sábado, 28 de diciembre de 2013

El largo camino hacia un futuro soñado... (III)





Por Robert Newport

CINTA DE VÍDEO
Supuso, para los de mi generación, la posibilidad de poder disfrutar, en la comodidad del hogar, de películas, documentales y reportajes, propios y ajenos; así como, también, realizar grabaciones de imágenes y sonido en cinta magnética, directamente de la televisión, teniendo el control absoluto de los tiempos: pausa, congelación y repetición de imagen, avance y retroceso… En definitiva, el vídeo doméstico -comercializado en tres formatos: Beta (1975), VHS (1976) y 2000 (1979), significó disponer del cine a la carta en el salón de nuestros hogares. 

En los albores del actual siglo XXI, el popular sistema VHS, único superviviente del formato vídeo, sucumbió a la supremacía del DVD. 

CINTURÓN DE SEGURIDAD EN LOS AUTOMÓVILES
En el año 1959, Nils Bohlin, un ingeniero de VOLVO, fabricante sueco de automóviles, inventó el cinturón de seguridad de tres puntos de anclaje, que es el que incorporan los automóviles actuales. Significó, sin duda, una de las más importantes aportaciones a la seguridad de los ocupantes de los automóviles, que, junto con el airbag, minimiza las posibles lesiones en una colisión.

Mi primer coche no incorporaba cinturón de seguridad. Todavía no era obligatorio. Pero, claro, estoy hablando del año 1971, lo que para algunos significa la ‘prehistoria’... Pasado algún tiempo, decidí ponerlo en los asientos delanteros. Los estrené en uno de mis viajes profesionales, de Ourense a Manresa, y recuerdo aquella sensación de seguridad al ir sujeto al asiento. Tenía la impresión de estar más integrado en el coche, de formar parte de él. Y, además, no sé si por esnobismo, o por supina ‘gilipollez’ -tal vez, más por lo segundo que por lo primero-, me había comprado unos guantes de conducción deportiva que dejaban parte de los dedos al descubierto. Me sentía el ‘Carlos Sáinz’ del utilitario. ¡Cuánta estupidez en tan poco espacio!

Lo cierto es que este sistema de seguridad pasiva ha salvado muchas vidas y, sin duda, lo seguirá haciendo. Su uso es obligatorio, pero algunos conductores continúan haciendo caso omiso, aún sabiendo que, al no ir debidamente sujetos, pueden golpearse fatalmente en la cabeza o partirse el esternón, entre otras posibles lesiones evitables con el uso habitual del cinturón de seguridad. 

COCINA
La cocina siempre fue el centro neurálgico de la casa. El puente de mando del buque doméstico. En ella se planifican, se diseñan y se elaboran los menús para toda la familia. En muchos hogares, además, también es el comedor.

Empezó siendo ‘lareira’, especialmente en las zonas rurales, en la que descansaba un trespiés de hierro sobre la lumbre, y un pote que se izaba y arriaba con unas caramilleras. Luego, la ‘modernidad’ -¡el progreso!- trajo consigo la ‘cocina de hierro’ -denominada, también, ‘cocina económica’-, fabricada en el País Vasco, que utilizaba leña y carbón como combustible. Gruesa encimera (plancha) de hierro, robusta armadura de hierro fundido, herrajes y apliques de bronce, conformaban aquella cocina. Además de la encimera sobre la que se cocinaba, también disponía de horno. Algunos modelos también incorporaban un depósito para calentar agua. Así era la cocina que había en la casa de mis abuelos, y en la mayoría de las casas en los años ’40 y ’50 del siglo pasado. Los herrajes y apliques de bronce de aquellas cocinas, que mi abuelo se preocupaba de que estuvieran siempre relucientes, recuerdo que se limpiaban con limpiametales ‘Sidol’. 

Por la embocadura de carga, o directamente a través de los arillos de la encimera, se introducía el combustible: leña o carbón. Para iniciar la ignición, generalmente se utilizaban piñas secas. Las llamas calentaban la gruesa encimera, y el humo de la combustión, antes de salir hacia la chimenea, envolvía y calentaba también el horno. Bajo la embocadura de carga existía un cajón-cenicero al que se accedía a través de una portezuela exterior.

