domingo, 23 de julio de 2017

Modus vivendi



Por Robert Newport
23 julio 2017

El máximo y sempiterno dirigente de la Real Federación Española de Fútbol, encarcelado por presunto saqueo de las arcas de la entidad que presidía, ha quedado atrapado en la gran telaraña clientelar que tejió laboriosamente durante los 29 años que duró su mandato.

Que el mundo del fútbol estaba corrompido lo sospechábamos todos. Muchos sabían que las ingentes cantidades de dinero que se manejaban -y que algunos se repartían-, tenían una oscura procedencia. Sin embargo, existía un interesado pacto de silencio.

Se dice que el fútbol es el opio del pueblo. Y así, narcotizado, se olvida del paro, de la precariedad del empleo, de la irrisoria subida de las pensiones... El fútbol es, en cierto modo, como la música que amansa a las fieras. El analgésico de amplio espectro indicado para calmar la indignación de los ciudadanos. Pero, como todo principio activo sedante, también tiene efectos secundarios.

Los encausados, que ya son multitud, hicieron de la corrupción su seña de identidad, su modus vivendi, su razón de ser. Hemos de sospechar, sin embargo, que esto es sólo la punta del iceberg.

Publicado en ‘Faro de Vigo (24.07.2017) y en ‘La Voz de Galicia’ (25.07.2017), en la sección 'Cartas al Director', y en el magazine ‘XLSemanal’ núm. 1555 (13.08.2017), en la sección ‘Correo de los Lectores’

2 comentarios:

  1. Ahora resulta que todos lo sabían, y... ¡hala! a hacer leña. Árbitros que pagaban "mordidas" presidentes de territoriales que: mientras esté yo aquí cobrando... Y ahora largan lo que deberían haber dicho hace años. Bien está que lo hagan, pero donde corresponde, delante de un juez. A este paso este país se va a convertir en un juzgado.
    En fin, Roberto ¿Queda algún justo por aquí?

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  2. Carlos, a la vista de lo que está aconteciendo -¡desde hace mucho tiempo!-, hemos de concluir que somos el país con más sinvergüenzas, trileros y chorizos por metro cuadrado. Y no me refiero a los embutidos cárnicos. En los últimos tiempos, con excesiva y preocupante frecuencia, el fraude y la corrupción se están convirtiendo en una vergonzosa seña de identidad. Como dijo el Conde de Romanones: ¡Qué tropa, joder, qué tropa!

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