domingo, 26 de enero de 2014

'Garaje La Playa' (I)





Por Robert Newport
25 enero 2014

El ‘Garaje La Playa’, propiedad de Ramón Porto Rey (mi abuelo materno), estaba ubicado en la otrora Calle de Ramiro Cores (hoy, Avenida de la Marina), al lado del ’Bar Xesteira’. Ambas edificaciones fueron demolidas al abrir la actual Rúa Conde de Vallellano.

En los albores de los años ’30, en aquel local se guardaban y reparaban los taxis de mi abuelo. Pero estalló la Guerra Civil… Le requisaron los taxis; y su  vida, personal y profesional, dio un giro de 180 grados…

Desde el umbral del ancho portalón de madera, se apreciaba la amplitud de aquel local en el que, en temporada alta (verano), se llegaron a guardar hasta 12 coches. En su mitad longitudinal izquierda, había un foso cubierto con tablones de madera de pino rojo; al fondo, separado por una empalizada, se encontraba el taller; y, en el muro de la derecha, una puerta que daba acceso a un patio en el que, en su extremo derecho, se encontraba el cobertizo bajo el que estaba ubicada la fragua, con su yunque y demás accesorios, en la que se realizaban los trabajos de forja: configuración y templado de ballestas, entre otros; y, en el extremo izquierdo, un pequeño almacén y los aseos.

En el taller de reparaciones, que, como dije, se encontraba al fondo del local, había un largo y robusto banco de trabajo, con estantes y cajones, sobre el que, fuertemente fijados, había dos sólidos tornillos de banco con tenaces mandíbulas y mordazas. Sobre la pared, dos grandes tableros con herramientas de mano debidamente silueteadas indicando su ubicación. También, centrada entre los dos tableros, una alacena de puertas correderas, construida en madera de teca lacada en negro, sobre cuyos anaqueles se guardaban frascos de cristal, idénticos en forma y tamaño, que contenían tornillos, tuercas, arandelas planas, arandelas Grower, arandelas de estrella… Aquellas puertas correderas, al estar lacadas en negro semi-mate, tenían una segunda utilidad: se usaban como encerado sobre el que, con tiza y a mano alzada, se dibujaban los croquis de las piezas y mecanismos a realizar.

Dentro del mismo taller, en el extremo de la derecha, se encontraba la ‘joya de la corona’: un pequeño torno en el que se mecanizaban, entre otras, aquellas piezas de las que no existía recambio. Y, finalmente, una alta mesa metálica con dos prensas de vulcanizado para la reparación de neumáticos.

Durante mis vacaciones escolares solía pasar mucho tiempo en el garaje de mi abuelo. Allí, con la natural curiosidad de un niño de 7 años, descubrí la mecánica, en general; y la del automóvil, en particular. La mecánica en estado puro. Descubrí, también, cómo se transmite el movimiento: rectilíneo, angular y circular -lo que en física se denomina cinemática-, intercalando elementos  mecánicos: juntas cardan, poleas o engranajes. Pasados los años, aquel conocimiento fue determinante en mi vida profesional.

Con aquella edad, presencié el desmontaje total del motor de un coche -así como el posterior montaje y puesta en marcha-, y pude comprobar que tenía muchas más piezas de las que podía imaginar. Se trataba de un motor Chevrolet de 6 cilindros en línea, de gasolina, correspondiente a un robusto automóvil que su propietario pretendía transformar en camioneta. Es decir, convertirlo en un vehículo que hoy conocemos como Pick-up. A tal efecto, era necesario revisar a fondo el motor: desmontarlo totalmente y reponer todas aquellas piezas que presentaran evidentes muestras de deterioro.

En aquel proceso, que comenzó desmontando la tapa de balancines, descubrí un mundo fascinante: los componentes internos del motor de un automóvil. En la cara superior de la culata: el eje de basculación, con los balancines; los muelles de cierre de válvulas, con sus cazoletas de fijación; los extremos de las varillas empujadoras; los vástagos de las válvulas…

Al levantar la culata, previo desmontaje del colector de escape y las bujías, pude ver, en su cara inferior, las válvulas de admisión y escape alojadas en la cavidad superior de las cámaras de combustión.