En la encimera, la temperatura (potencia calorífica) no era uniforme en toda su superficie. Así, las cacerolas y sartenes podían situarse, en una u otra zona, en función de su contenido y de la operación a realizar: hervir, guisar, cocer, freír, rehogar… Del mismo modo, debido a las variaciones en la combustión de la leña y el carbón, también la temperatura en el horno estaba diferenciada: en la zona superior era más alta que en la inferior. La principal ventaja del horno estaba en su concepto: la fuente de calor se encontraba, circundante, en el exterior, y no en su interior, con lo que los alimentos no se resecaban durante la cocción ni se contaminaban con los gases de la combustión. Por su concepción, las cocinas de leña alcanzaban temperaturas muy altas, tanto en la encimera como en el horno, que permitían obtener resultados culinarios difícilmente viables con una cocina de gas o eléctrica. Al mismo tiempo, aquellas cocinas de hierro proporcionaban un ambiente cálido y confortable durante el invierno.

Con la comercialización del gas butano para uso doméstico -y, posteriormente, también, el gas ciudad-, la familiar cocina de hierro cedió paso a la de gas o eléctrica. Dejaron de usarse los combustibles sólidos: la leña, el carbón y las piñas, que generaban residuos indeseables (cenizas) y, también, mucha suciedad en el lugar de almacenamiento. A partir de ese momento, la pulcritud y la asepsia fueron la tónica dominante en esa estancia de manipulación, elaboración y degustación de alimentos.

Hollywood, en aquellas películas inolvidables protagonizadas por Dorys Day y Rock Hudson, nos deslumbraba con cocinas amuebladas y electrodomésticos que desconocíamos: frigorífico, lavadora, lavavajillas, cocina eléctrica con horno incorporado... Pero -¡al fin!- llegó el futuro soñado… Y nuestras cocinas ya nada tienen que envidiar a las que, entonces fascinados, veíamos en la gran pantalla.

CÓDIGO DE BARRAS
Para no cometer el (craso) error de caer en la arrogancia de comentar un tema que desconozco, como es el Código de Barras, me permito transcribir parte de una crónica firmada por Jaime Farrell, publicada en el número 363 del diario ‘El Mundo’, de fecha 29 de septiembre de 2002, titulada ‘Un icono cotidiano’: 

“El jueves hará 25 años. El 3 de octubre de 1977 la cajera de un supermercado de la cadena Mercadona en Valencia pasaba por un escáner un producto identificado con un diagrama de líneas verticales paralelas y de desigual anchura. Se trataba de un sencillo estropajo de la empresa 3M. Era el primer artículo que lució en España un código de barras.

Un cuarto de siglo después la escena se repite miles de veces por minuto; en todo el mundo hay más de 10 millones de productos identificados con el código de barras, y se calcula que su introducción ha ahorrado a cada español unas 24 horas anuales de hacer cola en los supermercados. El más hábil operario tardaría siete veces más en teclear el precio de un artículo que en pasarlo por un lector de infrarrojos que descifra el omnipresente código.


Lejos de quedarse en las estanterías de supermercados e hipermercados, en la actualidad las barras se utilizan para identificar a los participantes en carreras populares, a los titulares de una declaración fiscal y hasta a los recién nacidos”.

DETERGENTE
Recuerdo que, en los años ’40 y ’50, la ropa se lavaba a mano con jabón ‘Lagarto’ (‘jabón Lagarto, lavado perfecto’). También, cómo no, con escamas ‘Saquito’ (‘Mientras Vd. Descansa… escamas Saquito lava’). Ya en los ’60, se comercializó el detergente biológico que, lavando a mano o con lavadora, había que calcular muy bien las dosis si no queríamos que, como ocurría en algunas películas de dibujos animados, la espuma lo inundara absolutamente todo. Por ello, ante la excesiva y descontrolada formación de espuma de los primeros detergentes, los fabricantes crearon la fórmula ‘espuma frenada’. Parece una broma, pero no lo es. 

