jueves, 16 de agosto de 2012

Adolfo Suárez. La Constitución


La elaboración de la Constitución se planteó desde el acuerdo de todas las fuerzas políticas del arco parlamentario. Nuestra convulsa historia constitucional nos había dado numerosos ejemplos de constituciones que representaban la imposición de unos españoles sobre otros como consecuencia de una revolución, una guerra civil o un mero pronunciamiento. Esta vez no podía suceder lo mismo. La democracia era el resultado de un entendimiento común y la Constitución que la consagraba debía ser el resultado de un consenso generalizado.

Adolfo Suárez  reconocía diecisiete años después:

Algunos han acusado a la Constitución de ser, deliberadamente o no, ambigua e imprecisa. Es posible que técnicamente la constitución tenga algunos defectos. Pero nuestra Historia está repleta de Constituciones con vocación científica de perfección, algunas de las cuales ni siquiera llegaron a tener vigencia. Nuestra Historia constitucional ha sido convulsa y tormentosa. Para nosotros era fundamental que la adaptación de las ideologías y la coyuntura política se realizara dentro del sistema y no a su costa. Por eso necesitábamos una constitución con la que pudiera gobernar por igual la derecha y la izquierda.  Y esto, para nosotros, implicaba la necesidad de que fuera el centro político quien la hiciera aceptar a las dos mitades antagónicas que antaño se habían desconocido y combatido sin piedad.  Como principal responsable político de este  proceso  puedo  decir -y con enorme satisfacción- que la transición se planteó de tal manera que ningún español en virtud de supuestas, eventuales o pasadas responsabilidades políticas sufrió perjuicio, cargo o acusación alguna. Todos pudieron agruparse libremente conforme a sus preferencias políticas, concurrir a las elecciones y actuar, sin discriminación alguna desde sus resultados electorales, en defensa de sus ideas.
La política discurre por dos planos distintos: el de Estado, que con sus notas características define el marco básico de convivencia y el de Gobierno y oposición, que sólo puede jugar todas sus virtualidades cuando existe y se respeta ese cuadro básico de instituciones.

La intensidad de la acción política en uno y otro plano y de los problemas que se plantean son distintos según el momento histórico y según las características de cada país y de cada población. Lo importante es reconocer y asumir que, si en el segundo plano la esencia de la democracia se hace fecunda por la concentración, en el primero -el de la política de Estado- la fecundidad está asociada al esfuerzo de convergencia, inédita a nuestra Historia, que estamos llamados a protagonizar. No queremos el Estado de unos españoles impuestos a otros españoles. Queremos el Estado de todos, como expresión de la comunidad nacional, de forma que dentro de él puedan presentarse y actuar las distintas opciones y alternativas de Gobierno.

Y vamos a lograrlo a pesar de quienes, fuera de estas Cortes, por excitación de toda clase de extremismos o por acumulación de exigencias o perentoriedades, someten la imagen misma de las instituciones democráticas a deterioro, minan la confianza social en ellas o atentan contra la esencia misma del Estado desde la irracionalidad.

Pues bien, es evidente que la acción del Gobierno ha estado y está influida por el hecho de desenvolver su tarea política en el contexto de un período constituyente, y es lógico que mi Gabinete estuviera y esté directamente afectado por la necesidad de anteponer, en las actuales circunstancias, la política de Estado a la política de Gobierno. Esta misma exigencia se ha planteado también a todas las fuerzas políticas democráticas.

Durante un proceso constituyente, el Gobierno ha de limitar el alcance de estas opciones, manteniéndose en niveles no sustanciales de disenso, porque son los únicos capaces de evitar lo que sería el más grave peligro para el cuerpo político: la inexistencia de una concordia radical en el país respecto a los elementos básicos de la convivencia nacional. Esta situación transitoria, propia de todo período constituyente, condiciones cualquier aspecto de la acción política […]  En cualquier caso, debe quedar claro que la política de consenso no trata de forzar unanimidades, sino de lograr acuerdos libres y responsablemente asumidos por las fuerzas políticas y por las instituciones representativas.

[…]  Nuestra Historia nos enseña la trágica lección de la ineficacia de unas Constituciones que han sido expresión solamente de una parte de las fuerzas políticas de la nación española. Esa lección la hemos aprendido y por ello todos nos sentimos comprometidos en una Constitución que valga para todos. Una Constitución que sea aprobada por el voto casi unánime de las cortes y por el referéndum casi unánime del pueblo español […]  Urge terminar el proceso constituyente y sustituir en lo demás el consenso por la moderación en la defensa de las respectivas posiciones opuestas o divergentes.

Me interesa, para terminar, señalar que el Gobierno gobierna.  Yo he escuchado con suma atención todas las intervenciones de sus señorías. Evidentemente unos aconsejan una cosa, otros aconsejan otra. Pero el Gobierno está gobernando en circunstancias muy difíciles, y quiere seguir gobernando desde ese mandato popular recibido el 15 de junio, en esa misma línea hasta la Constitución, y en los temas de convergencia que habíamos señalado. Y el Gobierno gobierna dedicando intensamente toda su actividad a intentar evitar las tensiones que todo proceso de cambio produce, e intentando alcanzar cada día más cotas de libertad, y cada día más cotas de seguridad.

