lunes, 26 de noviembre de 2012

El eslabón perdido


Por Robert Newport
14 noviembre 2012

A veces, sin pretenderlo y de manera absolutamente casual, uno se entera de historias personales, sencillas y cotidianas, que nos hacen reflexionar.

Hace algún tiempo, en el transcurso de una amena y distendida conversación, un médico me relató el caso de una paciente nonagenaria (99 años, cumplidos), que me hizo pensar en todo el conocimiento que se pierde en las nieblas del tiempo.

A la consulta de aquel médico de familia, multidisciplinar, acudió la paciente en cuestión acompañada de su hija. Se trataba de conocer los resultados de las analíticas correspondientes a la última revisión rutinaria, realizada la semana anterior. Y esta fue la conversación entre médico y paciente:

-Señora, está usted francamente bien. A la vista de estos análisis, nadie diría que tiene 99 años. Así que, aprovechando que estamos en Navidad, puede celebrarlo tomándose una o dos copas de champán a mi salud. Y alegre esa cara, mujer. Piense que es un privilegio haber llegado a esa edad con una salud, física y mental, como la suya. Poder moverse, aunque necesite apoyarse en un bastón, y razonar como usted lo hace.

-Sí, doctor. Tiene usted mucha razón. Pero es otro el motivo de mi desánimo, que nada tiene que ver con la salud. No se puede imaginar la soledad que se siente a mi edad. Es cierto que tengo el cariño de mi hija y de mi yerno, que me cuidan y siempre están pendientes de mí. Y mis nietas y bisnietos, que son una bendición de Dios. Sin embargo, ya no queda ningún conocido de mi generación con quien compartir mis recuerdos. Mi marido, mis hermanos y todas mis amigas, ya han fallecido. Por eso, algunas veces, en la soledad de mis pensamientos, me pregunto si aquellas vivencias y emociones…, fueron, en realidad, cómo yo las recuerdo. Pero ya no tengo a quién preguntarle. Me siento como el último eslabón de una cadena que se fue rompiendo poco a poco. ¿Me comprende usted ahora, doctor?

Hoy, al recordar aquella conversación, decidí que merecía ser contada para reafirmar la necesidad de que existan proyectos como ‘O Faiado da Memoria’ -cuya relevancia es incuestionable-, para perpetuar la memoria de un pueblo, recuperando imágenes, recuerdos, vivencias y emociones, de sus gentes. Y rescatar de las nieblas del tiempo, el eslabón perdido…

jueves, 18 de octubre de 2012

El Muelle de los Carabineros



Por Robert Newport
17 octubre 2012

El embarcadero de piedra de O Cavadelo, también conocido como ‘Rampa de los Carabineros’ –pues existía una caseta de madera con tejado de zinc, que los Carabineros (Guardia Civil del Mar) utilizaban como puesto de vigilancia-, estaba justo enfrente del garaje-taller de Ramón Porto Rey (mi abuelo materno) y del Bar Xesteira, cuyas edificaciones fueron demolidas para abrir la actual Rúa Conde de Vallellano.

En aquel pequeño muelle, situado a pocos metros de la desaparecida Estación Sanitaria del Puerto y de la actual ‘Praza da Peixería’, los días de mercado, cuando la marea lo permitía –por la mañana o por la tarde-, había un gran movimiento de mercancías diversas que se cargaban en las lanchas motoras allí atracadas, principalmente de Rianxo y Boiro. También, en verano y con la pleamar, era un lugar ideal para zambullirse, pues el nivel del mar quedaba a dos palmos de la parte superior de este muelle. Y, cómo no, para la práctica de la pesca con caña…

Conservo en mi memoria, además de muchas jornadas de pesca durante las vacaciones de verano, aquella tarde de un mes de marzo bonancible, en compañía de mi amigo Juan Búa (tristemente, fallecido) –que además de vecinos, en la aledaña calle Juan García, también éramos compañeros de travesuras infantiles-, en la que decidimos acercarnos hasta las citadas lanchas motoras, cuyos patrones eran viejos conocidos, y subimos a bordo de una de ellas. Para no molestar en las faenas de carga, nos sentamos con las piernas colgadas por el exterior de la borda de babor, que era la cercana al muelle, a cierta distancia del tablón de madera por el que se deslizaba la mercancía. La embarcación subía y bajaba, lenta y cadenciosamente; y nosotros, atentos a aquel movimiento acompasado, levantábamos las piernas para no mojarnos los zapatos. Así estuvimos largo rato, contemplando las idas y venidas de los porteadores y del acondicionamiento, en la pequeña bodega, de la carga más ligera y delicada; y, sobre la cubierta, de los toneles de vino y bidones de aceite. Pero, con la inquietud propia del niño que era, tal vez queriendo emular a algún intrépido héroe de película, se me ocurrió la “genialidad” de proponerle a mi amigo, que, aprovechando el movimiento de subida de la motora, y permaneciendo sentados en la borda, mediante un impulso (imposible), a ver si conseguíamos alcanzar la parte superior del muelle, y subir... Juan Búa, intuyendo que se trataba de una idea descabellada -lo que se confirmó posteriormente ¡Y de qué manera!-, propuso que lo intentara yo primero… Esperé a que el movimiento del mar elevara al máximo la embarcación, impulsé el cuerpo con todas mis fuerzas –habida cuenta que los pies no tenían apoyo-, y conseguí alcanzar la parte superior del muelle, apoyando el antebrazo izquierdo y agarrando mínimamente el borde con la mano derecha. Sin embargo, a pesar de mis titánicos y desesperados esfuerzos (más desesperados que titánicos, ciertamente), no pude evitar que la mano se deslizara sobre la arenilla que había en la superficie; y que el antebrazo, dolorido por el sobreesfuerzo y el roce con la arenilla, también fuera resbalando… Y me caí al mar.

Yo, aún no sabía nadar. Y en el agua, entre la embarcación y el muelle, gritando a pleno pulmón, emergía con los brazos elevados. En cada inmersión, debido a que tenía la boca abierta para gritar, tragaba una desmedida cantidad de agua salada; lo que me provocaba fuertes náuseas y me impedía coger suficiente aire. Antes de iniciar la tercera inmersión, y con el estómago que parecía un aljibe de agua de mar, los dos patrones de las lanchas motoras consiguieron agarrarme de las manos -en ningún momento dejé de alzar los brazos-, y me sacaron a la superficie. Y allí estaba yo, tendido sobre aquel muelle de piedra, con unas desagradables arcadas que provocaron la expulsión del agua contenida en mi estómago. La sensación de alivio que sentí fue muy gratificante.

