, tenía una gran relevancia en el sector de la alimentación en nuestro pueblo, al mismo tiempo que abastecía las comarcas de O Salnés y O Barbanza.

Hasta donde alcanza mi memoria, recuerdo en Vilagarcía los siguientes:

·         Almacenes Vidales.
·         Coloniales Laureano Santos.
·         Almacenes Llovo.
·         Coloniales Sucs. de Waldo Riva.
·         Coloniales José Bouzada López.
·         Coloniales Alfonso Rolán Sampedro.
·         Almacenes La Palomita.
·         Coloniales Calixto Abalo de la Torre.
·         Coloniales Vista Alegre.

De todos ellos, Almacenes Vidales quedó muy difuso en mi memoria -yo era entonces muy niño-, pero sí recuerdo que estaba en la calle Ramiro Cores (hoy, Avda. da Mariña), justo enfrente de la Plaza de la Pescadería. Años más tarde, en aquellas instalaciones se estableció Calixto Abalo de la Torre.

En aquellos emblemáticos y bien surtidos almacenes se comercializaban, entre otros muchos, los siguientes productos:

  • Cereales: harina, envasada en sacos de arpillera de 100 Kg.; arroz, en sacos de yute de 50 Kg.
  • Azúcar: envasada en sacos de lienzo de 60 Kg.
  • Tubérculos: patatas, de siembra o de consumo, en sacos de arpillera de 50 Kg.
  • Vinos y bebidas espiritosas a granel: vino blanco J.B. Berger, de Vilafranca del Penedés (Barcelona), en barriles (medias pipas) de 250 litros; vino de Castilla, que llegaba por ferrocarril, en fudres (cubas de gran capacidad: 14.000 ó 16.000 litros), que luego se trasvasaba a barriles (medias pipas) de 250 litros; moscatel y mistela, en barriles de 4@ (60 litros); aguardiente, blanca o de hierbas, en garrafas de 1@ (16 litros).
  • Vinos embotellados: blanco, tinto, rosado, espumoso (cava, champán,…), en cajas de 12 botellas.
  • Licores y bebidas espiritosas embotelladas: coñac o brandy, anís, ponche, jerez o Sherry, whisky, ron, ginebra, vodka, triple seco, vermut blanco, vermut rojo,…
  • Sidra: embotellada, en cajas de 12 botellas. A granel, en barriles de 6@ (100 litros).
  • Aceite de oliva: latas de 1, 2, 5 y 10 litros; botellas de 1 litro; bidones de 50 litros (antiguamente habían existido de 100, 400 y 600 litros, con aceite de oliva y de soja).
  • Vinagre: embotellado y a granel.
  • Pastas alimenticias: fideos, macarrones,… (cajas de cartón de 10 Kg.)
  • Especias: azafrán, pimienta, pimentón,… (sobres en cajas de corcho y latas de distintos tamaños)
  • Jabón: pastillas (cajas de madera de 40 Kg.)
  • Escobas y estropajos vegetales, y demás útiles y productos de limpieza del hogar.
  • Pulpa de remolacha para alimentación animal (ganado vacuno y equino)
  • Bacalao: hojas en sacos de arpillera.
  • Galletas: María tostada, coco, surtidas, saladas para aperitivo,…
  • Frutos secos: cacahuetes, nueces, almendras, castañas, castañas mayas, higos pajareros, higos de Málaga, pasas, dátiles,…
  • Conservas: vegetales y de pescado, en toda una gama de envases y tamaños.
  • Aceitunas: con hueso, deshuesadas y rellenas de anchoa.
  • Chocolate, cacao, café y sucedáneos.
  • Productos navideños: turrones, mazapanes, polvorones, peladillas, piñones,…
  • Caramelos: limón, naranja, toffee, rellenos de frutas o licor, surtidos, Chupa Chups,…
  • Petróleo: bidones de 50 litros (concesión de Campsa a Coloniales Calixto Abalo de la Torre) Se utilizaba para los ‘quinqués’, hornillos y estufas, en zonas deficitarias de fluido eléctrico.
  • Fósforos: con varilla de papel encerado o de madera, en cajas de distintos tamaños (concesión de Fosforera Española a Coloniales Sucs. de Waldo Riva).

