martes, 27 de marzo de 2012

El Tío Miseria

Cuento, mitad de este mundo, y mitad del otro
Enrique Labarta Pose
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I

Era el tío Miseria el labrador de mejor humor de toda la comarca. Daba gusto ver a aquel hombre siempre alegre, risueño y gracioso, y uno sentía un poco de envidia al verlo tan feliz. ¡Vaya si era feliz! Y tenía por qué serlo; pues, gracias a Dios, al buen hombre nunca le faltó nada en este mundo… para morir de hambre.
     Por su posición social se le podía llamar burgués e incluso podría anotarse en el libro rojo de los anarquistas para el día de las venganzas; porque el tío Miseria era todo un señor propietario, dueño absoluto de una finca de cinco varas de largo, y de una pequeña casa con muchas comodidades, en donde cabían perfectamente de pie, él, su mujer, un hijo y la vaca. Y aún quedaba sitio para cuatro más… poniéndose unos encima de los otros.
     En cuanto a comer, en su casa se comía bien. Por la mañana berzas con agua, a mediodía agua con berzas, y a la noche vuelta a las berzas y vuelta al agua. El estómago del tío Miseria fue consecuente con las berzas toda la vida y les guardó fidelidad hasta su muerte. ¡Tajadas… ni verlas! ¡Nunca quiso trato con ellas!
     El tío Miseria era además todo un hombre importante: un ciudadano libre al que el Gobierno colmó generosamente, hasta la coronilla, de derechos civiles y políticos. Como tenía derecho a pensar… que no tenía dinero, o a casarse y tener hijos, o a comer berzas y beber agua de la fuente, o a votar… ¡Y hasta de reventar! Y todo eso a cambio de  poca cosa, total, unas pesetillas de contribución por la huerta, otras pocas por la casa, algunas más por el consumo de berzas, y el importe de tres cédulas: la suya, la de su mujer y la del hijo. ¡Y hasta hubo quien quiso hacerle pagar la de la vaca, por cuestión de analogía!
     Era también el tío Miseria un hombre ilustrado, gracias al Gobierno, que le puso una escuela en la parroquia para que aprendiese todo lo que puede enseñar un maestro de incompleta al que el Ayuntamiento le pagaba, por trimestres vencidos, todos sus haberes. ¡Pero aquellos trimestres debían de ser valientes como rayos, pues el pobre maestro, por mucho que peleó con ellos, nunca consiguió verlos vencidos!
     Aquel dómine incompleto, le enseñó al tío Miseria muchas cosas. Por supuesto el primer día de escuela le enseñó los codos rotos, dos ventanas en el pantalón con vistas interiores y unas botas tan alegres que se reían a carcajadas entre el material y las suelas.
     Le enseñó también que al que tiene cuatro pesetas si le sacan dieciséis reales no le queda ni un céntimo, que las letras del abecedario son letras que no se cobran, y que el que no come… ayuna.
     Además de eso aprendió el tío Miseria, sin que nadie se las enseñase, todas las verdades de Pero Grullo, y otras muchas cosas que no tenían desperdicio.
     Sabía que el mundo es cuadrado, ¡que no es poco saber! Sabía que en la Tierra solamente hay dos naciones: España y la Morería; y que la humanidad se compone de cristianos, moros y judíos, siendo estos últimos los más numerosos. ¡Casi tenía razón!
     Sabía que un hombre de bien no debe ampararse en la justicia, sino huir de ella como del fuego, y que todas las leyes se resumen en una: la ley del embudo.
     Sabía también que el infierno es un horno muy grande lleno de sapos y culebras, que está debajo de nosotros (aunque a veces dudaba si tendremos otro dentro); y el cielo, una bendita tierra en donde no se trabaja, ni se comen berzas, ni se paga contribución.
     Y sabía, de muy buena tinta, que el secretario del Ayuntamiento, el diputado del distrito, el jefe de la política y el señor Picote (que era el más rico de la parroquia y prestaba dinero al sesenta por ciento de interés), irían todos al infierno de cabeza, llevados, uno después de otro, debajo del brazo, por el mismo demonio en persona; mientras que a él, el pobre tío Miseria, ya le tenía Dios preparado un buen sitio en el cielo, a su derecha, por todas las calamidades que estaba pasando en este mundo.
     Pensando en eso, ¡qué feliz se consideraba el tío Miseria! No cambiaría su piel, por la del mismo rey en persona; porque, como él decía:
     -¡Para el tiempo que he de estar en este mundo lo mismo me da comer berzas que carne de pollo, porque en el otro ya me desquitaré!
     Y esperando el desquite, nuestro hombre, qué duda cabe, tenía que ser el más feliz de la parroquia.
     Por eso, cuando llegó el día en que ya ni las berzas eran suficientes para matar el hambre de todos los de aquella casa, y fue necesario embarcar para Buenos Aires a su único hijo, mientras su mujer lloraba desconsoladamente, el tío Miseria, aunque la procesión andaba por dentro, exclamaba frotándose las manos:
     -Calla, mujer, calla. ¡Deja que se vaya! Cuantas más desgracias nos vengan en esta vida, más satisfacciones nos esperan en la otra. ¡Hoy ganaremos por lo menos… ocho ferrados de gloria!
     El tío Miseria para poder enviar a su hijo a las Américas, se empeñó aún más de lo que estaba. Le hizo ropa nueva, pagó muchos duros para pasar por alto lo del servicio militar, y cuando fue a despedirlo al barco le metió en el bolsillo sus últimos ahorros, y, dándole un beso y un abrazo, le dijo:
     -Adiós, hijo mío. Si no volvemos a vernos en este mundo y yo me muero antes, cuando tú te mueras, pregúntale a San Pedro por mí, que él te conducirá hasta donde yo esté. Así que… hasta entonces y no llores, que por llorar no te van a dar nada.
     La pregunta que el tío Miseria le encargó a su hijo para San Pedro, ya tuvo ocasión de hacerla a los dos meses de llegar a Buenos Aires. El pobre chico se murió de pena. Y antes de morir, revolviéndose en la cama del hospital, de vez en cuando entornaba los ojos y soñaba… soñaba con las berzas de la casa de su padre.
     Y el enfermero decía:
     -¡Si será burro el del número 6 ! ¡Le estamos dando caldo de gallina, y no hace más que suspirar por las berzas!
     Al tío Miseria, cuando se enteró de la muerte de su hijo, se le puso un nudo en la garganta y estuvo dos días sin probar las consabidas berzas (aquellas berzas que eran algo así como el blasón de la familia), pero al tercer día, echó el nudo hacia abajo y exclamó:
     -¡Quién como él! ¡A estas horas estará en el cielo dándose la gran vida; y yo aquí tragando berzas! ¡No merezco perdón de Dios, si me pongo triste por él!
     Y se puso a reír a carcajada limpia…
     ¡Cuando yo digo que el tío Miseria era el hombre más feliz de la parroquia…!
     Al día siguiente vinieron del Juzgado a notificarle al tío Miseria el embargo de todos sus bienes inmuebles, muebles… y la vaca; pues el señor Picote, a quién nuestro viejo acudía en caso de apuros económicos, compadecido de su situación, le había prestado un dinero que, con el sesenta por ciento de intereses, sumaba más que la cuenta del Gran Capitán. Y como el último plazo había vencido hacía cuatro días, y el señor Picote era un hombre muy justo y puntual en todas las cosas, se echó sobre el tío Miseria para cobrarle el capital y los intereses, todo junto.
