martes, 16 de abril de 2013

Mi abuelo, 'chauffeur' de Coches de Punto




Por Robert Newport
15 abril 2013

Ramón Porto Rey (1886-1965), mi abuelo materno, fue el precursor de los ‘coches de punto’ (taxis) en Villagarcía de Arosa. Así figura en un ‘diploma de honor’ que la Asociación de Autopatronos de Taxis -otrora presidida por el señor Teijelo-, le otorgó, a título póstumo, a los pocos días de su fallecimiento.

Recuerdo que en su casa, que también fue la mía, había una fotografía del que, presumo, fue uno de sus últimos automóviles -mi abuelo prefería denominarlos así, en lugar de coches-, y se trataba de un Chevrolet o de un Buick, descapotable (convertible). Tenía tapicería de piel, motor de 8 cilindros en línea y ruedas clásicas de llantas radiales cromadas. Un automóvil de auténtico lujo. Fue la única vez que me mostró aquella fotografía -que guardaba bajo llave-, y la emoción le impidió continuar relatándome la historia de aquel vehículo singular. Al final de este artículo-relato, el lector comprenderá el por qué de aquella momentánea alteración del ánimo de mi abuelo.

Llegó a tener 22 automóviles de distintas marcas y modelos. Pero no una flota de 22 taxis, en modo alguno; ya que, según tengo entendido, nunca tuvo más de dos al mismo tiempo. Porque aquellos vehículos, a medida que iban “cumpliendo” kilómetros y reparaciones, había que sustituirlos por otros que ofrecieran mayores garantías de seguridad, así como operativas y de rendimiento.

Como chauffeur de coches de punto, no sólo recorría toda Galicia. También, y con relativa frecuencia, solía viajar a Madrid llevando como pasajeros a personas de cierta relevancia social en aquella Villagarcía de comienzos del siglo XX. Es fácil suponer que, en los albores de aquella centuria, desplazarse más allá del Alto de La Canda y superar las Portillas del Padornelo, significaría toda una aventura. De manera que, enfundado en su traje de paño inglés, zapatos con suela de goma, polainas de cuero, gabán de cuero, guantes de gamuza y gorra inglesa -además de las correspondientes mantas de viaje, para él y los pasajeros-, mi abuelo emprendía aquel largo viaje a la capital del Reino.

En uno de aquellos largos viajes a Madrid, aconteció algo muy curioso y anecdótico. Despuntando el día, los pasajeros que acompañaban a mi abuelo le indicaron que, antes de ponerse en ruta, tenían que pasar por la plaza de abastos para recoger unos percebes que habían encargado el día anterior. Una vez adquiridas las citadas provisiones, emprendieron aquel viaje con la intención de llegar a Puebla de Sanabria (Zamora) a la hora de comer. Ya en el mesón donde mi abuelo solía comer -y en el que ya era conocido como señor Porto-, le indicaron al mesonero cómo había que preparar los percebes; pues, al parecer, nunca habían visto aquel producto por aquellas latitudes. Tanto mi abuelo como sus acompañantes, dieron buena cuenta del exquisito manjar. No obstante, también invitaron al dueño del mesón que, aunque al principio se mostró receloso, quedó encantado con la exquisitez de aquel crustáceo. Finalizada la comida, continuaron el viaje.

Al cabo de cierto tiempo, otro viaje llevó a mi abuelo a detenerse, una vez más, en el citado mesón.  Nada más entrar, el propietario se dirigió hacia él, y le rogó que lo acompañase al pequeño huerto que había detrás de la casa. Una vez allí, mi abuelo no daba crédito a lo que estaba viendo: cuidadosamente plantados, como si fueran lechugas, allí estaban los restos de los percebes del viaje anterior.  Y el mesonero, con la natural sencillez del desconocimiento, le dijo: señor Porto, los he plantado con todo el esmero y los he abonado generosamente. Yo mismo los riego todos los días al atardecer. ¡Pero no consigo que broten…!

Guerra Civil Española… En nombre del “Glorioso” Alzamiento Nacional -como persona educada, me contengo y no proferiré ningún improperio-, le requisaron los automóviles de su propiedad (uno de ellos, el Chevrolet o Buick, descapotable, que cité al principio de este artículo). Aquel hecho lamentable, significó el final de la profesión de ‘chauffeur’ de coches de punto de Ramón Porto Rey, mi abuelo materno. In memóriam.