Robert
26 julio 2019
Amigo imaginario:
Han transcurrido tres
meses desde las elecciones generales. Y ayer, por segunda vez, el pleno del
Congreso ha vuelto a rechazar (124 votos a favor, 155 en contra y 67
abstenciones) la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.
Tras este segundo
intento fallido —el primero fue en el 2016—, habrá que esperar al 23 de
septiembre. Y si se vuelve a frustrar, que es lo más probable, tendremos nuevas
elecciones generales el 10 de noviembre. Conclusión: nuestros políticos han
suspendido y tienen que volver en septiembre. Esperemos que, por el bien común,
no tengan que repetir «curso».
Después de la pequeña
pincelada sobre la actualidad política en nuestro país —¡Puf!—, quiero
comentarte un asunto que me sorprendió muy agradablemente.
El pasado día 19 de
este mes de julio, La Voz de Galicia publicaba
un artículo de opinión, Reflexiones
docentes de un padrino agradecido, que he leído con muchísimo interés. Lo
firmaba Jaime Gómez Márquez, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de
la Universidad de Santiago de Compostela, elegido por los estudiantes para
apadrinar una promoción de nuevos graduados.
En el citado artículo,
el profesor Gómez Márquez reivindica el valor de la docencia en todos los
niveles educativos y la importancia de enseñar, amén de la dificultad que
representa conseguir que los estudiantes aprendan disfrutando de la asignatura.
Esto último, puntualiza el profesor, es debido a dos razones fundamentales y no
excluyentes: a) porque el profesor no esté a la altura de su responsabilidad
docente, y b) porque la motivación de los estudiantes sea escasa. En este
sentido, le parece lamentable que haya profesores que vayan a dar clase con
desinterés, que no preparen sus clases como es debido y que no traten a sus
alumnos con el respeto y la atención que se merecen.
Al leer aquel artículo,
me vino a la memoria, como el destello de un flash, la experiencia vivida en el
aula de tercer grado de Enseñanza Primaria, en la que la relación con uno de
los maestros fue de permanente desasosiego.
Su comunicación con los
alumnos nunca fue amable, y el temor al castigo físico «flotaba» en el
enrarecido ambiente del aula. Su talante de prepotencia nos intimidaba. Y su
particular «pedagogía» se fundamentaba en el refrán: La letra con sangre entra.
Es cierto, qué duda
cabe, que los alumnos han de ser respetuosos con su maestro, pero no lo es
menos que los alumnos también merecen ser respetados. Porque, como tú sabes,
amigo mío, el respeto no se impone a base de palizas. Se gana motivando a los
alumnos. De lo contrario, el aparente «respeto» al docente no es más que una
evidente manifestación de miedo.
Hace algo más de tres
años (21 febrero 2016), escribí un
relato titulado: ¡Cómo pasa el tiempo!,
en el que, entre otras vivencias personales, hacía referencia a mis primeros
años de colegio.
A continuación
reproduzco el citado relato:
«Recuerdo aquellos
primeros años del colegio, en Enseñanza Primaria, en los que la «pedagogía» de
la bofetada, de la letra con sangre entra, de rodillas con los brazos en
cruz... estaba muy arraigada en los centros educativos. Mi andadura escolar se
inició en un parvulario no reglado, y de allí pasé a un Colegio Público. En
este centro educativo tuve dos maestros, cuyos métodos de enseñanza eran
diametralmente opuestos. Por razones obvias, preservaré la identidad de ambos
con los nombres ficticios de don Fermín y don Anselmo.