     ¡Y eso estaba muy bien! El señor Picote era un hombre rico, soltero y sin obligaciones; pero eso no se le hace. ¡A cada uno hay que darle lo que es suyo!
     Además el tío Miseria no tenía ningún gobierno y llevaba una vida de clérigo, en lugar de hacer economías para pagar a quién debía. ¡Sí, sí, nuestro hombre pasaba de largo! ¡Un día se comió cuatro berzas… y le bastaba con una!
     Cuando el juez le notificó el embargo, el tío Miseria hizo un punto de muiñeira con la alegría y exclamó:
     -¡¡Hala, carajo! ¡Llueven las desgracias sin tregua! Mejor que mejor. Hoy he ganado seis ferrados más en el cielo.
     Pero su mujer, la viejecita, no estaba muy conforme con aquellos pedazos de terreno, que su marido iba adquiriendo en el mundo de la verdad, ni quería convencerse de la buena suerte que les entraba por la puerta.
     -Mira, hombre -le dijo al tío Miseria- si por cada desgracia que nos cae encima, ganásemos solamente una cuarta de terreno en la gloria, ya éramos hoy dueños de las dos terceras partes del cielo.
     -No digas herejías, mujer.
     -El hereje eres tú, que por lo visto quieres que nos hagamos con toda la fincabilidad de Dios Nuestro Señor. Lo mejor es que te dejes de historias, y vayas a hablar con el señor Picote a ver si nos da quince días más de plazo antes de embargarnos los bienes.
     -Bueno, mujer. Voy allá, por complacerte, pero me da el cuerpo que he de sacar del señor Picote… lo que sacan los pollos de la rapiña.
     Y dale que dale, allá se fue el tío Miseria, camino de la villa, donde pasaba los inviernos el señor Picote.
     Éste no estaba en casa, y nuestro viejo tuvo que esperarlo en el portal. Allí estuvo más de una hora, hasta que vio aparecer en medio de seis amigotes al señor Picote, de chistera y levita, y más tieso que un gallo.
     Era el tal señor, uno de esos ricos demócratas y campechanos que se desviven por mejorar la situación de la clase trabajadora; esa clase infeliz que, como él decía, es preciso redimir a toda costa. (Y antes de redimirla… comenzaba redimiéndole los bienes).
     En aquel momento venía de una Reunión Obrera, donde predicara aquella tarde, pidiendo, entre salvas de aplausos, mucha igualdad, mucha libertad y mucha fraternidad; pero mucha, muchísima, por lo menos… ¡un sesenta por ciento!
     Al ver al tío Miseria, se adelantó el señor Picote a los demás amigos, sombrero en mano, se arrodilló delante de él; con gran asombro del viejo que, de pie, también descubierto, y con la boca abierta de un palmo, lo miraba creyendo que se había vuelto loco.
     -¿Qué es esto? ¿Qué hace usted? -dijeron sus amigos acercándose-.
     -Arrodillaros todos -respondió el señor Picote-. ¿Veis a este hombre de calzones? Pues bien, aquí tenéis un fiel representante, de esa pobre clase que sufre y calla, que trabaja y no come…
     -¡Señor; usted habla como un libro! –Interrumpió el tío Miseria-. ¡Pero… levántese!
     -Sí -continuó el señor Picote-. ¿Y todo eso para qué? Para mantenernos a nosotros los ricos.
     -¡Qué razón tiene! -Volvió a interrumpir el tío Miseria-.
     -Sí; aquí lo tenéis; al pobre labrador. Prometeo…
     -Yo no me llamo Mateo, señor.
     -Prometeo del trabajo, eterno esclavo de la tierra, que va regando con su sudor y sus lágrimas. Sin los labradores ¿qué sería de nosotros? ¡Hay del día que sepan lo que valen, y se levanten todos para reclamar lo que se les debe!
     -¡A mi no me debe nada, señor! Soy yo el que le debo…
     -Entonces el conflicto agrícola, será aún de más difícil solución que el de la clase obrera. Por eso a estos infelices, que son más castigados y los que menos reclaman, debemos… redimirlos a toda costa.
     Y dicho esto, en medio de los aplausos de los otros amigotes, le dio un beso y un abrazo al tío Miseria, que sin saber lo que le pasaba, se decía asimismo:
     -A este hombre le debió de tocar Dios en el corazón. Me parece que no se contenta con darme quince días de plazo. ¡De esta, me perdona los intereses!
     Mientras, se despidió el señor Picote de sus amigos, que marcharon exclamando:
     -¡Este sí que es lo que se llama un hombre! ¡Si todos los ricos fueran como él, que bien andaría el mundo! ¡Ganaba por lo menos… un sesenta por ciento!
     Cuando quedaron solos el tío Miseria y el señor Picote, dijo este, cubriéndose y cambiando de tono:
     -Vamos a ver, ¿qué te trae por aquí? ¿Vienes a pagarme?
     -Señor -respondió el tío Miseria dándole vueltas en la mano a la montera-, yo a lo que venía era… a pedirle…
     -¡Huy! ¡Malo! ¡Malo! ¡Siempre estáis pidiendo!...
     -Señor, yo quería que ordenase suspender el embargo.
     -Bueno, pues… págame.
     -Señor, yo no puedo pagarle. Si usted me diese un plazo de quince días…
     -¡Bah, bah, bah! ¡Con qué cuentos me vienes! ¿Tú eres tonto o te haces?
     Señor, compadézcase de mí. Soy un pobre labrador, como muy bien decía usted.
     -Lo que sois todos vosotros es un atajo de desvergonzados.
     -Pero, ¿Usted no decía…?
     -¿Qué decía yo? ¡Cosas que tú no entiendes! ¡Yo hablaba en general! En fin… hombre… déjate de historias y sal por esa puerta.
     -Señor, y si me embargan mañana, ¿dónde me meto yo con mi mujer?
     -¡Métete en el infierno! ¡A  mí qué me cuentas!
      Y de un empujón, lo echó a la calle dándole con la puerta en las narices.
     El tío Miseria, quedó como quien ve visiones y se marchó hacia su aldea diciéndose asimismo:
     -¡Esto ya lo esperaba yo! ¡Pero mi mujer es tan terca! ¡Bueno! ¡Qué le vamos a hacer! ¡Alégrate, viejo! Hoy ganaste otro ferrado de sembrado en el cielo.
     Al día siguiente fue la justicia a embargarle todo cuanto tenía; y cuando vio la vaca fuera, el tío Miseria, dándole un abrazo exclamó:
     -A esta sí que no la vuelvo a ver ni en este mundo ni en el otro. ¡Pero… no importa! ¡Ya me darán vacas en el cielo!
     Cuando el tío Miseria y su mujer se encontraron fuera de su casita, en medio de la huerta y sin más fortuna que lo que llevaban puesto, su compañera se convenció, al fin, de que los dos eran ya felices y dueños al menos de las tres cuartas partes de la gloria, y, llena de satisfacción, le dio un patatús con la alegría, marchándose para el otro mundo en un santiamén.
     ¡La pobre vieja, sin duda, se daba prisa para tomar posesión de los bienes que ella y su marido habían adquirido en el paraíso.
     El tío Miseria acompañó el cadáver hasta el cementerio, metió la caja en la fosa, le echó tierra encima y luego, arrodillándose y mirando al cielo, exclamó:
     -Adiós, compañera mía.  Dale un abrazo a nuestro hijo, y hasta luego. ¡Esperarme cualquier día de estos!
     Efectivamente, el pobre viejo no tardó un mes en ir a reunirse con su familia.
     Una mañana apareció muerto dentro de las ruinas del antiguo palacio de un señor de horca y cuchillo.
     ¡Murió de hambre… que es la manera más económica de morir que se conoce!