Alguien había ido a avisar a mi abuelo, que se encontraba en el garaje-taller. Llegó muy excitado, temiéndose lo peor… Ayudado por los dos hombres que, sin duda alguna, me habían salvado la vida, conseguí ponerme en pie. Mi abuelo, tras darles las gracias a los patrones, me reprendió muy duramente y, por primera y única vez en la vida, me dio unos azotes. Seguidamente, me acompañó a casa. Mi abuela Encarnación y mi tía Mercedes, una vez superada la impresión del momento, me quitaron la ropa –que, como es natural, estaba empapada-, y me bañaron. Tras el baño en agua templada, me secaron convenientemente; y, a continuación, me frotaron enérgicamente pecho y espalda con alcohol. Durante todo el proceso, como no podía ser de otra forma, mi abuela también me reprendió con gran dureza. ¡Menudo disgusto les di aquel día a mis abuelos!

Aunque por mi estatura parecía mayor, todavía no había cumplido los siete años. En el verano de aquel año…, aprendí a nadar.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Mi vida frente al mar





 Por Robert Newport
21 septiembre 2012

Haber nacido y vivido en contacto visual directo y permanente con el mar, lo mismo en condiciones meteorológicas favorables como adversas, moldea el carácter de las personas.

El piso en el que vivía con mis abuelos, tenía una galería acristalada -con ventanas tipo “guillotina”-, asomada a la otrora denominada ‘Calle de Ramiro Cores’ (hoy, Avenida de la Marina), a unos 15 metros del borde del mar. Al otro lado de la calle, a la izquierda, la Plaza de la Pescadería. A la derecha, la Estación Sanitaria del Puerto. Enfrente, sólo el mar, las islas Malveiras y Barbanza. También se veía, majestuoso, el emblemático Muelle de Hierro.

Cuando el invierno cobraba fuerza y la llegada de una galerna era inminente, recuerdo como tras los ventanales de aquella galería, contemplaba emocionado aquellos meteoros que, invariablemente, se sucedían todos los inviernos. Al atardecer, el cielo se oscurecía  repentinamente y comenzaba a soplar una brisa suave, que, poco a poco, se iba intensificando hasta convertirse en fuerte viento. Los focos del alumbrado público comenzaban a oscilar lentamente, imitando el vaivén de una campana, hasta alcanzar un movimiento frenético. Todo lo que había en la calle: papeles y materiales ligeros diversos, emprendía un vuelo disparatado, arremolinándose sin control. Y el mar, que se encontraba en marea alta, comenzaba moviéndose cadenciosamente, en lento vaivén, acrecentándose a medida que el viento arreciaba, hasta convertirse en fuerte marejada. La altura de las olas era cada vez mayor, y sus blancas crestas, suspendidas en el aire, se fraccionaban en gruesas gotas que, con gran violencia, venían a estrellarse contra los cristales. La inquietud que sentía al presenciar aquel espectáculo, me superaba. Pero el espíritu aventurero que todos llevamos dentro, me impedía abandonar aquel puente de mando imaginario que se encontraba en tierra firme.

Después de una larga noche de temporal, el viento iba amainando al acercarse la madrugada; y el mar, a medida que la marea descendía, recobraba la tranquilidad. Al despuntar el día, la galerna dejaba un rastro de desperdicios esparcidos por toda la calle. Pequeñas embarcaciones, que habitualmente fondeaban o amarraban a la rampa del Cavadelo, lograban permanecer a flote a pesar de los evidentes daños sufridos al golpearse entre sí o contra el malecón. Algunas, las más castigadas por la violencia del temporal, aparecían hundidas; y otras, sorprendentemente, iban a dar con sus cuadernas en los lugares más insólitos, y en un estado de equilibrio imposible.

Aquellos recios inviernos de ciclones y galernas, de temporales con entidad, constituyen una parte importante de mis recuerdos, vivencias y sensaciones. Mi vida frente al mar.

jueves, 16 de agosto de 2012

Adolfo Suárez. Apertura al mundo


El 30 de enero de 1979, recién aprobada la Constitución, Adolfo Suárez pronuncia un discurso ante el Consejo de Europa en el que hizo un canto a Europa y a la vocación europeísta de España.


La idea de Europa ha servido muchas veces en la Historia de España de punto de referencia; negarla ha sido un testimonio de incapacidad y de impotencia política; afirmarla, un rasgo de imaginación y un acto de fe en el futuro. Se creía en Europa porque constituía la mejor representación de los ideales de democracia y de libertad. Se pensaba en Europa, en definitiva, no ya como una aspiración abstracta, sino como un programa de absoluta urgencia política.

Un gran español  -José Ortega y Gasset-  afirmó que “Europa como sociedad existe con anterioridad a las existencia de las naciones europeas”. Y nosotros hemos creído que España no sería una sociedad plena e integrada hasta que no afirmara su europeidad, con la misma fuerza e insistencia con la que hemos defendido que Europa no sería totalmente Europa mientras no pudiera contar con la presencia de una España democrática. Esta fue la idea inspiradora de las palabras de S..M. el Rey en el mensaje de la Corona al pueblo español con el que abrió el nuevo proceso político: “La idea de Europa sería incompleta sin una referencia a la presencia del hombre español y sin una consideración del hacer de muchos de mis predecesores.  Europa deberá contar con España, pues los españoles somos europeos. Que ambas partes así lo entiendan y que todos extraigamos las consecuencias que se derivan, es una necesidad del momento.”

En el devenir de los pueblos hay ocasiones en que resulta preciso elegir y España eligió la solidaridad europea. Con nuestra plena participación en las diversas instituciones, no sólo participaremos en este esfuerzo solidario, sino que deberemos exigir el esfuerzo de la integración para que Europa no siga siendo la media de los compromisos nacionales, sino la resultante de un esfuerzo y reflexión conjuntos.

Yo quisiera, como apelación final, dirigirme a la Europa de las ideas y de los sentimientos para pedirle que sea capaz de impedir que la Europa de los intereses recorte sus posibilidades y sus esperanzas.

Sólo en la medida en que podamos constituir un entramado coherente de ideas, sentimientos e intereses, sean económicos,  políticos o estratégicos, España podrá llegar a comprender que su fe en Europa se corresponde con la profunda verdad de Europa.

La Europa en la que creemos es la Europa de las libertades. Supone un modelo de sociedad que entendemos libre y pluralista y exige la estrecha concertación de las políticas de sus diversos Estados, porque si se cree que Europa es demasiado grande para vivir unida pienso, sin embargo, que es demasiado pequeña para vivir separada.


En el pleno del Congreso del día 5 de abril de 1978, en el que se dio cuenta del relevo de Fuentes Quintana por Abril Martorell y se explicó con detalle la política del Gobierno con la Constitución en el telar, Suárez situó la política exterior entre los “objetivos prioritarios” y explicó con claridad su posición.