Los anuncios de detergente en televisión -para qué vamos a engañarnos- eran un verdadero coñazo. Sin embargo, recuerdo con simpatía el original eslogan del detergente ‘Colón’: ‘Busque, compare, y si encuentra algo mejor, ¡cómprelo!’. Por cierto, una curiosidad con la que muchos se identificarán: con los ‘tambores’ de 5 Kg. de detergente ‘Colón’ vacíos, convenientemente forrados y personalizados, hacíamos papeleras; y si la tapa presentaba buen aspecto y cerraba bien, se utilizaban para guardar pequeños juguetes. En los años ’80, yo lo utilizaba para meter los tubos que contenían papel vegetal y planos enrollados.

FREGONA
Fregar los suelos era un trabajo penoso y humillante: se realizaba siempre de rodillas, directamente sobre el suelo o sobre la llamada ‘banqueta’ de madera. Un cepillo de cerdas vegetales, una pastilla de jabón, un cubo con agua con lejía y una bayeta absorbente, eran los utensilios de fregado.

Con el cepillo en la mano, previamente mojado y restregado en la pastilla de jabón, se frotaba el suelo (madera vista, piedra o baldosa) y se aclaraba con la bayeta mojada, que, a cada pasada, se introducía en el agua del cubo y se escurría retorciéndola con ambas manos. A medida que avanzaba la faena, se retrocedía desde la posición inicial arrastrando el cubo que, conforme el agua iba adquiriendo el característico color ‘chocolate’, había que vaciar, enjuagar y llenar de nuevo.

En 1957, Manuel Jalón Corominas, ingeniero aeronáutico español, comercializa la fregona doméstica ‘Rodex’ -¡qué invento!- y, a partir de ese momento, se acabó el fregar de rodillas los suelos. La fregona se convirtió en un utensilio ‘unisex’ de limpieza doméstica. Fregar los suelos -¡al fin!- dejó de ser una tarea exclusiva de mujeres.

FRIGORÍFICO
A pesar de que en la década de los ’50 del siglo XX (1952) empezó a comercializarse el frigorífico en nuestro país, el precario poder adquisitivo de la gran mayoría de los ciudadanos hacía inviable su compra. Sin embargo, algunos hogares -¡muy pocos!- tenían en su cocina la que se conocía como nevera; que, aunque su aspecto exterior era similar al de un frigorífico, conservaba los alimentos a base de introducir barras de hielo que había que reponer a medida que aquellas se derretían. A tal efecto, las fábricas de hielo disponían de un servicio de distribución (logística) que aseguraba el suministro diario. No obstante, tener que preocuparse de vaciar a diario el recipiente que contenía el agua del deshielo era un fastidio, una lata… ¡Un verdadero coñazo! Aunque, ciertamente, con la nevera, a pesar de sus limitaciones, la conservación de los alimentos ya era otra cosa.

Los actuales frigoríficos, de los que existe una amplia y variada gama de modelos adaptados a todas las necesidades, y de las más prestigiosas marcas del mercado, nada tienen que ver con aquellos primeros de los años ’50 del siglo pasado. Los actuales, los del siglo XXI -¡dónde va a parar!-, son otra cosa. La investigación y la tecnología, han propiciado la incorporación del sistema de enfriamiento por aire (No Frost), que evita la formación de escarcha, haciendo innecesaria la descongelación una o dos veces al año. Han posibilitado que podamos controlar la temperatura y adaptarla a nuestras necesidades; han logrado crear los modelos ‘combi’, que disponen de dos compartimentos estancos (superior e inferior), independientes y térmicamente diferenciados: frigorífico y congelador, cada uno con su puerta correspondiente… En definitiva, han hecho del frigorífico el electrodoméstico imprescindible por excelencia. 