En el bloque del motor, cuya cara superior quedó a la vista una vez retirada la culata, descubrí los cilindros y, en su interior, la cabeza de los émbolos (pistones); y, lateralmente, el árbol de levas y las varillas empujadoras con sus correspondientes taqués.

Debajo del bloque motor, apareció la bancada. En ella descansaba el cigüeñal sobre cojinetes de metal antifricción. Unidos al cigüeñal, también con sus correspondientes cojinetes, los conjuntos pistón-biela con los elementos de unión: buje, perno y presillas de fijación. Los pistones incorporaban dos segmentos (arillos) de compresión y uno de engrase.

Finalmente, debajo de la bancada, el cárter; que, a modo de depósito de aceite y mediante una bomba y sus correspondientes filtros, suministraba y distribuía el lubricante a todos los elementos del motor que requieren engrase a presión.

En este somero recorrido por el cuerpo y órganos internos del motor de explosión, no he considerado relevante, por su obviedad, mencionar los tornillos, tuercas, arandelas y pasadores. Del mismo modo, tampoco cité los elementos periféricos (externos): carburador, filtro de aire, delco, bobina, magneto…

Una vez desmontados todos y cada uno de los conjuntos, se procedió al lavado de todas las piezas sumergiéndolas en unas cubetas con gasolina. Una a una, se fueron limpiando escrupulosamente, con cepillos y escobillas, para poder verificar el estado de las mismas. Todos los elementos de unión: tornillos, tuercas, arandelas, presillas y pasadores, se sustituyeron por otros nuevos. Asimismo, las válvulas de admisión y escape, cojinetes de apoyo del cigüeñal, bujes y cojinetes de las bielas, pistones y segmentos; así como los muelles de accionamiento válvulas, varillas empujadoras y taqués, cadena de distribución… y todas las juntas de separación y estanqueidad, también fueron sustituidos. En definitiva, se sustituyeron todos aquellos elementos internos considerados de responsabilidad, para garantizar la operatividad y el perfecto y duradero funcionamiento del motor.

En el suelo, sobre un hule gris de grandes dimensiones, se dispusieron todas las piezas que componían aquel motor, exceptuando: culata, bloque, bancada y cárter, que se colocaron sobre un tablero apoyado en caballetes. Ver aquella exposición de elementos mecánicos, cual formación militar, dispuestos por riguroso orden de montaje, era un alarde de organización.

Mi abuelo, siguiendo un orden secuencial, fruto de la experiencia y profesionalidad que le caracterizaban, procedió al montaje de todos los elementos y conjuntos de aquel motor, verificando cada fase. Una vez finalizada aquella tarea, ardua y harto laboriosa, amén de los preceptivos reglajes preliminares, llegó el momento más esperado y temido a la vez: ¡ponerlo en marcha!

A la segunda vuelta de manivela… el amortiguado ‘rugido’ de aquel motor sonó a música celestial.

De aquel garaje, al que ya me referí en otros artículos (‘El muelle de los Carabineros’ y ‘Diana, nuestra perra de caza’), conservo gratos e inolvidables recuerdos de vivencias irrepetibles, de mi niñez y adolescencia, al lado de mi abuelo.

viernes, 17 de enero de 2014

Nota Informativa (IV)

INFORMACIÓN

Al objeto de simplificar y, en lo posible, personalizar el contenido del Blog, se han hecho los siguientes cambios:

ETIQUETAS SUPRIMIDAS
  • Artículos varios
  • Curiosidades
  • Humor
  • Relatos varios

ETIQUETAS MODIFICADAS
  • Mis armónicas se sustituye por Mis recuerdos 

ETIQUETAS ACTUALES

  • Citas literarias
  • Cuentos
  • Discursos
  • Mis artículos
  • Mis cartas
  • Mis notas
  • Mis recuerdos
  • Mis relatos
  • Miscelánea
  • Pensamientos

En la parte inferior izquierda de cada página, figura la etiqueta en la que está encuadrada. Pinchando en ella, aparecerán todos los documentos contenidos en la misma.