El gobierno parte de un principio: no es concebible una política exterior de España que no sea una política de Estado, compartida por la mayoría de la nación y, por supuesto, de los grupos políticos que componen el Parlamento.

Si hay algún orden de nuestra vida pública donde es necesaria la coincidencia por encima de las opciones ideológicas o de partido, ese orden es el papel de España en el mundo.

Por todo ello, y contando con que muchos temas concretos han de ser objeto de debate parlamentario en su momento, el Gobierno se plantea una política exterior, dentro de la política general del Estado, que parte de la realidad de España: de su realidad política, de su realidad geoestratégica y de su realidad económica.

Nuestra acción exterior es, ante todo, resultado de un objetivo prioritario, no negociable, irrenunciable, sobre el que la supervivencia misma del Estado se apoya. Me refiero a la independencia e integridad de la nación.

En este orden, afirmar la seguridad del territorio en el marco de nuestro entorno geográfico es nuestro punto de partida, que conlleva una vocación de solidaridad dentro del respeto al sistema de las Naciones Unidas.

En el tiempo transcurrido hasta hoy hemos normalizado nuestras relaciones con el mundo. Pero no hemos buscado sólo una normalización, sino que hemos logrado insertar a España en la órbita internacional que le corresponde.  Hoy nuestra nación está inserta en ese conjunto de países que defienden el mismo sistema de valores: la defensa de los derechos humanos, la distensión y la construcción de un orden económico internacional justo.

Pero qué duda cabe de que España debe jugar además en el mundo con unos intereses concretos. Pues bien, en la promoción de esos intereses, España actúa prioritariamente en dos áreas: Europa y América. Buscamos una solución normal con todos los países europeos y, particularmente, hemos abierto las negociaciones para una integración total en la Europa comunitaria.

En América queremos dedicar una atención especial a los países iberoamericanos, con los que hemos de pasar de unas relaciones históricas marcadas por su carácter emotivo a unas nuevas relaciones basadas en el intercambio real.

Pero queremos llegar más lejos. España está situada en el Mediterráneo y quiere contribuir a un orden de paz y colaboración con los países ribereños. Con las naciones africanas, de las que estuvimos muy alejados, queremos llegar a una política de mayor cooperación, que seha de concretar en la adopción de acuerdos específicos.

Por último, señorías, nuestra política exterior tiene otra dimensión humana inaplazable: atender y asistir a los españoles que viven fuera de nuestras fronteras. Independientemente de que el objetivo último sea su retorno, hemos de contar con la realidad de que la emigración existe y de que tiene unos problemas humanos y culturales, fundamentalmente, que debemos atender con toda la puntualidad que las circunstancias nos permiten.

España, señores diputados, desarrolla una política exterior definida por su enmarque político, económico, cultural y geográfico en el mundo occidental.


















Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

Adolfo Suárez. Ley de Asociaciones Políticas


Hace menos de una semana, Su Majestad el Rey definía el horizonte de nuestra convivencia como una Monarquía democrática, en cuyas instituciones habrá lugar holgado para cada español.

Esta ley es pieza fundamental en el perfeccionamiento de las relaciones políticas de los españoles entre sí, paso decisivo hacia la sociedad democrática que perseguimos y algo mucho más importante: pretender dar respuesta actual a las demandas de nuestra sociedad.

No hay que derribar lo construido ni hay que levantar un edificio paralelo. Hay que aprovechar lo que tiene de sólido, pero hay que rectificar lo que el paso del tiempo y el relevo de generaciones hayan dejado anticuado. Y no sirven, señorías, los apuntalamientos. Sirve, en cambio, la arquitectura de nuevas técnicas; sirve sólo -y esa es la llamada de la autenticidad de nuestro tiempo- la estructura que dé cabida, y cabida ancha, a todos los miembros de la comunidad. Nos encontramos ante una nueva etapa cargada de esperanzas. Ante ella, como ciudadanos, hemos sentido la impaciencia, porque sabíamos que las reformas eran necesarias. Sin embargo, como gobernantes y como responsables administrativos de la comunidad hemos pretendido conducir la transición con una única norma: conocer con realismo, que implica sinceridad, las necesidades políticas y sociales de nuestro pueblo. El Gobierno, gestor legítimo en este momento histórico, tiene la responsabilidad de poner en marcha los mecanismos necesarios para la consolidación definitiva de una democracia moderna.
… No tenemos puesta nuestra atención únicamente en los mandatos constitucionales, sino también en la realidad apremiante de nuestro pueblo, en el empeño de ofrecer una nueva ocasión de libertad, que nos lleve a una convivencia estable, y en la ilusión de romper de una vez por todas los círculos viciosos de nuestra Historia.

El punto de partida es el reconocimiento del pluralismo de nuestra sociedad. Y si esta sociedad es plural, no podemos permitirnos el lujo de ignorarlo. Por el contrario, es preciso organizar esa pluralidad, y es preciso organizarla de modo que dé cabida a todos los grupos sinceramente democráticos, con aspiraciones de poder, con voluntad de ofrecer una alternativa de Gobierno, pero con programas válidos para la Administración y la acción política, bajo el compromiso de respeto a los demás.

… Si contemplamos la realidad nacional con una mínima sinceridad, hemos de convenir en que además de este pluralismo teórico, existen ya fuerzas organizadas. Nos empeñaríamos en una ceguera absurda si nos negásemos a verlo. Esas fuerzas, llámense o no partidos, existen como hecho público […] El Estado debe ser neutral ante los partidos, si quiere ser justo, pero no puede desconocer su existencia.

… Ante todo ello, el Gobierno del Rey aspira a una meta de integración y considera que ese objetivo no sólo admite sino que exige la articulación normativa del pluralismo político […] Estima, con plena responsabilidad ante el pueblo, ante las leyes y ante la Corona, que en las actuales circunstancias históricas es indispensable, precisamente para conseguir una sociedad civil más auténtica y fuerte, abril el camino legal a la pluralidad que vemos existente en la práctica. El Gobierno piensa, en suma, que una vez lograda la solidez del Estado y superados los tiempos en que era forzosa la restricción de algunos derechos, la integración no puede darse sin libertad política, y que esa libertad política pasa precisamente por el derecho de asociación. […] Sabemos que con ello estamos levantando el edificio de la concordia nacional.

Esos grupos tienen derecho a la vida, si representan a hombres y familias de España. Y tienen derecho a la vida pública, porque en cada uno de ellos puede encontrarse una nueva vitalidad. Pero a lo que nosotros no podemos jugar, como responsables de nuestro propio presente y futuro, es a convertir al país en un reino de dudosas legalidades y de marginaciones ciertas […] Bien sabemos que se habría hecho un esfuerzo inútil si (la ley) no sirviera a todos por igual.

