martes, 1 de abril de 2014

Adolfo Suárez. Retazos de la Transición

El martes, 13 de julio de 1976, Adolfo Suárez realizó un viaje relámpago a París en un ‘Mystere’ oficial, para dar garantías a Giscard d’Estaing, que había estado presente en la coronación del Rey Juan Carlos, de que la transformación democrática iba en serio y solicitar de las autoridades francesas colaboración para que los terroristas vascos no estropearan la fiesta. El nuevo Gobierno, presidido por él, había sido recibido con frialdad y escepticismo en las cancillerías europeas y con Giscard el presidente Suárez nunca acabó de entenderse. La primera vez que entró en el palacio del Elíseo, observó que el presidente francés, en vez de salir a su encuentro, le esperaba inmóvil al fondo del pasillo. Entonces Adolfo Suárez se paró y se puso a contemplar un cuadro en la pared, lo que obligó al arrogante Giscard a avanzar hacia él. Se dice que a la hora del almuerzo, Giscard d’Estaing le preguntó a Suárez qué vino elegía. Y Suárez respondió: ‘Ninguno, tomaré un vaso de leche’, lo que se interpretó casi como un sacrilegio: un desprecio a la cultura francesa.

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Parece que, desde la muerte de Fernando Herrero Tejedor -que era el principal candidato- don Juan Carlos pensó en Suárez para encabezar el primer Gobierno de la Corona.

Pocos días después de dejar la Vicesecretaría del Movimiento, Luis María Ansón, según cuenta en su libro Don Juan, recibió una llamada muy especial: El Príncipe llama a Ansón, director entonces de la revista Blanco y Negro. ‘Por favor -le pide-, cuídame a Adolfo Suárez. Es uno de los pocos hombres seguros que tengo en ese sector’. Ansón lo hace lo mejor que puede y organiza un homenaje político de Blanco y Negro al que sólo un año después será presidente del Gobierno de la Monarquía’.

Ansón hace a Suárez ‘político del mes’. José Solís, ante el que el Príncipe también había intercedido a favor del homenajeado, dijo en el acto de homenaje: ‘Adolfo Suárez no es sólo el político del mes. Aquí hay político para muchos meses y para muchos años’.

Solís cumplió también otra petición del Príncipe: que colocara a Suárez al frente de la UDPE (UNIÓN DEL PUEBLO ESPAÑOL), la asociación política que había impulsado Herrero Tejedor. El hijo de éste, Luis Herrero, cuenta también una significativa escena en el Pardo. Acudió la junta directiva de la UDPE a cumplimentar a Franco. Y ante Franco, mientras Fernando Fuertes de Villavicencio, jefe de la Casa Civil del Caudillo, se llevaba las manos a la cabeza, Adolfo Suárez dijo:

‘Esta asociación política no es más que un embrión imperfecto e insuficiente del pluralismo político que será inevitable cuando se cumplan las previsiones sucesorias’.

Franco no parpadeó. Cuando acabó el acto se despidió estrechando la mano a cada uno. Al llegar a Suárez le dijo: ‘Suárez, quédese un momento’. Después le pidió explicaciones: ‘¿Por qué tenía tanto empeño en hablar aquí de democracia?’ Y Adolfo Suárez le respondió:

‘Porque estoy convencido de que es así, excelencia. La llegada de la democracia será inevitable porque lo exige la situación internacional. España es una isla. La gente respeta a Franco, pero no quiere esta situación. La gente quiere homologarse con lo que hay fuera, y cuando usted falte, ese deseo de un futuro democrático para España será imparable…’

Franco guardó silencio, le miró de arriba abajo y le dijo: ‘Entonces, Suárez, también habrá que ganar, para España, el futuro democrático’.

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En el otoño de 1977 se fraguaron los Pactos de la Moncloa, una especie de ‘compromiso histórico’ español. En el gobierno que nace de las primeras elecciones democráticas, de fuerte componente económico, hay unanimidad en que el problema más acuciante es precisamente el de la economía. Se tantean las fórmulas mejores para afrontarlo. El vicepresidente político, Abril Martorell, y el vicepresidente económico, Fuentes Quintana, colaboran activamente al pacto y a la negociación. Este entendimiento previo era además el mejor camino para una Constitución consensuada.