LAVADORA 
Hasta los años ’60, en que la lavadora doméstica empezaba a generalizarse, la ropa se lavaba a mano: en casa, en los lavaderos públicos o en el río sobre una piedra. Los que ya tenemos una edad, recordamos en nuestro pueblo el lavadero público ubicado en la margen izquierda del río de O Con, al pie del puente que une la actual Avenida Rodrigo de Mendoza con la Rúa Santa Eulalia. Allí, las lavanderas lavaban la ropa de varias familias por un módico precio y la pastilla de jabón. Cuando el tiempo era soleado y reinaba el buen humor, las lavanderas cantaban a coro canciones populares mientras enjabonaban, frotaban, aclaraban y escurrían la ropa sobre la piedra del lavadero. La corriente del río, en su incesante huida hacia el mar, se llevaba el eco de sus voces entre espuma de jabón. Aquellas abnegadas mujeres, una vez que la ropa estaba lavada y escurrida, también se encargaban de tenderla al sol -adquiriendo así un agradable frescor y un blanco brillante- para devolverla limpia y seca, lista para planchar. Naturalmente, en invierno, con tiempo lluvioso, devolver la ropa seca era misión imposible.

El oficio de lavandera, del mismo modo que el de fregadora de suelos, era muy duro. No disponían de guantes de goma, y las manos desnudas dentro del agua del río quedaban congeladas. Los dedos, en permanente contacto, día tras día, con el agua gélida, se llenaban de grietas y de sabañones que, finalmente, se ulceraban. El dolor tenía que ser insoportable. Pero era necesario reforzar la precaria economía familiar. Y, en muchos casos, significaba el único sustento. Eran tiempos (muy) difíciles...

Recuerdo que la primera lavadora que hubo en la casa de mis abuelos era marca BRU, cilíndrica, en posición vertical, de carga superior. Incorporaba un motor eléctrico oculto en la parte inferior, que hacía girar un disco de goma con nervaduras de gran relieve para remover la ropa, situado en el fondo del cilindro. Se llenaba de agua, manualmente, con un cubo, y se añadían escamas ‘Saquito’ o algún detergente. Una vez finalizado el ‘ciclo’ estimado de lavado, se desconectaba la máquina -operación que también era realizada manualmente-, y se vaciaba sacando el tapón del desagüe situado en la parte inferior.

A principios de la década de los ’60, la lavadora ya es automática: incorpora temporizadores que controlan los tiempos de prelavado, lavado y centrifugado. A partir de ahí, la evolución de la lavadora no tiene límites: se van incorporando microprocesadores que contienen toda la información programada para controlar los distintos ciclos de lavado. Se añaden sensores que controlan la temperatura y el nivel de agua. La puerta de carga (ojo de buey) dispone de un mecanismo conectado a un microprocesador que impide el funcionamiento de la lavadora mientras la puerta no esté cerrada; y, una vez en marcha, ya no se puede abrir… Y así hasta el infinito.





martes, 10 de diciembre de 2013

El largo camino hacia un futuro soñado... (II)



Por Robert Newport

BOMBONA DE GAS BUTANO
El gas butano GLP (gas licuado del petróleo) está considerado como una energía eficaz, por su elevado poder calorífico; limpia, por tener una combustión sin residuos de azufre ni micropartículas; económica, por su inmejorable relación calidad/precio; y segura, porque su instalación está realizada y controlada por sistemas altamente fiables.

Con la comercialización del gas butano para el consumo doméstico, y la implantación de una  red de distribución (logística) garantizando el suministro a domicilio, se abrió un amplio abanico de posibilidades en la fabricación de electrodomésticos: cocinas, hornos, estufas, calentadores de agua, hornillos, etc.

La llegada de aquella bombona color naranja a nuestros hogares, que ya formaba parte del ‘mobiliario’ de nuestras cocinas, del ‘paisaje’ móvil de nuestras ciudades y de la ‘banda sonora’ de nuestras calles (sonido metálico diferenciado: bombona llena, bombona vacía), significó el comienzo de una nueva era energética. El punto de partida hacia un progreso que ya era imparable.

Por cierto, aquel color naranja de las bombonas de gas -¡quién lo iba a decir!-, acabaría normalizándose en las cartas cromáticas como color ‘naranja butano’ o, simplemente, color ‘butano’.

CALCULADORA
Recuerdo aquellas sumas interminables en los libros de contabilidad: Diario, Mayor, Caja…, para las que aún no existía máquina sumadora. O las multiplicaciones y divisiones con cantidades de vértigo. ¡Qué agotamiento mental! Y no digamos extraer raíces, cuadrada o cúbica, de magnitudes importantes. ¡Alopecia galopante!