Don Fermín, que
únicamente me dio clase durante un curso —¡menos mal!—, cuando yo tenía 9 años,
aplicaba un particular y «pedagógico» método de enseñanza. Si no sabíamos una
lección, de un par de guantazos no nos libraba ni el sursuncorda. Pero si no conseguíamos resolver un problema de
aritmética, el castigo, individual o colectivo, consistía en golpear
reiteradamente los glúteos del alumno con una caña de bambú de tres nudos, algo
más de dos palmos de longitud y unos dos centímetros de diámetro. El entusiasmo
(ensañamiento) con el que propinaba aquellos golpes, hacía que algunos de ellos
se desviaran, incontrolados, a la región
sacra (rabadilla), produciendo, además de un dolor insoportable, unas heridas
que semejaban latigazos. ¡Y eso que llevábamos los pantalones puestos! Lo que
evidenciaba la violencia con la que infligía aquel brutal castigo.
Cuando toda la clase
—alrededor de 30 alumnos— era «merecedora» de tal correctivo, sobrecogía vernos
en fila, presenciando el lamentable espectáculo de golpes y gritos de dolor,
lágrimas incluidas, esperando, estremecidos, que a cada uno le llegara su
turno... Sorprendentemente, después de recibir aquella paliza de «padre y muy
señor mío», continuábamos sin saber cómo se resolvía aquel puñetero problema. Y
así sucesivamente.
Ciertamente, en aquella
época (años 50 del siglo pasado) —que,
en ese aspecto, poco se diferenciaba de la de nuestros padres—, los castigos
físicos en los colegios e institutos —salvo honrosas, aunque escasas,
excepciones—, de alguna manera, estaban «institucionalizados», como «norma
general», e incomprensiblemente aceptados por gran parte de la sociedad.
Han transcurrido más de
60 años desde entonces, y la distancia temporal, como no podía ser de otra
forma, ha conseguido que aquellas, otrora, amargas vivencias se fueran
diluyendo y transmutando en anecdóticos, aunque desagradables, recuerdos.
Quiero pensar, sin embargo —y desearía estar en lo cierto—, que mi generación
fue la última que padeció aquellos injustos e irracionales castigos. Pero, como
somos una sociedad de extremos, en la que el término medio, el equilibrio, no
suele ser un factor predominante, se cambiaron las tornas: hoy, en gran medida,
los profesores perdieron su autoridad, y son los alumnos —¡quién lo iba a decir!— quienes «maltratan»
a los profesores. En definitiva, la ponderación, como sinónimo de estabilidad,
tanto en la enseñanza como en otros ámbitos de la sociedad actual, está
perdiendo su esencia y su significado. ¡Qué lástima!
Don Anselmo —con el que
estuve tres cursos completos—, del que sus ex alumnos guardamos el mejor de los
recuerdos, era un hombre íntegro, vocacional, que hizo del Magisterio su razón
de ser y de sentir. Un educador en toda la extensión de la palabra. Su método
de enseñanza nada tenía que ver con el del otro maestro. Es cierto que, como
era costumbre en el ámbito escolar de la época, alguna vez también nos castigaba
(bofetadas o de rodillas), pero únicamente si nuestro comportamiento
significaba una falta de respeto hacia él, desobediencia, o derivaba en burla
hacia algún compañero de clase. Pero, en honor a la verdad, no era proclive al
castigo físico. Si no sabíamos una lección, el castigo consistía en quedarse
una hora más, por la tarde, estudiando. Pero si no conseguíamos resolver un
problema aritmético, nos hacía salir al encerado para que, con sus didácticas,
razonadas e instructivas explicaciones, analizáramos y comprendiéramos el
enunciado. Y así, paso a paso, lográramos llegar a la solución definitiva. Era
un consumado pedagogo. In memoriam».
Hace un par de días, la
casualidad hizo que me encontrara, después de muchos años, con un antiguo
compañero de aquel Colegio Público. Y, tras saludarnos con un apretón de manos,
sorprendentemente, esto fue lo primero que me dijo: «¿Recuerdas las palizas que
propinaba don Fermín con aquella caña de bambú?». Y, a continuación, profirió
un calificativo que no me atrevo a reproducir…
Aquel reencuentro
inesperado, acaecido unos días después de haber leído el artículo del profesor
universitario, propició la escritura de esta carta.