¿Es que acaso no existe, incluso a nivel popular, un mínimo acuerdo tácito respecto al cambio sin riesgo; a la reforma profunda y ordenada; al pluralismo político; a una Cámara elegida por sufragio universal, igual, directo y secreto; a la existencia de nos grupos políticos que canalicen la participación ideológica; a las libertades públicas de expresión, reunión y manifestación; a un sistema económico que armonice la fuerza creadora de la iniciativa privada con unos mayores niveles de justicia, mediante la óptima socialización de los resultados del desarrollo?

Estamos tratando de interpretar lo que el país quiere.

El derecho de asociación política no puede constituir un fin en sí mismo. Y me interesa resaltarlo especialmente. No lo concebimos como una meta sino como un medio para que el pueblo disponga del poder que en buena teoría política le corresponde.

…Vamos a crear un campo de juego para que la política, como actividad responsable, sea el fin lícito que prevén nuestras Leyes Fundamentales. Vamos a dar a cada español la oportunidad -que ha de transformarse en beneficio público- de que considere esa actividad política como algo propio y no “ elaborado”  en campanas de cristal alejadas de los estados de opinión. Vamos, en definitiva, a ordenar unas reglas de participación, de tal forma que la ilegalidad sólo afecte a quienes juegan a subversión. Precisamente, a esa subversión la excluirá la sociedad misma cuando pueda organizarse con fórmulas civilizadas y atractivas, y cuando la inmensa masa moderada del país, que tiene mucho que conservar,  pero mucho más que conseguir, se sienta solidaria en la tarea de arrinconar los extremismos y los propósitos de suicidio colectivo.

La reforma, en cuyo espíritu esta ley inserta, ha de ser coherente y legitimada por la voluntad del pueblo en lo constitucional;  democrática y pluralista en lo político; flexible, ágil y eficaz en lo administrativo; racionalizadora y transformadora en lo económico; pactada y responsable en lo social, y occidentalista y fiel a nuestra tradición histórica en lo que atañe a nuestras raíces y a su proyección exterior.

Cuando tantos intérpretes surgen para la voz del pueblo, es lógico y urgente que nos apresuremos a escuchar la voz real del pueblo, que la tiene, y que quizá sea muy diferente de cómo pensamos todos […] Que la decisión corresponda a la voluntad popular.
La Corona se presenta ante la nación con una voluntad expresa y jamás silenciada de alcanzar una democracia moderna para España.  Don Juan Carlos  definió el poder de la Corona como “poder institucional”; es decir, poder compartido; poder, en suma, sin mixtificaciones ni intromisiones. Crear una corriente viva entre la base social y su institución máxima es la esencia misma de la Monarquía de hoy.

Vamos, sencillamente, a quitarle dramatismo a nuestra vida política. Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es normal. Vamos a sentar las bases de un entendimiento duradero bajo el imperio de la ley.













Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

Adolfo Suárez. Legalización del PCE


El día 3 de Mayo de 1977, Adolfo Suárez se dirigía por televisión a los españoles. En un meditado mensaje, informaba sobre la convocatoria de las primeras elecciones generales libres y anunciaba su comparecencia a las mismas. Asimismo explicaba las razones de la legalización del PCE.


Cuando en el verano de 1976 las Cortes españolas aprobaron la reforma del Código Penal, todos entendimos que el Partido Comunista, tal y como se presentaba en aquellas fechas, quedaba afectado por la nueva redacción del artículo 172, y, por tanto, excluido de la legalidad.

Y con mucha razón, con gran coherencia lógica, porque, en aquellas circunstancias, el Partido Comunista se definía como un enemigo declarado, como un grupo que rechazaba completamente las opciones políticas fundamentales, que definían aquella situación. El Partido Comunista se colocaba fuera de la legalidad, y como tal debía ser tratado.

Pero ¿quién duda, señores, de que las circunstancias políticas han cambiado desde aquel momento? ¿Puede alguien dudar que las normas de convivencia y su aceptación por los partidos políticos han cambiado sustancialmente? ¿Quién puede negar que fuerzas políticas que entonces estaban marginadas hoy optan por participar en la normalidad?

Todo esto fue posible porque las mismas Cortes que en julio entendían clara la exclusión del Partido Comunista, en el mes de noviembre aprobaban una ley para la Reforma Política y sobre todo porque ustedes mismos la aprobaron masivamente el pasado 15 de diciembre.

Esta ley significa un cambio sustancial en la política española. Al proclamar que establecía un punto de no retorno en la vida pública.

El destino pasaba a ser el marcado por el pueblo español; una democracia plena, con una acción política ejercida bajo el amparo de la Corona y el imperio de la ley.

El nuevo marco político hizo que muchos partidos solicitasen su legalización. Entre ellos figuró el Partido Comunista, quien presentó unos estatutos perfectamente legales, no contradichos en su conducta pública en los últimos meses.

Ante esta voluntaria solicitud de someterse a las reglas de juego del Estado, al Gobierno le cabían tres opciones: el rechazo, que sería incoherente con la realidad de que el Partido comunista existe y está organizado; la lucha contra él, que sólo se podría ejercer por la represión; por último, aplicar la legalidad, recabando la información jurídica oportuna para comprobar si encajaba o no encajaba en la ley.

La conclusión, después de la sentencia del Tribunal Supremo y del dictamen del Fiscal del Reino, ha sido que no había contraindicación legal para su inscripción en el Registro. Dado que ni el gobierno ni nadie puede juzgar sospechas, sino conductas, y la conducta era compatible con la ley, el Gobierno procedió a la legalización.

Acepto por completo la responsabilidad de esta decisión, que se fundó en dos principios básicos: el del realismo y el del patriotismo. Realismo, porque entiendo que no es buena política la que se basa en cerrar los ojos a lo que existe; patriotismo, porque el servicio que en estos momentos nos exige España es aclarar las reglas del juego y numerar a los participantes.

Mal podríamos entrar en una campaña electoral sin saber dónde está cada uno de los grupos o partidos políticos. Mal podríamos intentar que el Estado fuera sólido, si no lo creemos capaz y lo hacemos capaz de albergar en su seno y en sus instituciones a todas las fuerzas políticas que aceptan la legalidad de ese mismo Estado. Mal podríamos, señores, mirar a nuestro futuro de concordia si dejásemos que hubiese una acción política socavando los cimientos, en lugar de sacarla con todos los derechos, pero también con todas las obligaciones, a la luz del día.

La política, señoras y señores, si queremos que sea positiva, no se debe hacer a base de sentimientos, sino sobre los datos de la realidad. Una gran nación no se construye sólo sobre nobles impulsos del corazón, sino con el estudio detallado de los hechos.