Todos los Almacenes de Coloniales, sin excepción, tenían, al menos, un vendedor (viajante, se llamaba entonces) que, con alternancia semanal, recorría las comarcas de O Salnés y O Barbanza, visitando a sus clientes.

En la ruta de O Salnés, excluyendo Vilagarcía y su área de influencia -que tenían un protocolo específico condicionado por la cercanía-, los vendedores, en función de la correspondiente cartera de clientes, solían establecer el siguiente itinerario: Corón, As Sinas, Vilanova de Arousa, A Illa de Arousa, Caleiro, Corvillón, Cambados, Castrelo, Nantes, Meaño, Dena, Vilalonga, Rouxique, Noalla, O Grove, Portonovo y Sanxenxo.

En la ruta de O Barbanza, el itinerario establecido era el siguiente: Bamio, Abalo, Catoira, Valga, Pontecesures, Padrón, Asados, Rianxo, Taragoña, Boiro (Abanqueiro y Cabo de Cruz), Escarabote, A Pobra do Caramiñal, Palmeira y Santa Uxía de Ribeira.

Como norma general, salvo en condiciones meteorológicas muy adversas, los lunes se visitaba A Illa de Arousa -en la que existían algo más de 60 tiendas-, con el fin de que al día siguiente, martes, que había mercado en Vilagarcía y venían las lanchas motoras, se pudieran cumplimentar los pedidos enviando la mercancía.

En aquella época, todavía no existía el puente que hoy une A Illa de Arousa con el continente. Por ello, era necesario desplazarse hasta Vilanova de Arousa -en vehículo de la empresa (coche o moto) o en autobús-, y, desde allí, trasladarse en lancha motora. Otras veces, en función de los horarios y del estado de la mar -principalmente durante los meses de invierno-, se podía ir directamente desde Vilagarcía en la lancha motora que, procedente de A Illa, en viaje de ida y vuelta, partía del muelle de pasajeros. Una vez allí, la estancia se prolongaba hasta las siete de la tarde. A esa hora, siempre que las condiciones meteorológicas lo permitieran, se emprendía el viaje de regreso. Como es lógico, había que comer allí; y los vendedores (viajantes) -de coloniales, droguería, ferretería, efectos navales, materiales de construcción y saneamiento, etc.-  se repartían, preferentemente, entre el ‘Bar Club’, situado en el puerto (frente al muelle de O Xufre), y la ‘Casa de comidas Alfonso Otero’, en el centro urbano.

En torno a los Almacenes de Coloniales existía un amplio servicio de transporte para la distribución (logística) de la mercancía, en función de la distancia, peso y volumen. Así, para el reparto urbano y lugares aledaños, solían utilizarse carretillas y carretas de mano, carros y carrozas de tracción animal, motocarros y camionetas. Para las rutas de O Salnés y O Barbanza, debido al largo recorrido, y al peso y volumen de la mercancía, se fletaban camiones con capacidad suficiente para transportar entre 8 y 10 toneladas de mercancía.

Los almacenes de Laureano Santos y Sucs. de Waldo Riva, tenían carroza propia tirada por dos mulas. Aquella consistía, básicamente, en una gran plataforma estructural pavimentada de madera, sobre la que se depositaba la carga; un pescante para el conductor y acompañante, y dos ejes -el delantero direccional, con un amplio radio de giro- con ruedas radiales de madera y banda de rodadura de llanta de acero. Debajo de la plataforma, longitudinalmente, se alojaban los ‘polines’ que facilitaban la carga y descarga de barriles y bidones. Estas carrozas formaban parte del paisaje urbano cotidiano en las adoquinadas calles de Vilagarcía, y también se las podía ver por Carril, Vilaxoán, Os Duráns,…

En aquellos almacenes, y también en las tiendas de ultramarinos, se apreciaban aromas diferenciados que se dispersaban agradablemente, invadiéndolo todo, por las distintas zonas de almacenaje, delatando la existencia de productos naturales, a granel o envasados, fácilmente identificables. Todo aquello se perdió en las nieblas del tiempo, dando paso a los asépticos e impersonales supermercados e hipermercados.