Concluyo, querido amigo
imaginario, aseverando que la docencia es una disciplina vocacional. Por ello,
es condición sine qua non que el
docente tenga vocación de instruir. No basta con poseer conocimientos. También
es necesario saber transmitirlos con pasión, motivando a los alumnos.
Y esto es todo por hoy.
Disfruta del verano, con moderación y responsabilidad.
Un fuerte abrazo.
Robert
22 agosto 2019
Amigo imaginario:
Existen comportamientos
políticos que desbordan la comprensión de los ciudadanos de a pie. El
buque Open Arms, que pertenece a la ONG española Proactiva Open Arms, dedicada al rescate en el mar, permaneció
fondeado 19 días, frente a la isla italiana de Lampedusa, con más de un
centenar de migrantes a bordo, a la espera de que las autoridades italianas
autorizaran su desembarque.
Es cierto que en
algunos medios se cuestiona la labor humanitaria de la citada ONG. No estoy en
condiciones de asegurar o desmentir esas informaciones. Porque, como tú sabes,
no todo es blanco o negro. Siempre hay, entre ambos, una amplia gama de tonos
grises. En cualquier caso, hombres, mujeres y niños, víctimas de las mafias
organizadas, migrantes que huyen de las guerras, de las persecuciones y de la
miseria, que arriesgan sus vidas a bordo de frágiles embarcaciones —verdaderos
«ataúdes flotantes»—, tienen todo el derecho a ser rescatados de una muerte
segura en el Mediterráneo. Ese mar que, ajeno a los conflictos bélicos y
oscuros intereses políticos, se ha convertido en una olvidada «fosa común».
Esto me trae a la
memoria una frase lapidaria —recuerdo del Servicio Militar Obligatorio en la
Armada Española—, cuya vigencia no tiene fecha de caducidad, que dice así: «En
la tumba del marino no florecen las rosas».
A la vista del episodio
que he descrito —también el buque Ocean
Viking (Médicos sin Fronteras y SOS
Mediterranée), con 356 migrantes a bordo, lleva doce días a la espera de un
puerto seguro—, el Consejo de Europa ha de asumir que es absolutamente
imprescindible —¡muy urgente!— elaborar un protocolo de actuación en el que se
establezca claramente qué países miembros, con costa marítima, han de facilitar
puertos seguros a los buques de ayuda humanitaria y de rescate, en función de
la cercanía, teniendo en cuenta que el interés humanitario —¡siempre!— ha de
prevalecer sobre el interés político.
Estos lamentables e
indignantes episodios migratorios, evidencian la inestabilidad de los países de
origen, inmersos en absurdos e interminables conflictos territoriales. Mientras
tanto, sus gobernantes, inmorales y corruptos hasta la médula, amasan fortunas
indecentes. Así las cosas, amigo mío, la empobrecida población, cada vez más
asfixiada, desesperada y sumida en la más absoluta miseria, ve en la emigración
la única salida.
Un fuerte abrazo.
Robert
15 septiembre 2019
Amigo imaginario:
Mi carta del 14 de
junio, finalizaba diciendo: «…estoy tan desencantado de la política, de los
políticos y de la madre que los parió, que he decidido dejar de comentarte,
salvo cuestiones de cierta notabilidad, los devaneos de esa ciencia infusa,
difusa y confusa…»
Pues bien, querido amigo, hay cuestiones en el
panorama político actual que, como ciudadano, me preocupan especialmente.