Sería paradójico, por ejemplo, que cuando hemos establecido relaciones diplomáticas plenas con los países del Este, mantuviésemos al margen de la ley a aquellos comunistas del interior que aceptan una convivencia legal.  Sería paradójico que, queriendo hacer una democracia en la normalidad, marginásemos deliberadamente a quienes aseguran desear participar en ella.

Pienso que sólo la ley puede marcar los caminos. Y en este sentido, el Gobierno recuerda el principio de la igualdad de todos ante la ley y está dispuesto a aplicarla con el máximo rigor en defensa de la unidad de España, de la institución monárquica, así como impedir el establecimiento de cualquier sistema totalitario, o la subversión del orden y de la paz pública, independientemente de la ideología de quienes lo intenten, como creo que este Gobierno ya demostró.

En cuanto al Partido Comunista o cualquier otro, si su conducta posterior -directa o indirectamente- incurriera en ilegalidad, pueden tener ustedes la seguridad de que caería sobre ellos todo el peso de la ley.

Yo, señores, no sólo no soy comunista, sino que rechazo firmemente su ideología, como la  rechazan los demás miembros del Gabinete que presido.  Pero sí soy demócrata, y sinceramente demócrata. Por ello pienso que nuestro pueblo es suficientemente maduro -y lo demuestra a diario- como para asimilar su propio pluralismo.

Pienso que este pueblo no quiere encontrarse fatalmente obligado a ver las cárceles llenas de gente por motivos ideológicos. Pienso que en una democracia todos somos vigilantes de nosotros mismos, testigos y jueces de nuestros actos públicos; que hemos de instaurar el respeto a las minorías legales; que entre todos los derechos y los deberes de la convivencia figura el de aceptar al adversario y, si hay que hacerle frente, hacérselo en competencia civilizada.






Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

Adolfo Suárez. Los Pactos de la Moncloa




El cambio político coincidió en España con una fuerte crisis económica, que ponía en peligro el proceso democrático. La vertiginosa elevación de los precios del petróleo a raíz de la guerra del Yom Kippur en 1973, seguida de la crisis monetaria derivada de la decisión de Nixon de liquidar las normas vigentes en el Sistema Monetario Internacional, afectó de lleno a la endeble economía española, con un manifiesto empobrecimiento de la sociedad. Un dato: en 1977, en los meses centrales de julio y agosto, la inflación fue del 42%. En los cuatro años de crisis, la deuda exterior superaba los 12.000 millones de dólares. Resultaba complicado afianzar una democracia cuando se perdían, tras las primeras elecciones del 15 de junio, cien millones de dólares al día en reservas exteriores.

Adolfo Suárez explica así la situación:

La oportunidad del cambio político había llegado en medio de una grave crisis económica mundial abierta en 1973 y agudizada en 1977.

Parecía repetirse la secuencia de la II República española, a la que acompañó la Gran Depresión. Debíamos aprender de nuestra propia Historia para no incurrir en los errores del pasado. En tan difícil momento, era necesario guardar el equilibrio entre la presión social, las exigencias del cambio político y la propia responsabilidad del Gobierno.

La crisis económica reclamaba de los nuevos protagonistas políticos (partidos, Parlamento, Gobierno) su comprensión más rigurosa y su tratamiento prioritario. De lo contrario, terminaría por hacer imposible la vida del régimen que nacía comprometido en su solución.

El tratamiento de la crisis exigía una nueva y firme solidaridad política, una nueva política de Estado que integrara a todas las fuerzas del arco parlamentario y las hiciera corresponsables  de la situación y de su superación.

Para ello había que instaurar una política de profundas reformas sociales y económicas que permitieran no sólo sanear nuestra economía sino resolver también las más graves e injustas desigualdades que aquejaban a la sociedad española. Era necesario plantear una reforma fiscal, en virtud de la cual contribuyesen en mayor medida a las cargas del Estado quienes más tuvieran; había que posibilitar las organizaciones representativas de empresarios y sindicatos y estimular un amplio diálogo entre ellos que llevase a la concertación social; había que cambiar estructuras y procedimientos y alentar a los agentes sociales para que asumieran la propia dirección y responsabilidad del cambio socio-económico.

Los Pactos fueron firmados el día 25 de octubre de 1977 en el palacio de la Moncloa por Adolfo Suárez, Felipe González, Joan Reventós, Joseph María Triginer, Manuel Fraga, Enrique Tierno Galván, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, Leopoldo Calvo-Sotelo y Santiago Carrillo.

Dos días más tarde el presidente Suárez los presentaba al Parlamento, como programa.

Un programa económico formulado desde la perspectiva del interés nacional y no desde posiciones programáticas de partido.

Un programa económico que tiene el máximo aval técnico del equipo que redactó el borrador inicial y de los expertos de los distintos partidos políticos. Nacido, por tanto, del ejercicio de la principal virtud que debe dar vida y sentido a una democracia: la transigencia, ejercida en el diálogo responsable frente a los graves problemas con los que la sociedad española se enfrenta.

Un programa económico que, al recibir el consenso unánime de los partidos políticos, posee la virtualidad suficiente para que los españoles confíen en su eficaz aplicación.

Un programa económico que, más allá de su propio valor, ha servido para demostrar que la democracia es posible en España, para prestigiar a los partidos políticos y a esas Cortes, que han sido capaces de decirle al país, con la fuerza de los hechos, que el entendimiento es posible cuando se parte de la asunción del singular momento histórico que vivimos.

Por primera vez, fuerzas con una ideología dispar han coincidido en unos planteamientos básicos para el diagnóstico y la solución de la evidente crisis económica que está sufriendo España.

Ante esta evidencia, sirvan mis palabras como testimonio de felicitación pública a un país y a un pueblo que llevaba demasiado tiempo esperando voces conjuntas de esperanza.

… El Gobierno, y con él  la mayoría de las fuerzas políticas y sociales, comparten que este principio de consenso es el que ha presidido el acuerdo político firmado hace unas horas; pienso también que este principio de consenso es el que guía la elaboración de la Constitución, pues la Constitución y el marco legal de los derechos y libertades públicas no deben constituir el logro de un partido, sino la plataforma básica de convivencia aceptada por la inmensa mayoría de los españoles, cualquiera que sea su ideología o su proyecto de sociedad.

… Mientras la Constitución llega, parece claro que el proceso democrático ya es irreversible.  Lo han hecho irreversible el espíritu de la Corona, la madurez de nuestro pueblo y la responsabilidad y el realismo de los partidos políticos.

