jueves, 16 de agosto de 2012

Adolfo Suárez. Los Pactos de la Moncloa




El cambio político coincidió en España con una fuerte crisis económica, que ponía en peligro el proceso democrático. La vertiginosa elevación de los precios del petróleo a raíz de la guerra del Yom Kippur en 1973, seguida de la crisis monetaria derivada de la decisión de Nixon de liquidar las normas vigentes en el Sistema Monetario Internacional, afectó de lleno a la endeble economía española, con un manifiesto empobrecimiento de la sociedad. Un dato: en 1977, en los meses centrales de julio y agosto, la inflación fue del 42%. En los cuatro años de crisis, la deuda exterior superaba los 12.000 millones de dólares. Resultaba complicado afianzar una democracia cuando se perdían, tras las primeras elecciones del 15 de junio, cien millones de dólares al día en reservas exteriores.

Adolfo Suárez explica así la situación:

La oportunidad del cambio político había llegado en medio de una grave crisis económica mundial abierta en 1973 y agudizada en 1977.

Parecía repetirse la secuencia de la II República española, a la que acompañó la Gran Depresión. Debíamos aprender de nuestra propia Historia para no incurrir en los errores del pasado. En tan difícil momento, era necesario guardar el equilibrio entre la presión social, las exigencias del cambio político y la propia responsabilidad del Gobierno.

La crisis económica reclamaba de los nuevos protagonistas políticos (partidos, Parlamento, Gobierno) su comprensión más rigurosa y su tratamiento prioritario. De lo contrario, terminaría por hacer imposible la vida del régimen que nacía comprometido en su solución.

El tratamiento de la crisis exigía una nueva y firme solidaridad política, una nueva política de Estado que integrara a todas las fuerzas del arco parlamentario y las hiciera corresponsables  de la situación y de su superación.

Para ello había que instaurar una política de profundas reformas sociales y económicas que permitieran no sólo sanear nuestra economía sino resolver también las más graves e injustas desigualdades que aquejaban a la sociedad española. Era necesario plantear una reforma fiscal, en virtud de la cual contribuyesen en mayor medida a las cargas del Estado quienes más tuvieran; había que posibilitar las organizaciones representativas de empresarios y sindicatos y estimular un amplio diálogo entre ellos que llevase a la concertación social; había que cambiar estructuras y procedimientos y alentar a los agentes sociales para que asumieran la propia dirección y responsabilidad del cambio socio-económico.

Los Pactos fueron firmados el día 25 de octubre de 1977 en el palacio de la Moncloa por Adolfo Suárez, Felipe González, Joan Reventós, Joseph María Triginer, Manuel Fraga, Enrique Tierno Galván, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, Leopoldo Calvo-Sotelo y Santiago Carrillo.

Dos días más tarde el presidente Suárez los presentaba al Parlamento, como programa.

Un programa económico formulado desde la perspectiva del interés nacional y no desde posiciones programáticas de partido.

Un programa económico que tiene el máximo aval técnico del equipo que redactó el borrador inicial y de los expertos de los distintos partidos políticos. Nacido, por tanto, del ejercicio de la principal virtud que debe dar vida y sentido a una democracia: la transigencia, ejercida en el diálogo responsable frente a los graves problemas con los que la sociedad española se enfrenta.

Un programa económico que, al recibir el consenso unánime de los partidos políticos, posee la virtualidad suficiente para que los españoles confíen en su eficaz aplicación.

Un programa económico que, más allá de su propio valor, ha servido para demostrar que la democracia es posible en España, para prestigiar a los partidos políticos y a esas Cortes, que han sido capaces de decirle al país, con la fuerza de los hechos, que el entendimiento es posible cuando se parte de la asunción del singular momento histórico que vivimos.

Por primera vez, fuerzas con una ideología dispar han coincidido en unos planteamientos básicos para el diagnóstico y la solución de la evidente crisis económica que está sufriendo España.

Ante esta evidencia, sirvan mis palabras como testimonio de felicitación pública a un país y a un pueblo que llevaba demasiado tiempo esperando voces conjuntas de esperanza.

… El Gobierno, y con él  la mayoría de las fuerzas políticas y sociales, comparten que este principio de consenso es el que ha presidido el acuerdo político firmado hace unas horas; pienso también que este principio de consenso es el que guía la elaboración de la Constitución, pues la Constitución y el marco legal de los derechos y libertades públicas no deben constituir el logro de un partido, sino la plataforma básica de convivencia aceptada por la inmensa mayoría de los españoles, cualquiera que sea su ideología o su proyecto de sociedad.

