lunes, 27 de noviembre de 2017

Aquellas navidades...




Por Robert Newport
25 noviembre 2017

Siempre se dice que recordar es volver a vivir. Aunque no deja de ser una metáfora. Es cierto, sin embargo, que al llegar a cierta edad fluyen los recuerdos y nos invade la nostalgia. Por ello, cuando se acerca la Navidad, no podemos evitar que la emoción nos embargue.
Recuerdo -¡cómo olvidarlo!- que en aquella Vilagarcía de mi infancia y adolescencia, la campaña navideña comenzaba, invariablemente, en el mes de diciembre. Era lo clásico, lo tradicional. No como ahora, que todo se anticipa, en una delirante carrera contrarreloj, como si no hubiera mañana. Y ya en el mes de noviembre -algún año, incluso, en octubre-, los establecimientos comerciales y las ciudades se visten de Navidad. Es el imperio del marketing: la publicidad nos incita a un frenético, compulsivo y voraz consumismo que adultera la esencia del verdadero espíritu de la Navidad. En aquel entonces, sin embargo -porque no cualquier tiempo pasado fue mejor-, todo era menos colorido, más austero. Pero, tal vez debido a ello, también más auténtico, más íntimo y familiar.
Recuerdo el espléndido montaje del Belén en la iglesia parroquial, con sus magníficas y artísticas figuras. También el de la ‘Confitería Prada’, de tamaño más doméstico, donde podías adquirir figuras y elementos diversos para montar el Nacimiento en casa. Asimismo, en el establecimiento de antigüedades ‘El Hogar’, una figura de gran tamaño, ataviada con los ropajes típicos de Oriente, representaba a un paje real portando una urna en la que los niños depositábamos nuestras cartas dirigidas a los Reyes Magos.
Las confiterías y tiendas de ultramarinos de la época, exponían en sus adornados escaparates y mostradores los exquisitos productos navideños: turrones, mazapanes, polvorones, peladillas, piñones, dátiles, higos... en una explosión de aromas que se dispersaban por todo el establecimiento. Era la genuina e inconfundible fragancia de la Navidad.
Celebraciones llenas de ilusión y alegría, a veces contenidas, compartiendo esos momentos mágicos que reúnen en torno a la mesa familiar a los abuelos, padres, tíos, hermanos, primos... Sin embargo, no siempre la alegría está presente en esas celebraciones, porque las definitivas ausencias socavan nuestro estado de ánimo. El testimonio silencioso de las sillas vacías evidencia que ya nada es igual. Que jamás volverá a ser igual. Pero permanecerá en nosotros el recuerdo imborrable de los que ya no están, y de aquellas navidades, únicas e irrepetibles, en blanco y negro.



Publicado en la Web ‘A Vilagarcía Antiga’ (28.11.2017); y en ‘Faro de Vigo (18.12.2017) y en ‘La Voz de Galicia’ (24.12.2017) en la sección ‘Cartas al Director’.

3 comentarios:

  1. Uno de mis nietos le preguntó a su madre un día. ¿Mami cuando tu eras joven la vida era en blanco y negro?.Me lo has recordado...Yo era feliz con mi familia, yo veía el mundo de colores, mis problemas eran los estudios, y soñaba...

    ResponderEliminar
  2. La alegría está presente porque los niños y los no tan niños tienen derecho a tener "las Navidades" que nosotros disfrutamos...La alegría es suya, las sillas vacías nuestras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tus comentarios, Marité. A nosotros siempre nos quedará el recuerdo de 'aquellas navidades...'. Un fuerte abrazo.

      Eliminar