La terquedad de Pedro
Sánchez frente a las pretensiones de Pablo Iglesias, se ha convertido en un
bucle sin fin. Ignoro si están «mareando la perdiz» o «jugando al gato y al
ratón». También puede ser que se estén divirtiendo con el «juego de la oca»,
ahora tiro yo porque me toca. Lo que sí está claro es que este «duelo de
egos», —que nada tiene que ver con
«Duelo de titanes»—, tiene paralizada la gobernabilidad de España. Las
negociaciones —¡el regateo!— se encuentran en un impasse, ante la negativa de ambas partes a ceder en sus
propuestas. Y todo parece indicar que esta situación, claramente insostenible,
nos puede abocar —¡maldita sea!— a unas nuevas elecciones generales.
He de confesarte, sin
embargo, amigo mío, que siempre desconfié de los gobiernos bicéfalos. En
consecuencia, llegado el caso, los líderes políticos no deben ignorar que la
bicefalia requiere unos comportamientos y unas realidades que eviten posibles
consecuencias indeseadas. Todo es cuestión de aunar voluntades, olvidándose de
personalismos, por una causa común, teniendo absolutamente claro quién ha de
asumir el rol de «director de orquesta» y quién el de «concertino». De lo
contrario, el fracaso puede ser estrepitoso.
Es cierto, no voy a
negarlo, que en algunos ayuntamientos —el de Pontevedra (BNG-PSOE) es un buen
ejemplo— la bicefalia está dando razonables resultados. Sin embargo, puede ser
la excepción de la regla. Pues recuerdo que el gobierno bicéfalo de la Xunta de
Galicia —(PSOE-BNG), entre 2005 y 2009—
no fue, precisamente, un camino de rosas. Por ello, mi desconfianza
—¿patológica?, tal vez— es superlativa.
Es más que probable que
yo esté equivocado —¡Ojalá!—, porque esta situación me desconcierta y me
supera. Pero, en un alarde de inconsciente osadía por mi parte, sospecho que se
podría estar gestando un «monstruo de dos cabezas».
Un fuerte abrazo.
Robert
24 octubre 2019
Amigo imaginario:
Hoy, 44 años después, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, preservar la salud democrática y, muy especialmente, dignificar a las víctimas, en el Valle de los Caídos —mausoleo que el dictador mandó construir para perpetuarse en la historia de este país— se han exhumado los restos del autoproclamado «Caudillo de España por la Gracia de Dios», Francisco Franco Bahamonde. Posteriormente, un helicóptero del Ejército del Aire los trasladó al cementerio de El Pardo-Mingorrubio, donde se procedió a su reinhumación en el panteón familiar en el que también reposan los restos de su esposa, Carmen Polo y Martínez Valdés, cerrándose así un capítulo muy significativo de nuestra historia reciente.
A partir de ahora, amigo mío, el Valle de los Caídos podría convertirse en el Memorial de la Guerra Civil Española, como homenaje a —¡todas!— las víctimas de la sinrazón, que ayudara a entender mejor el pasado, a valorar mejor el presente y a reconciliarse, definitivamente, con su historia.
Otra cuestión que, lamentablemente, sigue estando de actualidad, es el conflicto secesionista catalán. Porque, obcecados, erre que erre, continúan instalados en la utopía de declarar una República de Cataluña, ya que no se consideran españoles.
Los disturbios contra la sentencia del Tribunal Supremo, que condenó por sedición a los líderes políticos catalanes del procés, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, se han saldado con varios policías y manifestantes heridos —algunos de gravedad—, y las calles de Barcelona convertidas en escombreras, con vehículos y mobiliario urbano calcinados, como resultado de las vergonzosas «batallas campales» protagonizadas por manifestantes independentistas. También por elementos radicales. Porque en estas «movidas», siempre hay quien se apunta a un «bombardeo». De todos modos, espero que algún día sepamos quién está detrás de todo este alboroto que, sospecho, únicamente buscaba dañar la convivencia y lograr oscuros réditos políticos.