D. E. P.


II

     Al despertar el tío Miseria en la otra vida, comenzó a subir más rápido que un rayo; y allá arriba, en la mitad del camino, entre el cielo y la tierra, abrió los ojos del alma, y se quedó atónito de admiración.
     ¡La cosa no era para menos!
     ¡Allá, en las profundidades del espacio, el mundo, lleno de Picotes, y tíos Miserias, giraba cuesta abajo, hundiéndose cada vez más en la oscuridad de los abismos sin fin. Encima y por los lados, otros millares de millones de mundos, caminaban, Dios sabe hacia dónde, dando vueltas y vueltas igual que ruedas de molino.
     -¡Yo aquí me voy a perder! -exclamó el tío Miseria mirando hacia abajo, al planeta que dejara para siempre, y que, cada vez más lejos, parecía una luciérnaga que se iba apagando y apagando, hasta que al fin, desapareció… allá… en las inmensas negruras del infinito-.
     -¡Vete con Dios! -Dijo nuestro viejo-. ¡El mundo en el que estuve no era nada! ¡Parece mentira que peleemos tanto unos con los otros dentro de aquel grano de maíz! ¿Cuándo llegaré al cielo? Seguro que ya me están esperando con fuegos artificiales y gaitero. ¡Hay, carajo, me voy a desquitar de todos los malos tragos que allá abajo me hicieron pasar!
     En estas y otras conversaciones consigo mismo iba embobado, cuando de repente se encontró a la puerta de una casa muy grande pintada de rojo.
     -¿Será este el cielo? Voy a llamar.
     Y dio tres golpes que sonaron como tres cañonazos.
     Se entreabrió la puerta, y salió por ella una llamarada que lo echó hacia atrás.
     -¡Demonio! –Exclamó el tío Miseria-. ¡Aquí parece que están cociendo pan de maíz!
     -¿Quién rayo anda ahí? -Preguntaron desde dentro-.
     -Un difunto, señor.
     -¿Y de dónde vienes?
     -De Xallas, para servir a Dios y a usted.
     -Servirlo a él y a mi al mismo tiempo, es un poco difícil.
     -Será, señor.
     -¡Calla! ¿Tú eres Picote? Casualmente te estábamos esperando.
     -Disculpe, pero yo soy el tío Miseria.
     -¡El tío Miseria! ¿Y qué se te perdió aquí? Si no te vas de aquí a toda prisa, cojo un tizón y te quemo el alma.
     -No se enfade, señor.
     -Poca conversación, y sigue tu camino, que en el infierno maldita la falta que haces.
     -¡Válgame Dios! ¡Vine a parar al infierno! ¡Nunca pensé que quedara tan arriba -exclamó el tío Miseria-. Por eso… ya me daba mala espina! ¡Aquí huele a cuerno quemado! Y por lo visto debió de morir también el señor Picote, pues ya lo están esperando. ¡Adelante! ¡Malo será que no encuentre el cielo!
     Y siguió, sube que sube, hasta que allá arriba, muy arriba, entre árboles de oro con hojas de perlas, vio una puerta muy grande que tenía por clavos soles.
     -¡Esta es la puerta de la gloria! ¡No me cabe duda! ¡Apuremos el paso! ¡Qué buen recibimiento voy a tener!
     Al decir esto, sintió un ruido de pasos a sus espaldas, miró hacia atrás, y… ¡asombroso! ¡Vio al señor Picote en persona, que llevaba el mismo camino que él!
     -¡Nunca Dios tal mal me diera! ¡El señor Picote por estas alturas!
     -¡Hola, tío Miseria! -dijo el señor Picote acercándose-, ya me enteré que murieras el mismo día que yo, y me alegro de verte, porque quería pedirte perdón por todo el mal que te hice allá abajo.
     -¡Hum, hum! -Respondió el tío Miseria, meneando la cabeza- usted quiere repetir la burla de aquel día en el portal de su casa. ¡Pues ahora no estamos para burlas!
     -Te lo digo de verdad.
     -Entonces… no hable de eso. Yo le perdono de corazón: la cuestión es que también Nuestro Señor le perdone todo lo que ha hecho.
     -Dios ya me perdonó. Me arrepentí en la hora de la muerte de todos mis crímenes.
     -Mire; yo no le deseo mal, pero he de decirle una cosa.
     -¿Qué es ello?
     -Hace un ratito estaban esperando por usted en el infierno. ¡Lo sé de buena tinta!
   -Si; pero cuando me esperaban aun no hiciera acto de perfecta contrición. El arrepentimiento fue cuestión de un segundo.
     -Pues… me alegro y… sigamos delante. Aquí parados no hacemos nada. Diga, eso que se ve, ¿será la gloria?
     -Sí, hombre, sí. Ya lo dice el letrero que tiene encima. ¿Tú no sabes leer?
     -Sí, señor, pero soy de vista cansada y se me olvidaron los lentes. Me quedaron debajo de la tierra, en el bolsillo del pantalón.
     A todo esto llegaron a la puerta de la gloria, y el señor Picote se adelantó a llamar.
     -¿Quién anda ahí? -Preguntó San Pedro-.
     -Señor; yo soy Picote.
     -¡Ya tenemos aquí al señor Picote! -gritó San Pedro, tocando palmas de alegría.
     Y las puertas del cielo, se abrieron de par en par, en medio de vivas, música y fuegos artificiales.
     -Cuando reciben a ese con tanta fiesta, ¿qué será a mí? -dijo el tío Miseria para sus adentros-; y trató de meterse por la puerta, detrás de su compañero de viaje.
     -Eh, paisano, ¿a dónde vas? -le dijo San Pedro con malos modos, empujándolo hacia fuera.
     -¡Señor San Pedro -exclamó el pobre viejecito- yo soy el tío Miseria! ¡Dios mío! ¡También aquí!
     -¿Quién eres? -Preguntó San Pedro desde dentro-.
     -El tío Miseria, señor.
     -Grita más, que con el estruendo de los cohetes no oigo bien.
     -¡El tío Miseriaaa!... -exclamó nuestro hombre a grito pelado-.
     -¿Así que tú eres el tío Miseria? ¡Bueno! ¡Entra, y no armes escándalo en la puerta!
     Abrieron media hoja, y el tío Miseria entró en el cielo sin que nadie saliera a recibirlo.
     -¿Dónde está mi parienta y el hijo? -fue lo primero que preguntó-.
     -Búscalos, que por ahí andarán -respondió San Pedro volviéndole la espalda-.
     El pobre  viejo se quedó paralizado y sin atreverse a pasar de la portería.
   -¡Ay! -Exclamó sentándose en un rincón-. Al señor Picote, lo reciben aquí con música y cohetes, y a mí, después de tantos méritos, me tratan como a un perro. ¡Adiós a mis esperanzas! ¡Por lo visto en este mundo les hacen a los pobres lo mismo que en el de abajo! ¡Salí de un soto… y me meto en otro!
     En esto, Dios Nuestro Señor, que casualmente pasaba por allí, al ver al tío Miseria, triste y pensativo y acurrucado, se acercó a él, lo cogió por una mano, lo levantó del suelo, y le dijo:
     -¡Vente conmigo, tío Miseria, que yo te llevaré con tu mujer y tu hijo para que os sentéis los tres a mi lado por toda la eternidad!
     -Gracias, Señor, gracias -Exclamó el tío Miseria- si no fuera por usted, aquí nadie me hacía caso. ¡Como soy un pobre!... ¡Si fuera rico como el señor Picote!
     -Aquí no hay pobres, ni ricos -le respondió el Señor bondadosamente-.
     -Puede que usted tenga razón; pero…
     -Ya sé que te pareció mal que al señor Picote lo recibiesen mejor que a ti.
    -Señor -dijo el tío Miseria rascándose la cabeza-, eso a mí, ¿por qué me había de parecer mal?
     -¡Mira, que aquí no vale mentir!
    -¡Pues… si he de decir la verdad, yo esperaba otro recibimiento! ¡Solamente usted sabe lo mucho que he sufrido con paciencia para ganar la gloria!
     -Ya lo sé, ¿pero tú ignoras por qué a Picote lo recibieron mejor que a ti?
     -Yo, Señor… si usted no me lo dice…
   -Pues te lo voy a decir. La entrada en la gloria de un pecador arrepentido, nos regocija más que la de cien justos. ¡Estamos tan poco acostumbrados a eso! Aquí Picotes, llega uno por casualidad, de mil en mil años; tíos Miserias, como tú, ¡entran cientos a todas las horas!