… Mientras la Constitución llega, parece claro que el proceso democrático ya es irreversible.  Lo han hecho irreversible el espíritu de la Corona, la madurez de nuestro pueblo y la responsabilidad y el realismo de los partidos políticos.

Por ello nuestro compromiso no se reduce, aunque sea esencial, a la consolidación de la democracia, sino al establecimiento de una sociedad más justa en la distribución de las riquezas y en el reparto de las cargas y con una mayor capacidad creadora.  Una vez logrado el objetivo de instaurar en su normalidad y en su plenitud la democracia, podemos seguir avanzando en paz y en libertad, hacia la gran meta de la justicia.

El día 2 de noviembre, por la noche, Adolfo Suárez explicaba a los españoles, en un largo mensaje por radio y televisión, el alcance de los Pactos de la Moncloa. De paso daba cuenta del cumplimiento de sus promesas, en el célebre “puedo prometer  prometo” del 13 de junio en  vísperas de las elecciones.  No ocultó en ningún momento las dificultades de la economía española. Y estos eran los compromisos concretos:

Hacer que la cantidad total de dinero no crezca en 1978 más de un 17%, porque si no se disciplina el crecimiento del dinero y el crédito, la inflación no disminuirá.

Lograr que los salarios no crezcan más de un 22% en su masa global, pero con un horizonte muy claro: conseguir que crezcan más los salarios más bajos.

Asegurar que las alzas de precios no superen los límites tolerables, que para 1978 han de estar en ese mismo tope del 22%.  Para lograr este objetivo habrá que conseguir una desaceleración, es decir, una reducción en el ritmo de crecimiento mensual de los precios durante todo el año 1978, de forma que ese ritmo de crecimiento sea al final del año la mitad de los últimos meses de 1977.

Garantizar que la política fiscal haga pagar más a quien más tiene y recibir más del Estado a los que tienen menos.

Introducir toda una serie de modificaciones en nuestros comportamientos, de manera que el sistema económico sea más eficiente, más justo y más progresivo.

Conseguir que exportemos más y que limitemos las importaciones a los mínimos necesarios para no frenar la producción.

Si todo esto se cumple -y es seguro que se cumplirá- habremos conseguido frenar la inflación, equilibrar nuestro comercio con los demás países y, en definitiva, sanear nuestra economía y reformar sus estructuras.

Nos espera un duro período de saneamiento económico. Cuando lo anuncio, soy consciente de que no estoy ofreciendo vivir e ningún país de maravillas. Pero soy consciente también de que con estas condiciones podremos alcanzar a medio plazo una sociedad más próspera y más justa.

… Por primera vez en nuestra Historia reciente se dan cita todas las condiciones para el éxito de una acción concreta de Gobierno:

Primero, absoluta solvencia de las medidas, que han sido preparadas por los mejores equipos técnicos del Gobierno y de los partidos políticos que ustedes han votado.

Segundo, absoluta coincidencia entre todos los partidos para establecer diagnóstico de la enfermedad que sufre nuestra economía.

Tercero, compromiso de todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso para hacerlas cumplir.

Ahora es obligado el compromiso de colaboración de todos los ciudadanos.

Vamos, una vez conseguida la libertad, a ganar ilusionadamente la justicia.

Los efectos beneficiosos de los Pactos de la Moncloa no se hicieron esperar. La inflación al final de 1977 era del 26,4%, y se reducía en 1978 al 16%; la balanza por cuenta corriente se equilibraba en 1977 y obtenía superávit al año siguiente; el déficit previsto de la balanza de pagos se reducía a la mitad; las reservas de divisas, en el mismo período, pasaron de 4.000 millones de dólares a 10.000 millones; las empresas empezaban a notar que repuntaban los beneficios. Y, sobre todo, como ha escrito Joaquín Estefanía, “se producía un cambio importantísimo en el clima político del país, que permitió llegar a la Constitución; los Pactos de la Moncloa se convertirían en la insignia del paso de la dictadura a una democracia sin convulsiones sociales. Fueron el gran compromiso histórico español.”

Adolfo Suárez, dieciocho años después, opina lo mismo:

Los pactos permitieron, sobre todo, llegar sin dificultades económicas insuperables a la Constitución de 1978, iniciar unas reformas que el país había reclamado durante años y demostrar la eficacia de la política de consenso para encauzar las grandes cuestiones de Estado.

El terreno estaba preparado. Era la hora de la Constitución.





Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

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