Abundando en las sumas contables realizadas a mano -y esto para conocimiento de la generación de la informática-, quiero añadir que, al tratarse de operaciones que podían contener alrededor de 30 sumandos, se procedía, como es preceptivo, sumando desde arriba hacia abajo. Pero, al no tener la plena seguridad de la exactitud del resultado, se hacía la comprobación sumando en sentido inverso, desde abajo hacia arriba. Otro sistema, al objeto de disminuir el margen de error, consistía en fraccionarla en dos o tres sumas más cortas, sumando luego los resultados. Ambos procesos, lentos y laboriosos.

Permítanme referirles la siguiente anécdota: Cuando, en 1886, el primer ferrocarril de Galicia pasó a denominarse ‘The West Galicia Railway Company’, con domicilio social y Consejo de Administración en Londres -aunque la Gerencia permaneció en Vilagarcía-, periódicamente venía, desde Londres, un inspector inglés. Aquel agente, cuya capacidad mental excedía lo razonable, revisaba las sumas de los libros contables y de explotación utilizando un método nada convencional. En lugar de seguir el procedimiento estándar: sumar primero las unidades, luego las decenas, las centenas…, él sumaba directamente las cantidades (sumandos) de dos y tres dígitos, hasta llegar al total. Un mentalista en toda regla. ¡Increíble! Pero cierto.

Para cálculos matemáticos de cierta relevancia -en proyectos científicos y de ingeniería-, disponíamos de una herramienta razonablemente fiable: la Regla de Cálculo. Aquel instrumento, cuyo manejo requería cierta formación y entrenamiento, significó contar con el aliado indispensable para obtener, con relativa inmediatez, resultados satisfactorios.

En los años ‘50 y ‘60, el ambiente de relativa tranquilidad de las oficinas, interrumpido ocasionalmente por el sonido -¡ring, ring, ring!- del teléfono, o el tecleo en las máquinas de escribir, se vio seriamente alterado por los sonidos onomatopéyicos -¡clac, clac, clac,… cras!- producidos al pulsar los botones y al accionar la palanca de las máquinas calculadoras mecánicas manuales: Hispano Olivetti y similares. Posteriormente, los nuevos modelos incorporaron el accionamiento eléctrico, con lo que se atenuaron aquellos ‘machacones’ sonidos de marcado y procesado de las operaciones. En mi opinión, aunque pueda parecer una estupidez, aquellas primeras máquinas calculadoras que procesaban las cuatro operaciones básicas, conjuntamente con la máquina de escribir Hispano Olivetti Lexicon 80 y los archivadores metálicos de carpetas colgantes, significaron el inicio de la modernización de las oficinas.

Recuerdo, con gran admiración, la que yo consideraba el ‘non plus ultra’ de las máquinas calculadoras mecánicas manuales de oficina: la ‘Original Odhner’, fabricada en Suecia. Un prodigio de la ingeniería mecánica de alta precisión. 

La llegada de las calculadoras eléctricas (con transistores) y, posteriormente, las electrónicas (con circuitos impresos), fue el preámbulo de una nueva era: la de las computadoras. 

CASETE (CASSETTE) Y SOPORTES DISCOGRÁFICOS
Es increíble cómo pasa el tiempo. Los de mi generación -hoy, jóvenes maduros-, recordamos los pesados y frágiles discos fonográficos de pizarra (78 rpm) de La Voz de su Amo, Odeón, Columbia, Philips, etc., que escuchábamos en aquellos gramófonos, fonógrafos o gramolas, de nuestros abuelos.

A finales de los años ‘40 del siglo XX, empezaron a editarse los discos de vinilo (microsurcos), que convivieron con los de pizarra hasta mediados de los años ‘50, afianzándose como soporte discográfico que alcanzó una gran popularidad. Aquellos vinilos se editaban, básicamente, en dos formatos: el “Single”, de menor tamaño y capacidad, que giraba a 45 ó 78 rpm, y el “Long play” (más conocido por sus iniciales “LP”) cuya velocidad de giro era de 33 1/3 rpm. Los aparatos reproductores  de discos de vinilo (‘tocadiscos’ o ‘pickups’) se fabricaron en distintas modalidades de sonido (monoaural o estéreo) y en múltiples modelos y tamaños.