FIN

Original escrito en gallego.
Traducción libre al castellano: Robert Newport – 4 de diciembre de 2005

ENRIQUE LABARTA POSE (Baio, Zas, 1863 – Barcelona, 1925) estudió derecho en Santiago de Compostela, en donde conoció a Valle Inclán y Alfredo Brañas, y después vivió en Pontevedra. Fue un activo periodista y fundó y dirigió muchas publicaciones en las que puso de manifiesto su tendencia al humorismo satírico. Es autor de una extensa obra poética de carácter costumbrista y popular, así como de un gran número de cuentos entre los que consiguió mucha popularidad El tío Miseria.

lunes, 26 de marzo de 2012

Pensamientos no filosóficos


MI-AU
Autor desconocido

Fue la hipotenusa y dijo: “cada uno por su lado”, y formaron el triángulo.

Podría aducirse que los bajitos están de menos, y que los altos, de más.

El centauro es un hombre a galope de sí mismo.

A la cajetilla a punto de agotarse la miramos con menos humos.

La de los beatles, me(le-)nuda música.

Hay quien cuida la ortografía sin falta.

La flor le pone el acento de utilidad al búcaro.

Eufemismo: machismo disfrazado.

Las familias pudientes sólo tienen ideas acomodadas.

El misil es el resultado de la mala idea que tienen algunos.

La generosidad es un rasgo de rapidez entre bolsillos iguales.

Uno debe ser cínico por puro cinismo.

Que no, hombre, que no: el hombre es sociable por naturaleza, no socialista.

Discotoca: en ambos sentidos.

Tú también serás ancianito; sino, al tiempo.

Justa correspondencia: que las cartas lleguen en tiempo razonable.

Al folio por escribir se le queda la mente en blanco.

Compran sobre solar y ya poseen piso hipotecado en el aire.

Honrado, pero pobre.

Cuánta gente se cree gran personaje y qué pocos lo somos.

A las sábanas, antes de lavarlas, hay que sacudirles las pesadillas.

El testigo falso miente de verdad.

Todo el mundo aspira a un trabajo, para colocarse.

Erudito: un señor que sabe más.

Erudita: una señora que no sabe menos (por si las feministas).

Cuando no pensamos nada, estamos pensando en lo mismo.

Hay jugadores de baloncesto que superan los dos metros, pero de ahí no pasan.

La propia estimación empieza por el desprecio de los demás.

Hay gente tan perversa que sólo tiene buenas acciones en bolsa.

La inteligencia, puesta a trabajar, siempre tiene empleo.

La esperanza es lo último que se pierde, si aún queda.

Les llamamos “los de-más”, porque, estando nosotros, ¿qué pintan ellos?

Con la publicidad, a la sopa de sobre le hacen el caldo gordo.

Dicen que la “instancia” es el olvido (con música).

¡Qué descaro el de los autoestopistas, que hoy, en plena democracia, siguen viajando a dedo!

En los certámenes feriales, las firmas son porque “stand”.

Los manicomios están ocupados al tonto por ciento.

Claro que soy pacifista: quiero que me dejen en paz.

Al humorista, a poco que se descuide, lo toman por carne de coñón.

Rumor de olas: chismes de naufragios.

Pobre: nada en dinero.

No es que el paro descienda en verano: es que hay más gente de vacaciones.

La gente que nos mira francamente nos somete a dictadura implacable.

La pesadilla sí que nos quita el sueño.

El enano, junto al bajito, establece una pequeña diferencia.

Los políticos son caras conocidas.

Aparcamiento: la conquista del espacio.

No des malos consejos: vende los buenos.

Al hipocondríaco le duele lo que a todo el mundo, sólo que va contándolo.

Cuando no se nos ocurre nada, ¿en qué estaremos no pensando?

Los apátridas son extranjeros en ninguna parte.

En tiempo de censura, televisión, radio y prensa son miedos de información.

A mí, estas cosas se me ocurren pensándolas.

Con el top-less, las mujeres se quedan de una pieza.

Hay quien se empeña en no ser sensato porque es consciente.

El escritor, en las páginas amarillas sería fontanero de la pluma.

Un hombre bien vestido es aquel a quien se le mira bien.

Cuando decimos: “Modestia aparte”, no se trata de camas separadas.

El que te pide tabaco es fumador por cuenta ajena.

Algunos se preguntan si el canal de la Mancha tendrá segunda cadena.

Nos condenan a dos cadenas perpetuas de televisión.

Hay quien no se encuentra en el baño de asiento si no le facilitas el volante.

Algunos beben para olvidar que jamás han sido abstemios.

Atracan una sucursal con apertura retardada y se quedan a desayunar.

Ya quisieran, ya, los hambrientos comer a hurtadillas.

El ayuno bien entendido es como un atracón de hambre.

Hay gente digna de mención a la que no mencionamos.

En la carrera de la moda, la minifalda gana por piernas.

Los escoceses usan minifalda porque les sale de la gaita.

“Té odio”, dicen los partidarios del café.

Quienes escupen en público, nos dejan a la expectorativa.

La amargura es una triste gracia.

La mirada del ojo de cristal tiene un no sé qué de pecera.

Las caries sí que se ríen entre dientes.

El enano es un bajito profundo.

En esto soy inflexible: en cuanto se me presenta una idea, le pido que se cuadre.

No soy vago por falta de ganas.

No te burles del hijo de soltera: puedes ser su padre.

Campeón de braza. Nada más.

El ancla, en el fondo, tiene razón.

La cara oscura de la luna del armario esconde las arrugas.

Estoy en plena baja forma.

Yo nada tengo contra esa gente de clase, sino contra esa clase de gente.

La botella de champaña celebra todas las fiestas.

Una playa es un lugar donde se asan al sol las multitudes que han salido a refrescarse.

El calor dilata los cuerpos, por eso, en verano, los días son más largos.

Al llegar el buen tiempo, los habitantes de la ciudad salen de ella en busca de la soledad; ¡lástima que todos vayan a buscarla a los mismos sitios!

Dos son los platos típicos de las vacaciones: la tortilla con arena y la tortilla con hormigas.

Saber vivir

Autor desconocido

U
n profesor, delante de los alumnos de su clase de filosofía, sin decir una palabra, cogió un bote grande de vidrio y procedió a llenarlo con pelotas de golf. Después preguntó a los estudiantes si el bote estaba lleno. Los estudiantes estuvieron de acuerdo en decir que sí.

El profesor cogió una caja llena de perdigones y la vació dentro del bote. Estos llenaron los espacios vacíos que quedaban entre las pelotas de golf. El profesor volvió a preguntar de nuevo a los estudiantes si el bote estaba lleno, y ellos volvieron a contestar que sí.

Después el profesor cogió una caja con arena y la vació dentro del bote. Por supuesto que la arena llenó todos los espacios vacíos y el profesor volvió a preguntar de nuevo si el bote estaba lleno. En esta ocasión los estudiantes le respondieron con un sí unánime y rotundo.

El profesor, rápidamente, añadió dos tazas de café al contenido del bote y, efectivamente, llenó todos los espacios vacíos entre la arena. Los estudiantes reían. Cuando la risa se fue apagando, el profesor les dijo:

“Quiero que os fijéis en que este bote representa la vida. Las pelotas de golf son las cosas importantes, como la familia, los hijos, la salud, los amigos, el amor, cosas que te apasionan. Son cosas que, aunque perdiéramos el resto y sólo nos quedasen estas, vuestras vidas aún estarían llenas.