Cada cambio -supresión o ampliación- que se realice en el blog, será publicado en una nueva Nota Informativa.

Un cordial saludo.
Robert

martes, 7 de enero de 2014

El largo camino hacia un futuro soñado... (IV)



Por Robert Newport

MOTOCARRO
La irrupción del motocarro en el mercado de los vehículos de tres ruedas, supuso un revulsivo en el sector del transporte ligero de mercancías.

El ‘Isocarro’, del que se fabricaron 25.000 unidades, desde 1954 hasta 1962, fue el primer vehículo de estas características que circulaba por la Vilagarcía de los años ’50 y ’60. A lo largo de aquellos años, como no podía ser de otra forma, sufrió diversas modificaciones, tanto en la carga como en el equipamiento, con las que llegó a una capacidad de carga de 800 Kg., alcanzando una velocidad de 55 Km/hora a plena carga. Recuerdo cómo, tímidamente, fue reemplazando al sempiterno carro de tracción animal (tirado por un caballo) que, durante tantos años, formó parte del paisaje urbano de nuestro pueblo.

En abril de 1962, sustituyendo al ‘Isocarro’, tiene lugar la presentación del modelo ‘Iso Titán’ que, entre otras diferencias con el anterior, incorporaba marcha atrás, árbol de transmisión telescópico, asiento corrido biplaza, ruedas de balón, horquilla telescópica, montaje del motor sobre silenblocks, luces de posición e intermitentes, y rueda de repuesto.














MOTOR FUERABORDA
En los años ’50, época en la que empezamos a conocer los avances tecnológicos procedentes del exterior, llegaron a Vilagarcía los primeros motores fueraborda norteamericanos: JOHNSON, EVINRUDE Y MERCURY. Recuerdo que, al principio, los denominábamos: motores ‘fuera de borda’. Aquel innovador motor, en perfecto maridaje con las pequeñas embarcaciones ligeras, supuso un nuevo concepto de propulsión en la náutica recreativa y en la de pesca deportiva y artesanal.

El fueraborda, que es una unidad autónoma que incluye el motor, caja de cambios, hélice y quilla, realiza las funciones de propulsión y control de la dirección de empuje (timón).

Estoy seguro de que se preguntarán a qué viene citar como avance tecnológico el motor fueraborda, en pleno siglo XXI. Algo tan elemental y cotidiano, que adquirió máxima relevancia en el umbral de los años ’80 del siglo pasado, al haber sido protagonista destacado en las, tristemente ‘famosas’, embarcaciones ‘planeadoras’… Pero, compréndanlo, me estoy refiriendo a los años ’50, en mi adolescencia, en los que todo empezaba a cambiar, tecnológicamente hablando, y cualquier innovación -principalmente si llegaba de los Estados Unidos- tenía un especial significado de modernidad y progreso.

Tuve la oportunidad de probar aquel ‘invento’ náutico -yo tenía 14 años-, bajo la atenta mirada del patrón y propietario de la embarcación. Sentir en el brazo la vibración del motor, a través de la empuñadura de aceleración, fue una sensación extraña y emocionante a la vez. La velocidad que le imprimía al girar la empuñadura de mando, hacía que aquella ligera embarcación se elevara de proa, golpeando las espumosas crestas de la mar rizada, mientras avanzábamos sin rumbo fijo… Todavía recuerdo aquella sensación de libertad sobre el inestable elemento de ondas plateadas.