El casete (cinta magnética), creado por Philips en 1962 y comercializado en 1963, fue, entre los años ’70 y comienzo de los ’90, uno de los dos formatos más populares de la música pregrabada, conjuntamente con el disco de vinilo. El tiempo de reproducción del casete variaba según la longitud de la cinta magnética. Así, los había de 30, 45, 60, 90, 120 y 180 minutos de duración, entre las dos caras. Su pequeño tamaño, que con el estuche no ocupaba más que un paquete de cigarrillos, permitía llevarlo cómodamente en el bolsillo. Y, a modo de curiosidad, cuando el rebobinado se hacía de forma manual, introducíamos el cuerpo exagonal de un bolígrafo BIC o de un lápiz en el orificio de uno de los dos carretes, y lo hacíamos girar con los dedos pulgar e índice.

Posteriormente, el Compact Disc (CD), soporte digital óptico creado por Philips y Sony en 1979, todavía vigente en el mercado, desplazó al casete y al disco de vinilo. 

De todos modos, en lo que a soporte discográfico se refiere, yo haría la siguiente distinción: Disco de pizarra, el sonido de la ‘precariedad’. Disco de vinilo, el sonido de la ‘realidad’. Disco compacto (CD), el sonido de la ‘tecnología’. ¿Volverá el disco de vinilo a ocupar el lugar que, por derecho, le corresponde? Sólo es cuestión de tiempo.  

CICLOMOTOR, MOTO GUZZI HISPANIA Y SCOOTER
La RAE define al ciclomotor como ‘Bicicleta con motor de pequeña cilindrada, que no puede alcanzar mucha velocidad’.

Recuerdo cómo, siendo muy jóvenes, disfrutábamos de la bicicleta en aquellas calurosas tardes estivales, ‘aventurándonos’ a conocer lugares distantes: Caldas de Reis, Cambados… Incluso, muy distantes: Sanxenxo, A Lanzada, O Grove… También participando en competiciones -gymkhanas- deportivas escolares, en las que algunos, con asombroso y envidiable equilibrio, pedaleando sentados sobre el manillar, de espaldas a la dirección de la marcha, conseguían avanzar y superar diversos obstáculos con gran habilidad. Otros, -álter ego-, en un alarde de inconsciente osadía -¡imprudencia temeraria!-, con la bicicleta sobre uno de los raíles de la vía del tren, pedaleábamos a toda velocidad…, después de muchos intentos fallidos, protagonizando espectaculares y antológicas caídas.

En la segunda mitad del siglo XX, siendo los años ‘50 y ’60 los de mayor auge, la aparición de los ciclomotores revolucionó la circulación sobre dos ruedas. La proliferación de aquellos vehículos -paradigma de la ley del mínimo esfuerzo-, hizo que la bicicleta quedara relegada a un nivel inferior. Así las cosas, los que no podíamos permitirnos tener un ciclomotor -y continuábamos haciendo ejercicio ‘cabalgando’ a lomos de la bicicleta-, descendimos a la categoría de ‘chusqueros’ de los vehículos de dos ruedas.

Los tres ciclomotores que considero más representativos de aquella época: ‘Velosolex Orbea’, ‘Ossa 50’ y ‘Mobylette GAC’, constituyen una parte importante de mis recuerdos y vivencias; ya que, a pesar de no haber tenido ninguno de aquellos vehículos, sí pude disfrutar conduciéndolos. Incluso, debido a la simplicidad de su mecánica, tuve la oportunidad de desmontar y reparar los motores de dos de aquellos ciclomotores. Pero esa es otra historia…

Aunque los ciclomotores habían conseguido una relevante cuota en el mercado de los vehículos ligeros de dos ruedas, aquel mismo mercado demandaba una motocicleta de pequeña cilindrada. Así irrumpió en el panorama del motor la Moto Guzzi Hispania. Su color rojo, el característico y fácilmente identificable sonido, y la palanca del cambio de velocidades a la derecha del depósito de gasolina, hicieron de la ‘Guzzi’ una motocicleta singular… Y muy popular.