Yo diría que al Gobierno se le pide con frecuencia que construya, o colabore a construir, porque todos somos constructores, el edificio del Estado nuevo sobre el edificio del Estado antiguo, y se nos pide que cambiemos las cañerías del agua, teniendo que dar agua todos los días; se nos pide que cambiemos los conductos de la luz, el tendido eléctrico, dando luz todos los días; se nos pide que cambiemos el techo, las paredes y las ventanas del edificio, pero sin que el viento, la nieve o el frío perjudiquen a los habitantes de ese edificio; pero también se nos pide a todos que ni siquiera el polvo que levantan las obras de ese edificio nos manche, y se nos pide también, en buena parte, que las inquietudes que causa esa construcción no produzcan tensiones.

Yo quiero decir a sus señorías que tengan la absoluta seguridad de que entre todos estamos haciendo un edificio nuevo, un edificio que tiene la singularidad de que se está enfrentando, quizá, desde perspectivas arquitectónicas diferentes, y queremos que el modelo sea bueno y bello; pero podemos tener la garantía absoluta de que en ese edificio habrá una habitación cómoda y confortable para cada uno de los 36 millones de españoles.


El 31 de octubre de 1978, la Constitución fue aprobada, en sesión solemne y separada, por ambas cámaras.

Adolfo Suárez pronunció un discurso, en el que valoró así las características de la nueva constitución:

En relación con nuestra peculiar experiencia histórica, la Constitución expresa la convicción de que no hay dos Españas irreconciliables y en permanente confrontación.  Creo que es el triunfo de la voluntad común de alcanzar una razonable, ordenada y pacífica convivencia para todos los españoles.

En relación con la peculiaridad del proceso político que estamos protagonizando, creo que es el fruto de una cooperación de las diversas fuerzas políticas y sociales, con el resultado pretendido de construir un Estado sin partir de ruinas o quiebras de legalidad.

En relación con los valores que proclama, es una Constitución fuertemente progresiva, que orienta la vida pública y la acción del Gobierno, cualquiera que sea su signo, hacia metas de libertad, igualdad, justicia y solidaridad. Creo que es una Constitución de su tiempo, que contiene los valores de un tiempo nuevo y mejor.

En relación con las plurales concepciones de los partidos, creo que es una Constitución que, en un marco amplio y flexible, permite operar en función de las decisiones electorales del pueblo, que sólo excluye las opciones violentas, y que tiende a asegurar la estabilidad política.

En relación con la organización territorial del Estado, la Constitución, que se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, reconoce y justifica su más auténtica unidad, garantizando el derecho a la autonomía de los pueblos de España de forma amplia y sincera como jamás se configuró en ningún otro momento de nuestra historia constitucional.

En relación con las aspiraciones de nuestra sociedad para una transformación en profundidad de nuestras estructuras, la Constitución articula mecanismos ágiles y eficaces de gobierno, concebidos por la técnica jurídico-constitucional más moderna.

Y en relación, finalmente, con la sociedad a la que se dirige, la Constitución asocia la responsabilidad a la libertad; respalda los derechos con garantías, los correlaciona con deberes y busca el fortalecimiento del Estado y de la autoridad en el consentimiento libremente expresado de los ciudadanos y en la estabilidad de sus instituciones.

[…] Quienes desde el mandato recibido -todos nosotros- hemos protagonizado este proceso de devolución de la soberanía al pueblo, a través de cauces legales y pacíficos, podemos alegrarnos como vencedores; como vencedores, no en una contienda concreta, sino pienso que en la mejor y más noble de las batallas: la batalla contra el miedo, contra el desánimo secular, contra la violencia y contra nuestras propias pasiones mantenidas.

El 6 de marzo de 1980, con motivo de las primeras elecciones autonómicas, Adolfo Suárez pronunciaba un meditado discurso en el País Vasco.

 Al hacer del País Vasco una comunidad con sus propias instituciones públicas, estamos simultáneamente, construyendo un Estado nuevo, que ofrece un cauce institucional a la diversidad real de España y que, por tanto, se asienta en la voluntad libremente expresada de sus pueblos. El camino no será fácil.  Exige de todos nosotros un especial esfuerzo, una gran voluntad de moderación y de tolerancia y un gran sentido de la responsabilidad. La transformación de un Estado centralizado en un Estado estructurado en comunidades autonómicas es el gran reto que tiene ante sí la democracia española no sólo para consolidarse como sistema político sino, lo que es más importante, para garantizar definitivamente, una convivencia pacífica que ha quebrado siempre a lo largo de nuestra Historia.  Porque o la autonomía sirve al objetivo de la paz y de la libre convivencia entre todos los españoles con sus propias y diferenciadas singularidades históricas o socioculturales, o no podrá avanzarse en el camino de la libertad. Y es que la autonomía no puede ni debe concebirse como una plataforma de confrontación con el Estado sino justamente como una organización del Estado que es de todos y a todos debe servir.

Andando el tiempo, la revista Euskadi, del PNV, eligió a Adolfo Suárez “hombre del año”. Fue un gran reconocimiento. Javier Arzalluz, en el acto del homenaje, entregó a Suárez una makila, la cachaba que llevan los pastores en el monte para su autodefensa, y que, entre los vascos, cuando se regala a un invitado, simboliza que se le entrega el mando. Arzalluz, al dársela, le dijo a Suárez: “Toma, que hay mucho lobo en esta vida.” Y Suárez se emocionó.





Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

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