PICK-UP (Tocadiscos)
Aquellos guateques de los años ’50 y ’60, siempre estaban amenizados con las canciones de los ‘vinilos’ de 45 rpm, que sonaban en los Pick-up (tocadiscos de maletín con altavoces incorporados) que tenían unos pocos privilegiados.
Solían hacerse, por rotación, en las casas de los amigos; aunque, también, en ciertas ocasiones, se celebraban en el salón del Círculo Artístico Mercantil (hoy, Salón García), o en alguna de las dependencias de su planta superior. Hay que pensar que, en aquellos años, todavía no existían las discotecas. Los sábados y domingos, salvo ocasiones excepcionales, eran los días de guateque por excelencia. Eso sí, en invierno, por lo general, todos íbamos de traje o con chaqueta sport, y corbata. En verano, lógicamente, la indumentaria era más cómoda e informal.

El Pick-up, imprescindible tocadiscos portátil, era el protagonista indiscutible en los guateques. Sin él, qué duda cabe, no existirían aquellas sencillas fiestas juveniles. Ahora bien, en todo guateque que se preciara, alguien tenía que encargarse de poner los discos (disc-jockey ocasional); y aquel ‘honor’ siempre recaía, por méritos propios, en los que no dominábamos el baile con la suficiente solvencia.


COMENTARIO

Además de los avances tecnológicos que he ido desgranando a lo largo de este recorrido, mis coetáneos también recordarán que hemos sido testigos de ingenios y acontecimientos que, a pesar de que hoy pueden considerarse primarios y elementales, han condicionado nuestra existencia de manera muy especial… Y, sobre todo, tuvimos la fortuna de estar presentes cuando acontecieron.

He aquí, por orden alfabético, algunos de aquellos otros ingenios y novedades:
.
  • ·Campana extractora.
  • ·Camping gas.
  • ·Corte de pelo a navaja.
  • ·Estilógrafos, Rotring y Staedtler, para dibujo técnico.
  • ·Guitarra eléctrica.
  • ·Hornillo de petróleo.
  • ·Horno microondas.
  • ·Lavavajillas.
  • ·Licuadora.
  • ·Magnetófono.
  • ·Máquina de coser eléctrica.
  • ·Máquina de escribir eléctrica.
  • ·Meccano (juguete de construcciones mecánicas).
  • ·Micrófono SHURE, multidireccional.
  • ·Molinillo de café, eléctrico.
  • ·Niki (camiseta deportiva).
  • ·Nylon.
  • ·Olla a presión.
  • ·Órgano electrónico.
  • ·Radio casete.
  • ·Radio transistor.
  • ·Reloj automático.
  • ·Reloj digital.
  • ·Scalextric.
  • ·Sonido cuadrafónico.
  • ·Sonido estereofónico.
  • ·Taladro eléctrico.
  • ·Tarjeta de crédito.
  • · Teflón.
  • ·Telefax.
  • ·Teléfono con teclas.
  • ·Televisión en Blanco y Negro.
  • ·Televisión en Color.
  • ·Télex.
  • ·Tergal.
  • ·Tetra Brik (Tetra Pak).
  • ·Velcro.
  • ·Zapatillas deportivas Converse ‘All Star’ (Baloncesto).

ANEXO




COLCHONES

Colchón de lana. Hasta mediados del siglo XX, tal vez algo más, el colchón de lana de oveja era el más utilizado, el más popular.

Generalmente, aunque no siempre era así, los colchoneros iban por las casas para confeccionar, reparar o realizar el mantenimiento de los colchones de lana. El proceso, que solía realizarse en verano, podría resumirse como sigue:



  • Se deshacía el colchón al objeto de lavar la lana y la tela que conformaba el colchón. 
  • Una vez que la lana, después de extendida y expuesta al sol, estaba completamente seca, se desmadejaba con las manos para dejarla en condiciones de ser vareada. 
  • El vareado de la lana, proceso que requería mucha práctica, se ejecutaba con una vara larga y flexible. Con aquella operación, golpe a golpe, varazo a varazo, la lana se iba esponjando. Es cierto, no obstante, que en esta operación siempre se perdía cierta cantidad de lana que era necesario reponer. 

El referido proceso, por su naturaleza, requería de un espacio suficientemente ventilado, preferentemente al aire libre, debido a la volatilidad de las partículas que desprendía la lana en el vareado. En el rural, donde abundan los espacios abiertos, patios y cobertizos, estas faenas resultaban más soportables que en el interior de una vivienda.