La cita en el Palacio de la Moncloa fue el día 7 de octubre. Los primeros en llegar fueron los vascos y catalanes; luego, los comunistas, con Santiago Carrillo y Ramón Tamames, que estaban muy interesados en alcanzar un acuerdo. Y después, el resto. Los últimos fueron los socialistas: Felipe González, acompañado de Joaquín Leguina. El más pesimista, antes de la reunión, dentro del Gobierno era Fernández Ordoñez: ‘Aquí no va a venir nadie -repetía-, y, si vienen, no vamos a pactar’. Suárez le replicó: ‘Van a venir y van a pactar’.

La sesión se abre a las diez y cuarto con unas palabras del presidente del Gobierno. Suárez explica que la situación económica del país aconsejaba un conocimiento de la misma por parte de todos. Lo que se pretendía era alcanzar, entre todos, un diagnóstico para abordar la crisis. En ese momento, según ha contado el profesor Fuentes Quintana, Manuel Fraga levantó la mano para pedir la palabra y dijo: ‘Señor presidente, si usted piensa que hemos venido aquí para respaldar cualquier política del Gobierno, está en un profundo error, porque el deber de un Gobierno es gobernar y elegir la opción que estime más pertinente, por impopular que pueda ser’. Suárez le respondió que él no pensaba compartir su responsabilidad con nadie, pero sí el conocimiento de los hechos. ‘El que quiera puede colaborar y el que no, puede marcharse’, vino a decir. ‘Y esto -opina Fuentes Quintana- ató al señor Fraga y a toda la mesa para toda la reunión’.

El plato fuerte de la primera sesión fue un discurso del propio Fuentes Quintana, expresado con mucha pasión y que duró una hora. Encontró un apoyo total de Enrique Tierno (PSP), que acudió acompañado de Fernando Morán. A continuación intervino Jordi Pujol. El dirigente catalán dijo: ‘Aquí hay unos números, hay unas cifras, y esos números y esas cifras a mí me cuadran. Quiero saber si hay otros números u otras cifras en el entorno de la mesa’. El tercero en tomar la palabra fue el comunista Santiago Carrillo. Era la intervención más esperada. Carrillo, que había llegado ya a un preacuerdo con Suárez, apoyó el pacto con rotundidad. Fraga puso en duda incluso las cifras ofrecidas, lo que le valió un ‘suspenso’ del profesor Fuentes Quintana, y Felipe González dijo que el programa le parecía digno de discutirse, pero que la discusión iría para largo.

Los Pactos de la Moncloa, como se conocieron enseguida, constaban de unos acuerdos de materia jurídico-política -que no firmó AP-, de una serie de medidas económicas de saneamiento urgente -inflación, desequilibrio exterior…- y las reformas necesarias para repartir con justicia el coste de la crisis, reestructurar los sectores productivos e instaurar de forma consensuada una economía social de mercado. Partían del hecho de que la prolongación de la situación conduciría al ‘colapso económico con gravísimas consecuencias políticas’.

En el acuerdo político se incluía la plena regulación democrática de los derechos de reunión y asociación, de las libertades de expresión e información, y la reorganización de las Fuerzas de Seguridad. En los acuerdos económicos figuraba, además de la política de saneamiento, la reforma fiscal, la del sistema financiero y la de las relaciones laborales.

Los Pactos fueron firmados el día 25 de octubre en el palacio de la Moncloa por Adolfo Suárez, Felipe González, Joan Reventós, Josep María Triginer, Manuel Fraga, Enrique Tierno Galván, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, Leopoldo Calvo Sotelo y Santiago Carrillo.

Dos días más tarde el presidente Suárez los presentaba al Parlamento, como programa.

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En el Senado, presidido por Antonio Fontán, se afianzó el consenso alcanzado en el Congreso, incluso en temas especialmente delicados, como la educación. El ultraderechista Blas Piñar advirtió: ‘Detrás de la Constitución se agazapa el marxismo; el compadreo y el consenso van a constitucionalizar el caos’.