Los perdigones son las otras cosas que nos importan, como el trabajo, la casa, el coche… La arena es el resto de las pequeñas cosas.

Si primero pusiéramos la arena en el bote, no habría espacio para los perdigones, ni para las pelotas de golf. Lo mismo sucede con la vida. Si utilizáramos todo nuestros tiempo y energía en las cosas pequeñas, no tendríamos nunca lugar para las cosas realmente importantes. Prestad, pues, atención a las cosas que son cruciales para vuestra felicidad.

Juega con tus hijos, concédete tiempo para ir al médico, ve con tu pareja a cenar, practica tu deporte o afición favorita. Siempre habrá tiempo para limpiar la casa, para reparar la llave del agua. Ocúpate primero de las pelotas de golf, de las cosas que realmente te importan. Establece tus prioridades. El resto es arena”.

Uno de los estudiantes levantó la mano y le preguntó qué representaba el café. El profesor sonrió y le dijo:

“Me encanta que me hagas esa pregunta”. El café es para demostrar que, aunque tu vida te parezca llena, siempre hay un lugar para dos tazas de café con un amigo”.

Juventud


Autor desconocido

La juventud no es una época de la vida, es un estado de la mente; es un temperamento de la voluntad, una cualidad de la imaginación, el vigor de las emociones, el predominio del valor sobre la timidez, del apetito aventurero sobre la comodidad.

Nadie envejece por el mero hecho de vivir cierto número de años; los humanos envejecen por desertar de sus ideales; los años arrugan la piel, pero la falta de entusiasmo arruga el alma. El pesar, la duda, la propia desconfianza, el temor y la desesperanza, representan esos largos años que doblegan la cabeza y hacen que el espíritu vaya al polvo.

Igual a los setenta que a los dieciséis, existe en el corazón de todo ser el amor por lo admirable, la dulce admiración por las estrellas y por las cosas y pensamientos que brillan como las estrellas; el valeroso desafío a los acontecimientos, el infalible apetito infantil por lo que ha de venir después y el goce del juego de la vida.

Eres tan joven como lo sea tu fe y tan viejo como lo sea tu duda; tan joven como tu confianza en ti mismo y tan viejo como tu temor; tan joven como tu esperanza y tan viejo como tu desesperación.

Mientras tu corazón sea capaz de recibir los mensajes de la belleza, del ánimo, del valor, de la grandeza y del poder de la tierra, del hombre y del infinito, serás joven.

Cuando los cables mensajeros se hayan caído y todo dentro de tu corazón se haya cubierto con las nieves del pesimismo y los hielos del cinismo, será entonces cuando verdaderamente habrás envejecido y quiera el Señor tener piedad de tu alma.


miércoles, 21 de marzo de 2012

Cartas a un amigo imaginario, 2011


22 marzo 2011


Amigo imaginario:

En esta primera carta del año 2011, quiero comentarte tres asuntos. Los dos primeros, me preocupan y me indignan. Y el tercero, está a punto de conseguir que pierda los buenos modales y la educación que siempre, o casi siempre, me ha caracterizado.

En la prensa del  pasado día 8 de este mes de marzo, formando parte de una entrevista, aparece el siguiente titular: “Se nos está imponiendo el ahorro a costa de la salud”. Al leerlo, como es natural, siento curiosidad y me sumerjo en la entrevista que J. M. Orriols, redactor del periódico La Voz de Galicia, le hace a Eduardo Rodríguez-Farré, miembro del Comité Científico de la Unión Europea.

El doctor Rodríguez-Farré, que dirigió durante muchos años el departamento de farmacología y toxicología del CSIC en Barcelona, advierte de los peligros de las bombillas de bajo consumo. Dice, por ejemplo, que se retiraron los termómetros de mercurio por su toxicidad, siendo menos peligrosos que las actuales bombillas. Si, accidentalmente, llegamos a tragar mercurio de un termómetro, nuestro organismo no lo absorbe. Sin embargo, si nos exponemos al vapor de mercurio que desprende una lámpara al romperse, éste se acumula en nuestro organismo afectando al sistema nervioso. El daño -advierte este doctor-, es mucho mayor en un niño, y especialmente en un feto, debido a que afecta al desarrollo cerebral.

El doctor Rodríguez-Farré, como experto en la materia, asegura que la situación es muy preocupante. Y facilita los siguientes datos: “En España hay 550 millones de bombillas. Cuando sean todas de bajo consumo, tendremos una tonelada y media de mercurio en vapor que nos estará amenazando”. Y continúa diciendo: “Yo, realmente, quedé sorprendido cuando comprendí la magnitud del problema y, sobre todo, cuando veo que primero se ponen en el mercado y después se analizan las consecuencias. Estamos ante una gran contradicción entre los beneficios económicos y los riesgos, y esto es una grave irresponsabilidad”.

Después de leer esto, amigo mío, creo que hay motivos más que suficientes para estar preocupados e indignados. Y, también, para maldecir a los hijos de puta que anteponen los intereses económicos a la salud de los ciudadanos. A veces, sobre todo últimamente, pienso si no será que quieren acabar de una puñetera vez con los parados y pensionistas -pues no dejan de recordarnos que son (somos) una carga para las arcas del Estado-, y esta podría ser una nueva forma de exterminio.

La segunda cuestión, querido amigo, está relacionada con las centrales nucleares. Ya lo he mencionado en otra carta hace algún tiempo. Lo sé. Pero, los últimos acontecimientos -terremoto y tsunami en Japón-, han puesto de manifiesto el alto riesgo de la energía nuclear. Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, las contradictorias opiniones de los expertos no son, precisamente, tranquilizadoras.

Javier Quiñones, investigador CIEMAT: “¿Alguien puede imaginar alguna catástrofe natural peor? Y si las centrales aguantaron, no se puede dudar de su seguridad”.

Ignacio Durán, catedrático de física nuclear: “Este accidente no pone en duda la seguridad de las centrales nucleares, pero deben extraerse lecciones, como mejorar las bombas de refrigeración y los sistemas de control de hidrógeno”.

María Teresa Domínguez, presidenta Foro Nuclear: “Espero que este accidente no ponga en duda la seguridad de las centrales nucleares. Lo que ha demostrado el accidente de Japón es que una central nuclear puede aguantar hasta la catástrofe más extrema. Es un hecho que nos refuerza”.

Carlos Bravo, portavoz de Greenpeace: “Este suceso no es puntual y debe de llamar a la reflexión sobre la energía y la seguridad nuclear. No hacerlo sería bastante irresponsable”.

Eduardo Rodríguez-Farré, radiobiólogo del CESIC: “Esto no ha hecho más que empezar, lo peor está por llegar”.  “La radiactividad de Japón ya se ha detectado en Rusia, en Vladivostok, esto es como un Chernóbil a cámara lenta”.

Luego, para inquietarme más, leo los posibles efectos de la radiación: cáncer de piel, posible destrucción de la glándula tiroides, cáncer de pulmón, cáncer de mama, daños en el tracto intestinal, daños en el sistema reproductivo, pérdida de glóbulos blancos (por lo que bajan las defensas ante infecciones) y daños en la médula ósea. Todo un abanico de posibilidades de sufrimiento asegurado antes de palmarla. Y no sigo, porque estoy empezando a ponerme de mala leche y no quiero, bajo ningún concepto, que me tildes de maleducado.

Por último, paciente amigo, otra cuestión que me incomoda, y que me obliga a reprimir el deseo de proferir ciertos improperios, es la catarata de llamadas de las compañías operadoras de telefonía e Internet, con sus inigualables e insuperables ofertas.

