miércoles, 1 de octubre de 2014

Recuerdos y vivencias de mi juventud (II)

Rondalla dirigida por D. Hermenegildo Teira (1949)


Rondalla dirigida por D. Hermenegildo Teira (1949)



Por Robert Newport
30 septiembre 2014

INTRODUCCIÓN

Fue en 1949, cuando la Rondalla de Villagarcía de Arosa recorrió por primera vez las adoquinadas calles de la villa interpretando el pasacalles ‘Carrascosa’... Mi tío, Roberto Porto, tocaba la guitarra en aquella agrupación. Tenía yo seis infantiles años, y fui testigo emocionado de aquel inolvidable acontecimiento.

Director: D. Hermenegildo Teira. Madrina: señorita Pencha Gallego. Componentes: Manolo Teira (hijo del director), Gildo Teira (sobrino del director), Ramón García, Manolo Granja, Amador Sánchez, Seso Rey, Suso Rey, Roberto Porto, Carlos Cerqueiras, Guillermo Carballo, Manolo Maneiro, Duro, Gerardo Prego, Tito Prego, Tino Silva, Roque Rey, Pepe Santórum, Moncho Hierro, Rodrigo Crespo, Jaime Mosquera, Cascallar, Chuchi González Rollán, Arturo Castiñeiras, Minchón y Bispo. (Pido disculpas si he cometido alguna omisión involuntaria)

D. Hermenegildo Teira, al que tuve el privilegio de conocer y tratar algunos años más tarde, era un caballero de baja estatura -con una ligera/acusada cojera-, de trato exquisito y refinada educación.

Recuerdo, con todo el respeto y consideración que se merece la memoria del señor Teira, cuando los componentes de la Rondalla se colocaban en formación para iniciar el recorrido de pasacalles; y, al objeto de que todos marcharan con uniforme marcialidad, el señor Teira, con gesto serio, les decía: ¡Todos a mi paso! Lo cual, habida cuenta de la cojera que padecía, no dejaba de sorprender, al tiempo que suscitaba condescendientes e indulgentes sonrisas.

De las muchas anécdotas que, sin duda, podrían relatar los componentes de aquella emblemática Rondalla, recuerdo la que considero de una gran emotividad:

En un concierto, D. Hermenegildo, batuta en mano, dirigía a sus pupilos que, con extraordinaria maestría, interpretaban una obra, presumiblemente, de Albéniz o Tárrega. Las bandurrias, con sus agudos trinos, desgranaban la melodía en primera voz. Los laúdes, con su grandeza sonora, en segunda voz, vibraban en ahogado y cálido lamento. Y las guitarras, en acompañamiento sonoro armónico, marcaban el ritmo al estremecerse el bordón. Finalmente, la flauta travesera sonaba con la calidez del susurro de una voz femenina... Y el violín, con su dinamismo melódico, expresaba cromáticos sentimientos... En el ecuador de aquella magistral interpretación, el señor Teira -indicándole a la Rondalla que continuara tocando-, visiblemente emocionado, abandonó el escenario... Al preguntarle el motivo de su inesperado abandono, respondió: ‘Lo hacen tan bien estos muchachos, que no necesitan que los dirija’.

Esta entrañable y conmovedora anécdota, me trae a la memoria aquella célebre frase del otrora insigne director de la Orquesta Filarmónica de Berlín, Herbert Von Karajan: ‘El arte de dirigir consiste en saber cuando hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta’.

                                 

Tuna Rondalla Villagarciana (1962)
Tuna Rondalla Villagarciana (1960/1963)

Tuna Rondalla Villagarciana (1960/1963)



























TUNA RONDALLA VILLAGARCIANA

En el año 1960, en los albores de aquella ‘Década Prodigiosa’, entré a formar parte de la ‘Tuna Rondalla Villagarciana’ con mi entrañable amigo, Alfonso Galbán Rico, compañero en el Dúo Los Royal y Trío Los Royal’s... Teníamos conocimiento de la existencia de una agrupación de pulso y púa; y Alfonso, que ya era un virtuoso del piano, entró en ella y se atrevió con el laúd. Al poco tiempo, como era de esperar, ya dominaba aquel instrumento de seis cuerdas dobles con verdadera maestría. Yo, que el único instrumento que sabía tocar era la armónica diatónica y cromática, no tenía cabida en aquella agrupación musical.