Sobre este asunto de Cataluña, que me supera y me desborda, he escrito abundantemente. Y, de momento, ya no tengo más que añadir. Por ello, para ilustrar mejor el origen de todo lo acontecido, transcribo un artículo de Luis Pousa (La Voz de Galicia, 19.10.2019), titulado ‘Y ahora nos roban las huelgas’:
«He comentado en alguna ocasión, que lo que sucede en Cataluña es lo que el sabio Chesterton bautizó como la rebelión de los ricos. Los jóvenes que esta semana han prendido alegremente fuego a coches y contenedores de basura mientras se sacaban selfis con sus móviles de mil euros, como si estuviesen inventando el turismo de barricada, no son precisamente los hijos de las clases obreras asfixiadas económicamente por la crisis y el austericidio. Son los retoños de la «pijoburguesía», los cachorros de esas élites sociales, económicas y políticas de Cataluña que en Madrid siempre han votado lo que mandaban los propietarios, y que ahora han decidido que quieren independizarse de los pobres, de los inmigrantes, de esa gente humilde que rompe la estética del paseo de Gracia pidiendo limosna a las puertas de sus boutiques.
Por eso, como establece desde hace siglos la distribución de la carga laboral, después de cada noche de disturbios, los señoritos se largan tranquilamente a dormir mientras los bomberos, los camareros y los operarios de limpieza se dedican en silencio a apagar las piras y a recoger los restos de la batalla. Todo muy revolucionario. Todo por el pueblo.
Porque si algo tienen claro los supremacistas es que no todos somos iguales. Y ayer redoblaron su apuesta tratando de robar a los trabajadores el último recurso que les queda después de que la reforma laboral de Rajoy (con el voto a favor de CiU) les haya dejado a los pies de los caballos: la huelga. Lo de Cataluña no ha sido una huelga general. Ha sido un paro alentado por las clases más acomodadas y excluyentes de la alta burguesía barcelonesa para protestar contra la sentencia de un tribunal que ha enviado a la cárcel a nueve de los suyos. Los propios convocantes —dos sindicatos independentistas minoritarios— reconocen que, para sacar adelante la convocatoria, han tenido que disimular buscando como excusa la petición de un salario mínimo de 1.200 euros. Una pura formalidad. O una burla a quien subsiste con mucho menos, según se mire. Porque la única razón del paro ha sido echar un pulso al Estado para que claudique y abra las puertas de Lledoners.
El lema oficial de la huelga ha sido «Por los derechos y las libertades». Es un decir. Esto no tiene nada que ver con los derechos laborales. Ni con el movimiento obrero. Tal vez sí con la lucha de clases. Pero no en el orden convencional. En este caso, como anticipó Chesterton, son los ricos los que se rebelan contra los pobres. Son los pájaros los que, en un acceso de locura, se arrojan contra las escopetas y, ya puestos, incluso suben por el interior de los cañones hasta estamparse con el percutor. ¿Qué dirían ahora los heroicos anarquistas de La Canadiense, que hace cien años fueron a la huelga para arrancar a los patronos catalanes la jornada de ocho horas, si viesen a los bisnietos de aquellos mismos empresarios jugando a las revoluciones?»
Como ves, querido amigo, el articulista pone el dedo en la llaga. Dice verdades como puños. Y pone a cada uno en su sitio. Ya me gustaría a mí tener la capacidad periodística de Luis Pousa, y poder escribir un artículo como ese: brillante, valiente, con conocimiento de causa, y poniendo los puntos sobre las íes.
El próximo día 10 de noviembre, después de haber transcurrido seis meses desde las últimas elecciones generales, estamos convocados a votar nuevamente. Aunque considero que la apatía será la tónica general. Porque el actual panorama político es muy desconcertante. Y oír las propuestas de los candidatos, fundamentadas en descalificar a sus adversarios, es de lo más decepcionante. Por ello, paciente amigo imaginario, la alargada sombra de la abstención puede oscurecer el resultado de unas elecciones a las que los ciudadanos acudiremos sin entusiasmo. Y, también, con incertidumbre.
Un fuerte abrazo.