Te llaman a cualquier hora, cualquier día de la semana -incluidos domingos y festivos-, con una frecuencia abusiva, y su insistencia es realmente insufrible. Descuelgas el teléfono y preguntas ¿dígame? ¿Quién es? O, simplemente ¿si? Y, sin comprender de dónde sacan tanta información, te dicen tu nombre y apellidos, con qué operadora tienes el contrato del teléfono fijo e Internet, cuánto pagas mensualmente… ¡Asombroso! Seguidamente, hacen una exposición de las ventajas que obtendrás si cambias a esa operadora, etc. etc.  Al principio, por consideración, no interrumpía al interlocutor o interlocutora. Luego, todo lo educado que a veces puedo ser, me disculpaba y les decía que comprendía su interés y, también, su insistencia, porque, al fin y al cabo, era su trabajo y lo respetaba, pero que no tenía intención de cambiar de operadora de telefonía. Me daban las gracias por haberlos escuchado y, en alguna ocasión, incluso me desearon que tuviera un buen día. Sin embargo, sobre todo en los últimos meses, el acoso es tan pertinaz e insoportable, que, sintiéndolo mucho, y sin esperar a que acaben, les digo que no estoy interesado. A pesar de ello, y sin hacerme ni puñetero caso, siguen a lo suyo, ignorándome descaradamente. Llegados a este punto, sin molestarme en añadir nada más, decido colgar.

Bueno, amigo mío, sé que han transcurrido tres meses desde la última carta. Sin embargo, creo que la extensión de la presente compensa con creces la tardanza.

Un fortísimo abrazo.

Robert   



23 mayo 2011


Amigo imaginario:

Hoy es el día después. Ayer se celebraron elecciones municipales en todo el país. Y, en algunas comunidades, también elecciones autonómicas. Pues bien, como probablemente recordarás, en una de mis cartas políticamente incorrectas, te decía que no tenía ninguna duda que el Partido Popular llegaría a gobernar en nuestro país. De momento, en estas elecciones ha arrasado. Vamos, que, como se dice ahora, ¡están que se salen! Eufóricos, exultantes y, cómo no, descaradamente arrogantes. Y digo esto, amigo mío, porque, aprovechando el tirón, ya le están exigiendo al Gobierno que convoque elecciones generales. Y se comprende. Los votos de una aplastante mayoría, han propiciado que el Partido Popular le arrebatara el poder, municipal y autonómico, al Partido Socialista. Ahora bien, no nos engañemos, esa exigencia se debe, única y exclusivamente, a una desmesurada ambición de poder. Y no para salvar al país, como pretende hacernos creer.

El sensacionalismo, en la mayoría de los titulares de los periódicos, no se hizo esperar: “Seísmo electoral en el Partido Socialista”. “Terremoto de magnitud japonesa: devastador”. “Debacle del partido Socialista”. “Resultado histórico del Partido Popular”. “El Partido Socialista se desploma y el Partido Popular arrasa”. Y, hasta cierto punto, es comprensible.

Sin embargo, lo que yo no puedo comprender -entre otras muchas cuestiones que mi conocimiento no alcanza- es que, en lugar de condenar y castigar la corrupción y las imputaciones en asuntos turbios, los ciudadanos hayan votado masivamente a favor en aquellas autonomías y municipios que, como mínimo, están bajo sospecha. Esto me hace pensar (¡mal!) que la corrupción alcanza proporciones monumentales. Y, ante la evidencia, tengo que reconocer -dicho de una forma meramente coloquial-, que falta ”pan” para tanto “chorizo”. Por todo ello, si razonamos de una forma, digamos ¿irracional?, podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que ese resultado favorable al PP, se debe, sorprendentemente, a que nos va la marcha. Quiero decir, la marcha atrás.

Bueno, querido amigo, pongámonos serios. El resultado de las elecciones celebradas ayer, en las que el Partido Popular ha sido el vencedor incuestionable, me induce a realizar un análisis y  una reflexión.

El análisis, como parece lógico, se centra en la decepción y la desconfianza que los ciudadanos de este país sienten hacia el actual Gobierno. Decepción, porque, cada vez más, nos encontramos en una situación de desamparo. En materia jurídica: leyes que no condenan con la necesaria rotundidad, la prevaricación y la corrupción política. Leyes que dejan en total desamparo a los trabajadores frente a la Patronal. Retroceso en la consecución de derechos, sobre todo en el ámbito laboral -abaratamiento del despido, jubilación a los 67 años,…-, en lugar de seguir avanzando progresivamente. Desconfianza, porque, en lugar de aceptar que la crisis económica era un hecho irrefutable, aunque global, se negó categóricamente. Y se disfrazó con calificativos que no se correspondían con la realidad. Y cuando se quiso reaccionar, ya no quedaba ningún margen de maniobra. Del mismo modo, se consintió la escandalosa “burbuja inmobiliaria”, que, inevitablemente, nos estalló en la cara, contribuyendo a potenciar la puñetera crisis. Y el rescate de la Banca, con dinero público, que fue una vergonzosa tomadura de pelo. Tampoco podemos olvidar el paro, que ha ido creciendo día a día, mes a mes y año tras año. Y, para terminar este análisis “sui géneris”, hay que añadir la desconfianza de tantas familias, en las que alguno de sus miembros, tal vez todos, se ha quedado sin trabajo, cuya situación económica es tan preocupante, que de tanto apretarse el cinturón, ya tienen la hebilla en la espalda. Lamentablemente, nada parece indicar que la situación vaya a mejorar. Estos son, en líneas generales, algunos de los motivos por los que muchos ciudadanos, desesperados y desencantados, han cambiado el signo de su voto.

La reflexión, paciente amigo, como consecuencia del análisis expuesto, me lleva a considerar que la desesperación, ante una situación de inestabilidad económica y laboral como la que estamos viviendo en nuestro país, obliga a la ciudadanía a buscar, con los medios que tiene a su alcance, una posible solución a sus problemas. Y no le importa que se hayan destapado presuntos casos de corrupción -ampliamente difundidos por todos los medios de comunicación-,como ocurrió en la Comunidad Valenciana, feudo del Partido Popular, en los que, también presuntamente, están implicados conocidos cargos políticos. Como tampoco le importa a la ciudadanía, presa de la impotencia, que esa comunidad, a pesar de estar gobernada por dicho partido político, tenga uno de los mayores índices de paro del país. Ya todo le da igual. En el cambio de color político fundamenta su esperanza de mejorar. Sin embargo, lamentablemente, es evidente que la crisis económica continuará estando ahí, atenazándonos y vaciando nuestros agujereados bolsillos, por mucho que el Partido Popular vaya a gobernar en la mayoría de los municipios y en las principales comunidades del país. Y lo mismo ocurrirá con el paro. Y con los derechos de los trabajadores. Y con los casos de corrupción. Y…

Hubo elecciones, si. Hay un partido político ganador, también. Pero, ni unas ni otro, harán que la situación de los sufridos ciudadanos vaya a mejorar ostensiblemente de la noche a la mañana. Y, pasada la euforia de los vítores y los aplausos, tendremos que enfrentarnos, de nuevo, a la cruda realidad.

Y esta es, amigo mío, mi particular visión de esa realidad que, por mucho que intentemos abstraernos, seguirá estando ahí.

Que tengas un buen día, y no te dejes influir por mis análisis y reflexiones. O, quizá, desvaríos. Pues, como tú sabes, para bien o para mal, yo soy así.

Un fuerte abrazo. 

Robert


30 septiembre 2011


Amigo imaginario:

Hoy, sorprendentemente, no te voy a comentar nada del Gobierno, que, con sus erróneas decisiones y continuas rectificaciones, nos tiene desconcertados. Tampoco diré nada de nuestro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, al que le quedan dos telediarios. Ni de Mariano Rajoy Brey, eterno candidato a la presidencia del Gobierno por el Partido Popular; denostado, hasta hace muy poco, por un sector relevante de sus correligionarios, que ahora, sin embargo, al comprobar que las encuestas son favorables, lo adula y vitorea... Por si acaso. Y, finalmente -en lo que a política se refiere-, tampoco me pronunciaré sobre el candidato del Partido Socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, porque hoy, amigo mío, no tengo el ánimo para hablar de política..., ni de políticos.  