Cuando Alfonso asumió la dirección de aquella agrupación de pulso y púa, que pasó a denominarse ‘Tuna Rondalla Villagarciana’ -cuya bandera, gentilmente cedida por D. Hermenegildo Teira, había pertenecido a la antigua Rondalla que él dirigía-, me animó a que fuese el abanderado. Rechacé el ofrecimiento. Yo quería participar de una forma más activa, tocando un instrumento. Al no tener otra posibilidad, me decidí por la pandereta. Hice razonables progresos con aquel sencillo instrumento de percusión, trasladando los toques habituales –mano, brazo, codo, mano...- también a las rodillas, punteras y tacones de los zapatos. Todo un alarde de movimientos “pandereteros”...

A pesar de que me entusiasmaba la pandereta, sentía cierta frustración por no saber tocar un instrumento de cuerda. Fue entonces cuando decidí aprender a tocar la guitarra. Bueno, al menos lo suficiente para integrarme en la Tuna con cierta dignidad. La guitarra, “heredada” de mi tío Roberto, a pesar de la antigüedad -tal vez debido a ella-, tenía una excelente sonoridad. También había “heredado” el ‘Método Tárrega’, para guitarra. Ya sólo faltaba comprobar si tenía cualidades y la suficiente capacidad para aprender. Y así, con mucha constancia y grandes dosis de entusiasmo, además de la inestimable ayuda de mi amigo Alfonso Galbán, en poco tiempo conseguí aprender a tocar, digamos que, discretamente, aquel instrumento de seis cuerdas. A partir de ese momento, orgulloso y emocionado, entré a formar parte del grupo de guitarras de la Tuna.

Ataviados con nuestro uniforme negro: pantalón, jubón engolado, y una capa en la que resaltaba la escarapela con cintas multicolores al viento, salíamos tocando pasacalles, actuábamos en festivales diversos y, cómo no, también de ronda en las clásicas serenatas. Estas intervenciones conformaban el programa de actividades de la ‘Tuna Rondalla Villagarciana’.

Aquella guitarra, compañera inseparable en tantas actuaciones, tuvo un injusto y lamentable final. Uno de mis hijos, con muy pocos años, en un alarde de “virtuosismo” percusionista, la utilizó como tambor, golpeándola con sus pequeñas manos. Se ve que el sonido obtenido no era de su agrado, porque, sin darme tiempo a reaccionar, empezó a saltar sobre ella... La enorme grieta que se produjo en la tapa inferior de la caja de resonancia, determinó la declaración de siniestro total. El paso de los años, y las muchas actuaciones, le habían causado un natural y evidente deterioro. Y, aunque únicamente la conservaba por motivos sentimentales, no merecía haber tenido aquel triste final.

Y esta es, a grandes rasgos, la historia de mi paso por la ‘Tuna Rondalla Villagarciana’, en la que la pandereta y la guitarra, fueron mis fieles y queridas compañeras de sones y acordes.



2 comentarios:

  1. Hola, la juventud....llena de recuerdos y sentimientos. Un relato que por el sentimiento que transmite, emociona. Una pandereta y una guitarra protagonistas de una parte de "la juventud". La pandereta parece un instrumento menor, pero yo la siento alegre, levanta el ánimo y anima a sonreir. La guitarra es otra cosa. Algunas veces me hace llorar, la siento dentro...pone todos mis sentidos en sus notas. Siento envidia con estos relatos. No tengo voz pero gracias a Dios tengo oido y me hace feliz escuchar la música...toda. Cada una tiene su momento en mi vida. Me gustan tus recuerdos...

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    1. Gracias, Marité, por tus amables palabras y por tu fidelidad a este Blog personal. Celebro, con entusiasmo, que este relato de recuerdos te haya transmitido la misma emoción con la que yo lo he escrito. Un abrazo.

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