Por ello nuestro compromiso no se reduce, aunque sea esencial, a la consolidación de la democracia, sino al establecimiento de una sociedad más justa en la distribución de las riquezas y en el reparto de las cargas y con una mayor capacidad creadora.  Una vez logrado el objetivo de instaurar en su normalidad y en su plenitud la democracia, podemos seguir avanzando en paz y en libertad, hacia la gran meta de la justicia.

El día 2 de noviembre, por la noche, Adolfo Suárez explicaba a los españoles, en un largo mensaje por radio y televisión, el alcance de los Pactos de la Moncloa. De paso daba cuenta del cumplimiento de sus promesas, en el célebre “puedo prometer  prometo” del 13 de junio en  vísperas de las elecciones.  No ocultó en ningún momento las dificultades de la economía española. Y estos eran los compromisos concretos:

Hacer que la cantidad total de dinero no crezca en 1978 más de un 17%, porque si no se disciplina el crecimiento del dinero y el crédito, la inflación no disminuirá.

Lograr que los salarios no crezcan más de un 22% en su masa global, pero con un horizonte muy claro: conseguir que crezcan más los salarios más bajos.

Asegurar que las alzas de precios no superen los límites tolerables, que para 1978 han de estar en ese mismo tope del 22%.  Para lograr este objetivo habrá que conseguir una desaceleración, es decir, una reducción en el ritmo de crecimiento mensual de los precios durante todo el año 1978, de forma que ese ritmo de crecimiento sea al final del año la mitad de los últimos meses de 1977.

Garantizar que la política fiscal haga pagar más a quien más tiene y recibir más del Estado a los que tienen menos.

Introducir toda una serie de modificaciones en nuestros comportamientos, de manera que el sistema económico sea más eficiente, más justo y más progresivo.

Conseguir que exportemos más y que limitemos las importaciones a los mínimos necesarios para no frenar la producción.

Si todo esto se cumple -y es seguro que se cumplirá- habremos conseguido frenar la inflación, equilibrar nuestro comercio con los demás países y, en definitiva, sanear nuestra economía y reformar sus estructuras.

Nos espera un duro período de saneamiento económico. Cuando lo anuncio, soy consciente de que no estoy ofreciendo vivir e ningún país de maravillas. Pero soy consciente también de que con estas condiciones podremos alcanzar a medio plazo una sociedad más próspera y más justa.

… Por primera vez en nuestra Historia reciente se dan cita todas las condiciones para el éxito de una acción concreta de Gobierno:

Primero, absoluta solvencia de las medidas, que han sido preparadas por los mejores equipos técnicos del Gobierno y de los partidos políticos que ustedes han votado.

Segundo, absoluta coincidencia entre todos los partidos para establecer diagnóstico de la enfermedad que sufre nuestra economía.

Tercero, compromiso de todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso para hacerlas cumplir.

Ahora es obligado el compromiso de colaboración de todos los ciudadanos.

Vamos, una vez conseguida la libertad, a ganar ilusionadamente la justicia.

Los efectos beneficiosos de los Pactos de la Moncloa no se hicieron esperar. La inflación al final de 1977 era del 26,4%, y se reducía en 1978 al 16%; la balanza por cuenta corriente se equilibraba en 1977 y obtenía superávit al año siguiente; el déficit previsto de la balanza de pagos se reducía a la mitad; las reservas de divisas, en el mismo período, pasaron de 4.000 millones de dólares a 10.000 millones; las empresas empezaban a notar que repuntaban los beneficios. Y, sobre todo, como ha escrito Joaquín Estefanía, “se producía un cambio importantísimo en el clima político del país, que permitió llegar a la Constitución; los Pactos de la Moncloa se convertirían en la insignia del paso de la dictadura a una democracia sin convulsiones sociales. Fueron el gran compromiso histórico español.”

Adolfo Suárez, dieciocho años después, opina lo mismo:

Los pactos permitieron, sobre todo, llegar sin dificultades económicas insuperables a la Constitución de 1978, iniciar unas reformas que el país había reclamado durante años y demostrar la eficacia de la política de consenso para encauzar las grandes cuestiones de Estado.

El terreno estaba preparado. Era la hora de la Constitución.





Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

Adolfo Suárez. La Constitución


La elaboración de la Constitución se planteó desde el acuerdo de todas las fuerzas políticas del arco parlamentario. Nuestra convulsa historia constitucional nos había dado numerosos ejemplos de constituciones que representaban la imposición de unos españoles sobre otros como consecuencia de una revolución, una guerra civil o un mero pronunciamiento. Esta vez no podía suceder lo mismo. La democracia era el resultado de un entendimiento común y la Constitución que la consagraba debía ser el resultado de un consenso generalizado.

Adolfo Suárez  reconocía diecisiete años después:

Algunos han acusado a la Constitución de ser, deliberadamente o no, ambigua e imprecisa. Es posible que técnicamente la constitución tenga algunos defectos. Pero nuestra Historia está repleta de Constituciones con vocación científica de perfección, algunas de las cuales ni siquiera llegaron a tener vigencia. Nuestra Historia constitucional ha sido convulsa y tormentosa. Para nosotros era fundamental que la adaptación de las ideologías y la coyuntura política se realizara dentro del sistema y no a su costa. Por eso necesitábamos una constitución con la que pudiera gobernar por igual la derecha y la izquierda.  Y esto, para nosotros, implicaba la necesidad de que fuera el centro político quien la hiciera aceptar a las dos mitades antagónicas que antaño se habían desconocido y combatido sin piedad.  Como principal responsable político de este  proceso  puedo  decir -y con enorme satisfacción- que la transición se planteó de tal manera que ningún español en virtud de supuestas, eventuales o pasadas responsabilidades políticas sufrió perjuicio, cargo o acusación alguna. Todos pudieron agruparse libremente conforme a sus preferencias políticas, concurrir a las elecciones y actuar, sin discriminación alguna desde sus resultados electorales, en defensa de sus ideas.
La política discurre por dos planos distintos: el de Estado, que con sus notas características define el marco básico de convivencia y el de Gobierno y oposición, que sólo puede jugar todas sus virtualidades cuando existe y se respeta ese cuadro básico de instituciones.

La intensidad de la acción política en uno y otro plano y de los problemas que se plantean son distintos según el momento histórico y según las características de cada país y de cada población. Lo importante es reconocer y asumir que, si en el segundo plano la esencia de la democracia se hace fecunda por la concentración, en el primero -el de la política de Estado- la fecundidad está asociada al esfuerzo de convergencia, inédita a nuestra Historia, que estamos llamados a protagonizar. No queremos el Estado de unos españoles impuestos a otros españoles. Queremos el Estado de todos, como expresión de la comunidad nacional, de forma que dentro de él puedan presentarse y actuar las distintas opciones y alternativas de Gobierno.