Tampoco hoy me apetece, fíjate tú, criticar a la jerarquía de la Iglesia Católica que, sin ruborizarse, no pierde ocasión para hacer gala de su grandeza, ostentación y magnificencia. Ni me apetece, pero nada de nada, reprobar a los miembros de la Conferencia Episcopal su empecinamiento en exigirnos la observación de unos preceptos trasnochados -que dudo mucho que ellos cumplieran si se vieran en la tesitura de tener que elegir-, creyéndose únicos en la posesión de la verdad.

Mi actual estado de ánimo, querido amigo, tampoco me permite hacer referencia a los directivos de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), cuyas prácticas, abusivas y mafiosas, de cobro del “canon”, les ha llevado a pretender apropiarse del correspondiente porcentaje de la recaudación de un festival benéfico. ¡Benéfico! ¡Qué desfachatez, qué escándalo y qué poca vergüenza! Y qué decir de la presunta evasión de fondos y el desvío de capitales que esta pandilla de sinvergüenzas realizaba a otras empresas relacionadas con dicha sociedad. Amigo mío, todo este asunto resulta tan nauseabundo que se me revuelven los higadillos y no me apetece seguir.

Lo que, de verdad, me apetece contarte -siendo, además, el principal motivo de esta carta-, es lo relativo a la amistad y el compañerismo. Y esto lo digo, paciente amigo, por lo que paso a relatarte:

Desde hace algunos años, ex alumnos de la promoción de 1957 del Instituto Laboral, se reúnen anualmente en una comida de confraternidad. El reencuentro, como puedes suponer, significa rememorar aquellos años en las aulas, con sus luces y sombras, vividos con la intensidad y la inconsciencia de la juventud. Los recuerdos y las anécdotas de situaciones irrepetibles, fluyen con facilidad a pesar del tiempo transcurrido. No obstante, la inevitable perspectiva que brinda la distancia temporal -porque los años van dejando, inexorablemente, su huella indeleble-, propicia que, en algún caso, no reconozcamos al que, en otro tiempo, fue uno de nuestros compañeros de clase. En cualquier caso, los reencuentros son siempre muy gratificantes.

Un buen día, estos compañeros de promoción, con acertado criterio, decidieron ampliar la participación a otras promociones. Y este año, por primera vez, asistí encantado a esa comida de hermandad, en la que coincidí con ex compañeros de promoción (1955), a alguno de los cuales no veía desde hacía 50 años. He conocido también, naturalmente, a compañeros de otras promociones. Fue muy emocionante porque, además del reencuentro, hemos sabido algo más de nuestras vidas, de nuestras profesiones...

Pero, tristemente, no todas son alegrías. Este año había tres sillas vacías -como yo acostumbro a decir al referirme a las ausencias- de otros tantos compañeros que se han ido a ese viaje sin retorno. Y el pasado día 16 de este mes de septiembre, otro amigo y compañero fue a reunirse con ellos. Esta es la cara amarga de la vida.

Nunca olvidaremos a los compañeros fallecidos. En cada reunión anual, en respetuoso silencio, su recuerdo estará con todos nosotros. Y ello me lleva a pensar que algún día una de esas sillas vacías, inevitablemente, será la mía. Pero me reconforta saber que, en mi definitiva ausencia, mis compañeros me recordarán.

Esto es lo que quería contarte. Ahora me siento mucho mejor.

Un fuerte abrazo.

Robert



13 octubre 2011


Amigo imaginario:

Tengo la impresión, o la sospecha; la certeza, tal vez, de que mi forma de pensar y mi comportamiento intelectual están experimentando una particular transformación. No se trata, al menos eso espero, de nada preocupante. Lo que ocurre es que, con la crisis financiera que nos está asfixiando, la escasa credibilidad que ofrecen los candidatos a instalarse en la Moncloa, así como la manifiesta y comprensible indignación ciudadana (léase: cabreo generalizado), mis indicadores neuronales están enviando mensajes tan contradictorios y confusos que, me temo, van a influir muy negativamente en mi intención de voto, como ciudadano de a pie, ante las inminentes elecciones generales.

Nunca tuve inquietudes políticas. Tampoco recuerdo haber tenido nunca, ni en mi época de estudiante, ni en los primeros años de mi vida profesional, lo que se ha dado en llamar: conciencia política. Ni mucho menos. Cierto es, sin embargo, que la situación política no era la más propicia para tal menester. Pero, como no podía ser de otra forma, llegó la transición: pasamos de un régimen dictatorial, a la tan deseada democracia. Este cambio de sistema político, largamente esperado, despertó las conciencias de los ciudadanos más escépticos. Y yo lo era, en grado superlativo.

En aquel momento, amigo mío, nuestra recién estrenada democracia quedó íntimamente unida, pese a quién pese, al nombre de Adolfo Suárez González, primer presidente democrático del Gobierno de España desde julio de 1976 hasta su dimisión en enero de 1981.

Ignoro por qué la figura de Adolfo Suárez, del que no tenía ninguna referencia, se convirtió, por decirlo de algún modo, en mi norte político. Tal vez influyó, o fue determinante, su carácter tolerante y conciliador. Pues, como te dije antes, yo desconocía totalmente -además de no preocuparme, en absoluto- lo que se consideraba tener conciencia política. Y hoy, a pesar del tiempo transcurrido, al comprobar -y, sobre todo, padecer- la inoperancia e incompetencia de la fauna política que pulula por nuestro país, así como el negro horizonte que se divisa, su recuerdo me conforta sobremanera.

Bueno, paciente amigo, volviendo a la exposición que hice al principio de esta carta -teniendo en cuenta, necesariamente, las argumentaciones subsiguientes-, soy consciente de que ejercer el sufragio universal -es decir, votar- es un derecho incuestionable en todo sistema democrático. Pero, es eso: un derecho. No una obligación. En todo caso, afinando mucho, podría considerarse, tal vez, una obligación moral. Nada más. Sin embargo, al observar los múltiples casos de corrupción en los que se han visto implicados políticos de los partidos más representativos, con una clara intencionalidad de enriquecerse, haciendo uso indebido, abusivo e indecente de su cargo, en lugar de velar por los intereses de los ciudadanos que les han votado, estoy pensando muy seriamente, siguiendo los mensajes neuronales a los que hice referencia al principio, en no acudir a las urnas. Soy consciente de que, por mi parte, puede suponer un comportamiento irresponsable. Sé, también, que, como ciudadano, si no voto, no aportaré ese granito de arena que contribuya a mejorar las cosas y nada podré exigir. Y, finalmente, sospecho que, llegado el momento, me sentiré mal por no haber ido a votar. Pero, aun así, pensaré que he sido consecuente con mi actual apreciación de la cuestión política. Y no seré responsable directo de aupar al poder a unos oportunistas. Por ello, querido amigo, a los que utilizan la política para enriquecerse, caiga quién caiga, que no cuenten conmigo. Y, además, les digo a voz en grito ¡qué os den!  

Bueno, estimado amigo, sé que he olvidado por un momento la educación recibida de mis mayores, pero ello fue consecuencia de toda la indignación acumulada durante largo tiempo. Espero que lo comprendas y puedas disculparme una vez más.

Un fuerte abrazo.