Es cierto, sin embargo, y así hemos de considerarlo, que el esfuerzo físico que requería la manipulación de algunas de aquellas mercancías -los sacos de harina alcanzaban los 100 Kg. de peso-, soportadas por un solo hombre sobre sus hombros o espalda, era totalmente inhumano. Todas las operaciones de carga y descarga se realizaban a mano y en unas condiciones de trabajo lamentables. En ese aspecto, qué duda cabe, se ha humanizado el trabajo ostensiblemente. Al mismo tiempo, los embalajes, para la preservación y asepsia de los alimentos, se han optimizado considerablemente. Hemos de concluir, por tanto, que en algunas cuestiones no todo tiempo pasado fue mejor.

CURIOSIDAD

En A Illa de Arousa, que en aquel entonces pertenecía al concello de Vilanova de Arousa, sus habitantes habían creado la denominada ‘Comisión de Iniciativas’, en la que se presentaban propuestas relacionadas con la comunidad, decidiendo posteriormente, en sesiones asamblearias, si se elevaban a las más altas instancias. Allí se empezó a gestar la necesidad de construir un viaducto que acabara con el aislamiento de sus cerca de 5.000 habitantes.

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  • El Lobo, que gran turrón, que gran turrón…

ANÉCDOTA

Los viajantes de coloniales, unidos a los de otros ramos comerciales, constituían un colectivo muy bien avenido. Existía entre ellos un gran respeto cuando se trataba de visitar a clientes comunes, y una sana complicidad que, en algunas ocasiones, les llevaba a protagonizar episodios como el que relato a continuación:

“A la hora de la comida, coincidieron varios viajantes en un restaurante de una conocida localidad costera. En la sobremesa -momento de distendida y animada charla-, uno de ellos comentó que necesitaba la colaboración de los que le acompañaban, para intentar vender un stock de 30 cajas de 12 botellas de una conocida marca de coñac, cuya aceptación había disminuido en favor de otra que, desde hacía algún tiempo, y apoyada por una contundente campaña publicitaria, se había adueñado del mercado. 

Aquel viajante, que a lo largo de su dilatada trayectoria profesional había desarrollado una singular técnica de ventas, hizo una detallada exposición del plan estratégico a seguir. Se trataba de que los otros viajantes, actores secundarios ocasionales, entraran a tomar café en los bares y cafeterías que él les indicaba -todos clientes suyos-, y pidieran una copa de coñac de la marca en cuestión. Así lo hicieron. Y, efectivamente, como suponían, aquellos establecimientos ya no trabajaban dicha marca; de todos modos, el camarero o el mismo propietario, les ofrecían la que, mayoritariamente, solían pedir sus clientes habituales. Pero ellos, siguiendo el plan establecido, declinaban el ofrecimiento y únicamente se tomaban el café. Y así procedieron hasta que todos ellos, en una rotación perfectamente coordinada, completaron el recorrido.

Una vez concluida la primera parte del plan, entró en escena el ‘actor’ principal. Se presentó en cada bar y cafetería en los que, previamente, habían ‘actuado’ sus compañeros; y, con la naturalidad y aplomo del que se ha curtido en cien batallas, pidió un café y una copa de coñac ‘X’. Sorprendidos, el camarero o el propietario, y con la confianza adquirida tras muchos años de relación comercial, le comentaron que aquella tarde varios clientes les habían pedido aquella marca de coñac que ya no trabajaban porque ya nadie lo pedía. El protagonista de esta historia, con convincente elocuencia, les hizo saber que aquel coñac volvía a estar muy solicitado porque su agradable y suave buqué era aceptado nuevamente, a la vez que su precio estaba equiparado al de los otros de igual categoría… Aquella tarde memorable, consiguió vender 12 cajas. Y en los dos días siguientes, aplicando la misma estrategia en dos localidades cercanas a la anterior, vendió 16 cajas más. Las dos que quedaron en el almacén, finalmente pasaron a formar parte de las cestas de Navidad de los empleados y amigos.

¡Quién lo iba a decir! Aquel plan estratégico, cuyo resultado fue todo un éxito de ventas, propició que aquella marca de bebida espiritosa recuperara, discretamente, la aceptación que durante largo tiempo había perdido… Y a partir de aquel momento -¡paradojas de la vida!-, fue necesario disponer en los almacenes de un stock permanente de aquel coñac”.

Esta ha sido la visión personal de mi efímero, aunque muy gratificante, recorrido por el sector de la alimentación a través de los, antaño emblemáticos, Almacenes de Coloniales en nuestro pueblo.