Y vamos a lograrlo a pesar de quienes, fuera de estas Cortes, por excitación de toda clase de extremismos o por acumulación de exigencias o perentoriedades, someten la imagen misma de las instituciones democráticas a deterioro, minan la confianza social en ellas o atentan contra la esencia misma del Estado desde la irracionalidad.

Pues bien, es evidente que la acción del Gobierno ha estado y está influida por el hecho de desenvolver su tarea política en el contexto de un período constituyente, y es lógico que mi Gabinete estuviera y esté directamente afectado por la necesidad de anteponer, en las actuales circunstancias, la política de Estado a la política de Gobierno. Esta misma exigencia se ha planteado también a todas las fuerzas políticas democráticas.

Durante un proceso constituyente, el Gobierno ha de limitar el alcance de estas opciones, manteniéndose en niveles no sustanciales de disenso, porque son los únicos capaces de evitar lo que sería el más grave peligro para el cuerpo político: la inexistencia de una concordia radical en el país respecto a los elementos básicos de la convivencia nacional. Esta situación transitoria, propia de todo período constituyente, condiciones cualquier aspecto de la acción política […]  En cualquier caso, debe quedar claro que la política de consenso no trata de forzar unanimidades, sino de lograr acuerdos libres y responsablemente asumidos por las fuerzas políticas y por las instituciones representativas.

[…]  Nuestra Historia nos enseña la trágica lección de la ineficacia de unas Constituciones que han sido expresión solamente de una parte de las fuerzas políticas de la nación española. Esa lección la hemos aprendido y por ello todos nos sentimos comprometidos en una Constitución que valga para todos. Una Constitución que sea aprobada por el voto casi unánime de las cortes y por el referéndum casi unánime del pueblo español […]  Urge terminar el proceso constituyente y sustituir en lo demás el consenso por la moderación en la defensa de las respectivas posiciones opuestas o divergentes.

Me interesa, para terminar, señalar que el Gobierno gobierna.  Yo he escuchado con suma atención todas las intervenciones de sus señorías. Evidentemente unos aconsejan una cosa, otros aconsejan otra. Pero el Gobierno está gobernando en circunstancias muy difíciles, y quiere seguir gobernando desde ese mandato popular recibido el 15 de junio, en esa misma línea hasta la Constitución, y en los temas de convergencia que habíamos señalado. Y el Gobierno gobierna dedicando intensamente toda su actividad a intentar evitar las tensiones que todo proceso de cambio produce, e intentando alcanzar cada día más cotas de libertad, y cada día más cotas de seguridad.

Yo diría que al Gobierno se le pide con frecuencia que construya, o colabore a construir, porque todos somos constructores, el edificio del Estado nuevo sobre el edificio del Estado antiguo, y se nos pide que cambiemos las cañerías del agua, teniendo que dar agua todos los días; se nos pide que cambiemos los conductos de la luz, el tendido eléctrico, dando luz todos los días; se nos pide que cambiemos el techo, las paredes y las ventanas del edificio, pero sin que el viento, la nieve o el frío perjudiquen a los habitantes de ese edificio; pero también se nos pide a todos que ni siquiera el polvo que levantan las obras de ese edificio nos manche, y se nos pide también, en buena parte, que las inquietudes que causa esa construcción no produzcan tensiones.

Yo quiero decir a sus señorías que tengan la absoluta seguridad de que entre todos estamos haciendo un edificio nuevo, un edificio que tiene la singularidad de que se está enfrentando, quizá, desde perspectivas arquitectónicas diferentes, y queremos que el modelo sea bueno y bello; pero podemos tener la garantía absoluta de que en ese edificio habrá una habitación cómoda y confortable para cada uno de los 36 millones de españoles.


El 31 de octubre de 1978, la Constitución fue aprobada, en sesión solemne y separada, por ambas cámaras.

Adolfo Suárez pronunció un discurso, en el que valoró así las características de la nueva constitución:

En relación con nuestra peculiar experiencia histórica, la Constitución expresa la convicción de que no hay dos Españas irreconciliables y en permanente confrontación.  Creo que es el triunfo de la voluntad común de alcanzar una razonable, ordenada y pacífica convivencia para todos los españoles.

En relación con la peculiaridad del proceso político que estamos protagonizando, creo que es el fruto de una cooperación de las diversas fuerzas políticas y sociales, con el resultado pretendido de construir un Estado sin partir de ruinas o quiebras de legalidad.

En relación con los valores que proclama, es una Constitución fuertemente progresiva, que orienta la vida pública y la acción del Gobierno, cualquiera que sea su signo, hacia metas de libertad, igualdad, justicia y solidaridad. Creo que es una Constitución de su tiempo, que contiene los valores de un tiempo nuevo y mejor.

En relación con las plurales concepciones de los partidos, creo que es una Constitución que, en un marco amplio y flexible, permite operar en función de las decisiones electorales del pueblo, que sólo excluye las opciones violentas, y que tiende a asegurar la estabilidad política.

En relación con la organización territorial del Estado, la Constitución, que se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, reconoce y justifica su más auténtica unidad, garantizando el derecho a la autonomía de los pueblos de España de forma amplia y sincera como jamás se configuró en ningún otro momento de nuestra historia constitucional.

En relación con las aspiraciones de nuestra sociedad para una transformación en profundidad de nuestras estructuras, la Constitución articula mecanismos ágiles y eficaces de gobierno, concebidos por la técnica jurídico-constitucional más moderna.

Y en relación, finalmente, con la sociedad a la que se dirige, la Constitución asocia la responsabilidad a la libertad; respalda los derechos con garantías, los correlaciona con deberes y busca el fortalecimiento del Estado y de la autoridad en el consentimiento libremente expresado de los ciudadanos y en la estabilidad de sus instituciones.

[…] Quienes desde el mandato recibido -todos nosotros- hemos protagonizado este proceso de devolución de la soberanía al pueblo, a través de cauces legales y pacíficos, podemos alegrarnos como vencedores; como vencedores, no en una contienda concreta, sino pienso que en la mejor y más noble de las batallas: la batalla contra el miedo, contra el desánimo secular, contra la violencia y contra nuestras propias pasiones mantenidas.

El 6 de marzo de 1980, con motivo de las primeras elecciones autonómicas, Adolfo Suárez pronunciaba un meditado discurso en el País Vasco.