Robert


30 noviembre 2011


Amigo imaginario:

Nací un 30 de noviembre, a las seis de la mañana. Hoy, por tanto, estoy de cumpleaños. Cumplo 68  años ¡Qué ya son años! Como puedes ver, llegué a este puñetero mundo madrugando. Y los últimos veinte años de mi vida profesional, todavía madrugaba más: me levantaba a las cinco y media de la mañana para que me diera tiempo a ducharme, desayunar y desplazarme hasta la parada del autobús que me trasladaba a la empresa en la que trabajaba, cuya jornada laboral comenzaba a las siete. Antes, aplicaba el refrán: “Al que madruga, Dios le ayuda”. Luego, me decanté por el que dice: “No por mucho madrugar, amanece más temprano”. Más tarde, por aquello de tergiversar conceptos, utilizaba: “No por mucho tempranear, amanece más madruga”. Ahora, ya no madrugo ¿Para qué? Ya lo dice otro refrán, de dudoso origen: “No se debe madrugar, ni en invierno ni en verano”. Y en eso estoy. Al llegar a cierta edad, como es mi caso, te das cuenta de que lo realmente importante es que amanezca todos los días. Y, sobre todo, que tú sigas estando ahí cuando ocurre.  La hora, querido amigo, es lo de menos.

Cambiando de asunto, te informo que ya somos siete mil millones los habitantes de este planeta llamado Tierra. ¡Muchas bocas que alimentar! Y existen zonas muy deprimidas, en las que no tienen agua, ni alimentos, ni medicinas… Sólo sed, hambre, enfermedad y muerte. En otras, sin embargo, hay recursos suficientes para poder equilibrar la balanza. Para calmar la sed y el hambre de los más desfavorecidos. Y para curar sus enfermedades. Y para evitar tantas muertes. Pero, con la precaria colaboración de los poderosos: países, magnates, multinacionales…, únicamente se consigue, amigo mío, pan para hoy y hambre para mañana. ¡Y no es suficiente, coño! El mundo está muy mal repartido. Y así nos va.

Al hilo de lo que te he comentado, quiero que leas con detenimiento las cartas que dos lectores enviaron a la sección ‘Cartas al Director’, del periódico ‘La Voz de Galicia’. La primera, muy escueta, es razonablemente ingeniosa. Eso es todo. La segunda, sin embargo, es un triste lamento. Un grito desesperado. La dura y amarga realidad de una situación asfixiante, demoledora e insoportable.

Primera: “Una ducha, dos litros de agua embotellada, cinco comidas al día, dos coches por familia, ropa con etiquetas en los armarios… Lo multiplicamos todo por siete mil millones y nos da error. Hay  que reiniciar el sistema”. (02 / 11 / 2011)  

Segunda: “Sistema, lo has logrado. Me has vencido. Tú ganas no sé qué perverso premio, y entretanto yo mastico la derrota. Has conseguido no sólo que yo me sienta como un despojo, sino también que adivine en los míos, en aquellos a los que más quiero, la certeza de que soy un fracasado. Si les pregunto dirán que no, que estoy equivocado, pero yo sé que es así.

Empezaste por dejarme sin trabajo y yo dije: no pasa nada, en pocos días encontraré otro, como siempre. Después te llevaste mi coche y aún quedaban en mí razones para reír. Luego fue mi casa la que me quitaste, y a pesar de ello demostré ser capaz de contener las lágrimas. Ahora, cuando ya han pasado años, ni ganas de llorar me quedan.

Fui precipitándome a un agujero en el que cada vez la luz era más débil, y la negrura, más densa. Transité de la calma a la extrañeza, de ahí a la preocupación, más tarde vinieron la incredulidad, la rabia, el desasosiego, la desesperanza, la angustia y la claudicación. Ahora sólo me queda un  peldaño más por bajar: el de la locura. Y escribo esto antes de que mis pies se posen allí donde ya no se distingue la realidad de la fantasía, el bien del mal y las palabras de los gritos rotos e inarticulados. Quizá ese lugar represente la otra puerta de este túnel, la contraria a aquella por la que entré”. (14 /12 /2011)

Después de haber leído estas cartas, espero que convengas conmigo, querido amigo imaginario, en que huelga cualquier comentario. Aunque sí podemos añadir  -y debemos hacerlo-, que cada día son más los que, habiendo quedado sin empleo y sin prestaciones económicas (5 millones de parados, en un país como el nuestro, son muchos parados), acuden a las entidades benéficas en demanda de ayuda: ropa y comida, colapsando los comedores y los ‘Bancos de Alimentos’. Tal vez, pienso yo, no estaría de más apuntillar aquello que hemos repetido hasta la saciedad: ¡Este país se va a hacer puñetas! Y nosotros, también.

Que tengas un buen día, estimado amigo, a pesar de las circunstancias adversas en las que estamos inmersos.

Un fuerte abrazo.

Robert


31 diciembre 2011


Amigo imaginario:

En esta última carta del año que hoy acaba, quiero darte las gracias por la atención que le has dispensado a todas las que te he escrito: unas, con más acierto que otras; algunas, políticamente incorrectas; muchas, rebosantes de indignación. Pero todas ellas, puedes estar seguro, escritas con honestidad y consecuentes con mi forma de ser y de pensar. Comprendo, como no podía ser de otra forma, que tú no estuvieras de acuerdo con muchas de mis aseveraciones, opiniones o sentencias. Y lo respeto, naturalmente. Pero, como tú sabes, en la diversidad de opiniones está la grandeza de la libertad de expresión. Y esperemos que podamos continuar así por mucho tiempo.

Estimado amigo, ha sido el 2011 un año diferente, conflictivo, convulso, crispado… Un año, política y económicamente hablando, para olvidar. La crisis económica global que ha sacudido a todos los países -a unos más que a otros, naturalmente-, se ha dejado sentir en el nuestro de manera especial, crítica y rotunda. Muchas empresas se han visto forzadas a tramitar expedientes de regulación de empleo, despidiendo a gran parte de sus empleados. Del mismo modo, miles de comercios de todo el país han tenido que cerrar sus puertas al público. Unas y otros -empresas y comercios con antigüedad de dos o más generaciones-, han visto como se desvanecía el trabajo, los desvelos, la dedicación y, en muchos casos, el esfuerzo económico personal de muchos años. Y, también, las ilusiones. Todo ello, amigo mío, ha generado que más de cinco millones de ciudadanos estén desempleados. Que muchas familias se encuentren por debajo del umbral de la pobreza. Una situación, crítica y desesperada, que no se puede soportar por mucho tiempo. Por eso te digo, imaginario amigo, que este año 2011 es un año para olvidar. Pero, sobre todo, también  para sacar conclusiones y aprender.

Otro acontecimiento de gran relevancia se ha producido este año en nuestro país: unas elecciones generales que han dado como resultado un cambio de Gobierno. Y este cambio, para bien o para mal, empiezo a considerarlo necesario. Aunque he de confesar que el partido político (Partido Popular) que se ha alzado con la victoria -y que ha obtenido una mayoría aplastante-, sabes que no goza de mi simpatía. Sin embargo, al menos de momento, considero que he de otorgarle el debido y razonable margen de confianza.

Nos esperan duras medidas restrictivas que, aunque las suponemos necesarias, no creo que las asumamos con agrado. Y no sólo porque repercuta negativamente en nuestros bolsillos -que también, claro está-, sino porque desconfiamos que, como suele ocurrir casi siempre, los más perjudicados serán (seremos) los económicamente más débiles. Y eso es motivo más que suficiente para preocuparse. Y mucho. Porque, reconozcámoslo, la equidad nunca ha sido una constante en los  ajustes económicos que hayan tenido que asumir los ciudadanos. Pues, incomprensiblemente, en estas cuestiones siempre ha existido un clamoroso y sangrante desequilibrio. Por ello, querido amigo, ahora más que nunca, es necesario que permanezcamos vigilantes.

Un fuerte abrazo y Feliz Año Nuevo.

Robert