Una vez finalizadas las operaciones descritas, se procedía a rellenar el colchón con aquella lana, limpia, seca y esponjosa, cosiéndolo con unas agujas especiales. Para evitar que la lana se desplazara en el interior del colchón, se cosían unas cintas, distribuidas uniformemente, de tal forma que resultara el típico acolchado. Y si se pretendía un acabado más elaborado -lo que se conocía como ‘colchón inglés’-, se rebordeaban los contornos.

Los que hemos dormido en colchones de lana, durante la niñez y parte de la adolescencia, sabemos que el proceso descrito era necesario -¡imprescindible!- por dos razones fundamentales: la primera, por higiene. La segunda, porque la lana, que al principio estaba suelta y esponjosa, y proporcionaba un descanso agradable, se iba apelmazando, cada vez más, y las ‘bolas’ que se formaban te hacían daño en la espalda, en los riñones, en los glúteos… Como si el colchón se hubiera rellenado con pelotas de golf.

Colchón de goma-espuma ’Pirelli’. Finalizando la década de los ’50 (1958), Pirelli, la marca italiana de neumáticos y derivados del caucho, fabrica y comercializa su colchón ‘gomespuma’, que supuso el inicio de la decadencia del popular colchón de lana.

Durante cuatro ‘confortables’ años, tuve la oportunidad de dormir sobre uno de aquellos colchones. La experiencia fue muy gratificante. Estoy en condiciones de corroborar todas y cada una de las cualidades que figuraban en el folleto publicitario de la época y que reproduzco íntegras a continuación:

  • Nada es comparable al confort que le proporciona ‘gomespuma’. 
  • Cuando su cuerpo se apoya en uno de estos cómodos colchones, parece que le sostienen. 
  • Además, no sólo es cómodo, sino práctico. La cama se hace rápidamente, sin preocupaciones y ¡siempre queda bien hecha! Hasta un niño puede hacer la cama. 
  • Se dobla y enrolla con facilidad sin perder su forma. 
  • Es mucho más higiénico. No absorbe polvo ni lo desprende. 
  • No hay que removerlo, ablandarlo ni sacudirlo. 
  • Incluye funda provista de cremallera. 
  • Fresco en verano - cálido en invierno - confortable todo el año 
Los alvéolos o celdillas de la cara inferior de aquel colchón, propiciaban que se adaptase a la forma del cuerpo en todo su contorno, proporcionando así un mejor descanso. Doy fe.

Colchón de muelles ‘Flex’. En la segunda mitad del siglo XX (1956), la empresa FLEX inicia la fabricación de colchones de muelles entretejidos a mano. A partir de esa fecha, incorpora el símbolo del ‘cisne’ que continúa siendo el distintivo de la marca.

En 1970, lanza al mercado el colchón ‘Flex-Multielástic’, con el eslogan ‘El mejor colchón que jamás se hizo’. 


Diez años más tarde (1980), llegaría el lanzamiento de la primera base tapizada ‘Tapiflex’, que todavía hoy es un referente. Y, en 1985, como alternativa al ‘Tapiflex’, se daría a conocer la nueva base de lamas de madera, de tensión regulable, ‘Body Flex’.

Colchón de muelles ‘Pikolin’. En 1959 se crea la marca ‘Pikolin’ y comienza la fabricación de colchones de muelles (“¿Sabía usted que hay muchas formas de dormirse? ¡A mi Plin! Yo duermo en Pikolin. Pikolin, el famoso colchón de muelles”). En 1970, incorpora el famoso muelle lateral ‘Springwaal’. Y, en 1977, lanza al mercado el primer somier de láminas ‘Guardaespaldas’.


EPÍLOGO

Con esta cuarta y última entrega, pongo fin al recorrido por los ingenios tecnológicos que, de alguna manera, formaron parte de mis vivencias. Les agradezco que me hayan acompañado, recorriendo aquel largo camino hacia un futuro soñado… que ya es una real
idad.