 Al hacer del País Vasco una comunidad con sus propias instituciones públicas, estamos simultáneamente, construyendo un Estado nuevo, que ofrece un cauce institucional a la diversidad real de España y que, por tanto, se asienta en la voluntad libremente expresada de sus pueblos. El camino no será fácil.  Exige de todos nosotros un especial esfuerzo, una gran voluntad de moderación y de tolerancia y un gran sentido de la responsabilidad. La transformación de un Estado centralizado en un Estado estructurado en comunidades autonómicas es el gran reto que tiene ante sí la democracia española no sólo para consolidarse como sistema político sino, lo que es más importante, para garantizar definitivamente, una convivencia pacífica que ha quebrado siempre a lo largo de nuestra Historia.  Porque o la autonomía sirve al objetivo de la paz y de la libre convivencia entre todos los españoles con sus propias y diferenciadas singularidades históricas o socioculturales, o no podrá avanzarse en el camino de la libertad. Y es que la autonomía no puede ni debe concebirse como una plataforma de confrontación con el Estado sino justamente como una organización del Estado que es de todos y a todos debe servir.

Andando el tiempo, la revista Euskadi, del PNV, eligió a Adolfo Suárez “hombre del año”. Fue un gran reconocimiento. Javier Arzalluz, en el acto del homenaje, entregó a Suárez una makila, la cachaba que llevan los pastores en el monte para su autodefensa, y que, entre los vascos, cuando se regala a un invitado, simboliza que se le entrega el mando. Arzalluz, al dársela, le dijo a Suárez: “Toma, que hay mucho lobo en esta vida.” Y Suárez se emocionó.





Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

martes, 17 de julio de 2012

Nota Informativa (III)


INFORMACIÓN

Se han añadido dos nuevas etiquetas: 'Curiosidades' y 'Humor' 

  • Artículos varios
  • Citas literarias
  • Cuentos
  • Curiosidades
  • Discursos
  • Humor
  • Mis armónicas
  • Mis artículos
  • Mis cartas
  • Mis notas
  • Mis recuerdos
  • Mis relatos
  • Miscelánea
  • Pensamientos
  • Relatos varios
En la parte inferior izquierda de cada página, figura la etiqueta en la que está encuadrada. Pinchando en ella, aparecerán todos los documentos contenidos en la misma.

Cada cambio -o ampliación- que se realice en el blog, será publicado en una nueva Nota Informativa.

Un cordial saludo.
Robert

martes, 5 de junio de 2012

Nota Informativa (II)

INFORMACIÓN

Este Blog está estructurado, en principio, de acuerdo con las siguientes etiquetas:

  • Artículos varios
  • Citas literarias
  • Cuentos
  • Discursos
  • Mis armónicas
  • Mis artículos
  • Mis cartas
  • Mis notas
  • Mis recuerdos
  • Mis relatos
  • Miscelánea
  • Pensamientos
  • Relatos varios
En la parte inferior izquierda de cada página, figura la etiqueta en la que está encuadrada. Pinchando en ella, aparecerán todos los documentos contenidos en la misma.

Cada cambio -o ampliación- que se realice en el blog, será publicado en una nueva Nota Informativa.

Un cordial saludo.
Robert

sábado, 2 de junio de 2012

'PRESTIGE': Comentarios satíricos


La frase

16.11.02 <<Afortunadamente, la rápida intervención de las autoridades españolas, alejando el barco de las costas, ha permitido que no temamos una catástrofe ecológica ni grandes problemas para los recursos pesqueros>> Miguel Arias Cañete, Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación.


El comentario

16.11.03 -Nuestros dirigentes –o sus asesores- se hicieron una rápida composición de lugar, tomaron diligentemente las medidas oportunas y  aseveraron, con esa seguridad fruto de la ignorancia, que alejando el barco se había alejado el problema y con él el temor de una catástrofe ecológica. ¡Uf!, menos mal. Robert Newport



La frase

19.11.02 <<El destino del fuel en el fondo del mar es convertirse en adoquín>> Arsenio Fernández de Mesa, delegado del Gobierno en Galicia.


El comentario

19.11.03 –Se ve que el fuel no estaba en absoluto de acuerdo con su “destino” y decidió cambiarlo para, en lugar de quedarse en el fondo del mar       -matarile, rile, rile…-, salir a la superficie y pasar las navidades en las rocas y en las arenas blancas de las playas, a base de marisco,  que es lo propio y tradicional en esas fechas. ¡Qué sibarita! Robert Newport



La frase

19.11.02 <<Los hidrocarburos se solidifican en el fondo y nunca saldrán a la superficie; para que salgan es necesario que los tanques se abran como una flor>> Antonio Cortés Arroyo, investigador del CSIC.


El comentario

19.11.03 –Hemos descubierto que, en estas fechas, en el fondo del mar es primavera -y no solo en el Corte Inglés- ya que el fuel sí salió a la superficie, desparramando su negro manto por toda la costa. La primavera ha venido… ¡Cretinos!
Robert Newport



La frase

22.11.02 <<Hay una cifra clara, y es que la cantidad que se ha vertido no se sabe>> Arsenio Fernández de Mesa, delegado del Gobierno en Galicia.


El comentario

22.11.03 –No hay como tener las cifras claras para poder disipar cualquier atisbo de duda…, o de sospecha. Robert Newport.



La frase

23.11.02 <<No es en ningún caso una marea negra, se trata sólo de manchas muy localizadas>> Mariano Rajoy, vicepresidente del Gobierno.


El comentario

23.11.03 –Fue muy tranquilizador saber que no era una marea negra y se ha constatado que se trataba de manchas muy localizadas: en rocas, playas, malecones, paseos marítimos, farolas…                    La localización fue total. Robert Newport



La frase

24.11.02 <<Estuve en la cacería y me vine sin participar en ella, pero estuve hablando con el presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, el vigués Fernández Tapias, que sabe mucho de petroleros. Luego me vine para Galicia sin comer>> Manuel Fraga, presidente de la Xunta.


El comentario

24.11.03 –Esto de las cacerías me parece que no compensa mucho ya que, por lo que se ve, si no cazas… no comes. Aunque también puede deducirse que el Sr. Fraga, después de haber hablado con el presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, lo vio todo tan negro -como el chapapote- que se le quitó el apetito.  Robert Newport



La frase

09.12.02 <<Es posible que llegáramos tarde y que alguna medida fuera equivocada>> José María Aznar, presidente del Gobierno.


El comentario

09.12.03 –No sólo es posible sino que es cierto: ¡han llegado tarde! Y no hubo alguna medida equivocada; todas las medidas estuvieron equivocadas. ¿¡Qué estaba ocurriendo!? ¿No tenían los instrumentos de medición adecuados o no sabían utilizarlos? Robert Newport



La frase

09.12.02 <<Yo no veo ninguna crispación social por el “Prestige”>> Jaume Matas, ministro de Medio Ambiente.


El comentario

09.12.03 –Sr. Matas: si tenía el convencimiento de lo que dijo, permítame que le diga dos cosas: o necesitaba visitar a un oftalmólogo o no era Vd. consciente de lo que estaba pasando. Robert Newport