Pero llegó un nuevo concepto de moto: el ‘scooter’. En febrero de 1953 se fabrica en España la primera VESPA de 125 cc.  Una de las características de esta motocicleta, tal vez la principal, es la situación del motor: a la derecha de la rueda trasera -a la que va acoplado el sistema de transmisión-, con el cilindro en posición horizontal.

En 1954, en la fábrica de Eibar, se fabrican los primeros modelos LAMBRETTA 125/150 cc ‘D’; a los que, al poco tiempo, seguirían los modelos de 125/150 cc ‘LD’. A diferencia de la VESPA, el motor de la LAMBRETTA va situado en el centro (eje de simetría longitudinal), logrando así una mayor estabilidad. En aquella época existían dos eslóganes en los anuncios publicitarios de esta marca: ‘¡Lambretta, la scooter perfecta!’ y ‘¡Moto Lambretta, suspensión perfecta!’.

Así como nunca tuve ciclomotor, tampoco fui propietario de una moto. Sin embargo, ello no fue obstáculo para que tuviera la oportunidad de conducir algunas de ellas en aquellos años ’50 y ‘60: ‘Guzzi 65’, ‘Ossa 125’, ‘Lambretta 125’, ‘Vespa 125’, ‘Montesa Brío 81’ y ‘Ducati 125’. Recuerdo que, para obtener el correspondiente Permiso de Conducción de motos, me presenté al examen con una ‘Lambretta 125’ ¡Cuánto llovió desde entonces…! 

CINE
El cine, como otras muchas industrias a lo largo de los años, ha ido evolucionando progresivamente hasta nuestros días. Hoy, por ejemplo, podemos disfrutar del cine en 3D; algo impensable en el ocaso de la primera mitad del siglo XX, en que los de mi generación empezamos a ver nuestras primeras películas.

Recuerdo, en blanco y negro, la saga del Dr. Fu-Manchú: ‘Los tambores de Fu-Manchú’, ‘La venganza de Fu-Manchú’, ‘Fu-Manchú ataca’…, que se proyectaba, en jornadas, en el Cine Arosa. Jóvenes y mayores, esperábamos con impaciencia la llegada del día de proyección. El éxito de público estaba asegurado. ¡Lleno hasta la bandera! He de reconocer, sin embargo, que la calidad, tanto a nivel de filmación como interpretativo, vista desde la distancia temporal, dejaba mucho que desear. Pero era la lógica consecuencia de la precariedad de medios de la época. 

También -¡cómo no recordar!-, las películas de los Hermanos Marx y sus absurdas genialidades: ‘Sopa de ganso’, ‘Una noche en la ópera’, ‘Una tarde en el circo’, ‘Los Hermanos Marx en el oeste’, ‘Una noche en Casablanca’… ¡Únicos e irrepetibles!

Hemos sido testigos de la llegada del ‘Technicolor’, de la ‘Pantalla panorámica’, del ‘Cinemascope’. También, en nuestro otrora pueblo y hoy ciudad, vivimos los estrenos de películas emblemáticas: ‘Robín de los Bosques’, ‘Blancanieves  y los 7 enanitos’, ‘101 dálmatas’, ‘La Dama y el Vagabundo’, ‘Lo que el viento se llevó’, ‘El Mago de Oz’, ‘Las cuatro plumas’, ‘El ladrón de Bagdad’, ‘Quo Vadis’, ‘La Túnica Sagrada’, ‘Moisés’, ‘Los Diez Mandamientos’, ‘Cómo casarse con un millonario’, ‘El crepúsculo de los dioses’, ‘Espartaco’, ‘Ben-Hur’, ‘Cleopatra’, ‘Rey de reyes’, ’55 días en Pekín’, ‘Doctor Zhivago’, ‘La vuelta la mundo en 80 días’, ‘El puente sobre el río Kwai’, ‘Lawrence de Arabia’, ‘El día más largo’, ‘Éxodo’… Y un sinfín de títulos muy significativos en la historia de la cinematografía.