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El espionaje argelino había intensificado su actividad en España, aunque el ministro de Exteriores, Buteflika, lo negara. Dado el enfrentamiento entre Rabat y Argel, el Gobierno español tenía que mantener un difícil equilibrio diplomático en el norte de África. El 27 de enero de 1978, llegaba a Madrid, en visita semiprivada, Hassán II de Marruecos, que había solicitado reiteradamente la invitación oficial. El pretexto fue una cacería. El mal tiempo impidió ir de caza. Los Reyes de España y Marruecos y el presidente Suárez tuvieron tiempo de hablar largo y tendido en La Zarzuela. Hubo momentos en que la conversación entre Hassán II y Suárez se hizo tensa por discrepancias sobre el significado y alcance de una Monarquía parlamentaria y, sobre todo, cuando el monarca marroquí insinuó la posibilidad de invadir Ceuta y Melilla.

-En ese caso -advirtió Suárez- nosotros bombardearemos inmediatamente Rabat y Casablanca.

- No, ustedes no harán eso.

-Esos son nuestros planes. Se lo aseguro.

Al final hubo una especie de compromiso. Hassán II se comprometió a mantener la situación mientras los ingleses siguieran en Gibraltar. Pero no consentiría que España tuviera algún día las dos llaves del Estrecho.

Abel Hernández, en su columna en el YA del 24 de septiembre de 1984, escribía:

“La conversación ocurrió al anochecer de un día lluvioso en el Palacio de La Zarzuela, en pleno período constituyente. Estaban presentes los Reyes de España, el Rey de Marruecos y el presidente Suárez. Hassán II se explayó mostrando sus objeciones a la reforma política iniciada en España. En un momento dado, Adolfo Suárez no pudo contenerse y expresó su ‘más absoluto desacuerdo’ con las opiniones del monarca alauita.

- ¿Qué pasa -inquirió, sorprendido, Hassán II-, que usted quiere subir al ring conmigo?

-  Donde quiera y cuando quiera, señor.

- Está bien. Esperemos a que la Reina se retire a descansar y subimos al ring.

- La Reina se retirará a sus habitaciones cuando lo considere oportuno. Por mi parte ofrezco a la Reina tribuna de preferencia para presenciar el combate.

En este tono comenzó la larga, educada y dura confrontación entre el Rey de Marruecos y el presidente Suárez en presencia de los reyes de España. En un momento determinado, el monarca alauita amenazó:

- Usted sabe de sobra que Ceuta y Melilla no tiene defensa ante un ataque de las Fuerzas marroquíes.

- Es posible que ante un ataque por sorpresa sea difícil la defensa de Ceuta y Melilla, pero sepa Su Majestad que nuestros Ejércitos procederían inmediatamente al bombardeo de Rabat y de Casablanca. ¿Lo ha tenido usted en cuenta?

- ¡Ustedes no harían eso…!

- Eso es lo que está estipulado en nuestros planes estratégicos de defensa. Naturalmente que lo haríamos. Bombardearíamos las principales ciudades de Marruecos”.

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Carta de Adolfo Suárez a Abel Hernández, autor del libro ‘FUE POSIBLE LA CONCORDIA, en la que, el todavía presidente, muestra su actitud hacia la libertad de expresión.

Querido Abel: Estas líneas son de gratitud.

Por el apoyo moral que, desinteresada y noblemente, quisiste prestar siempre, desde tu observatorio periodístico, a una labor que no ha tenido más objetivo que el pueblo español.

Por tus artículos más críticos, nunca empañados por el velo de la enemistad, que me han ayudado muchas veces a ver, limpiamente, el efecto de mi acción sobre la opinión pública.

Por esta colaboración inestimable que sólo se puede pagar con la amistad que ahora, al dejar el puesto ocupado desde 1976, puede ofrecerte tu buen amigo, Adolfo Suárez.

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Adolfo Suárez, apartado de la actividad política, se dedicó intensamente a su familia. Cuando Felipe González o José María Aznar han requerido su consejo, se lo ha dado generosamente.  Mientras viva, llevará dentro el veneno de la política.

En noviembre de 1995 declaraba al New York Times:

‘Soy consciente de que yo he estado presente en un momento histórico importante. Pero no quiero hablar. Tengo graves problemas en mi familia y una deuda con ellos. Además todo lo que digo se distorsiona. Cada vez que digo algo se anuncia que voy a regresar a la política, que voy a volver a fundar un partido. Pero no voy a volver. Nunca’.

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Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.