Por Robert Newport
02 enero 2008
C
|
onsidero poco edificante y bastante sospechoso que la
jerarquía eclesiástica se lance a la calle para manifestarse en contra de unas
leyes civiles, justas y necesarias. Que no obligan a nada, sino que, por el
contrario, dan cobertura legal y protección a los ciudadanos -millones de
católicos incluidos- que necesiten hacer uso de ellas. Digo poco ‘edificante’
porque, con su comportamiento, sólo dan
ejemplo de intolerancia y desprecio a los valores democráticos y a los derechos
de los ciudadanos. Y digo ‘sospechoso’, porque el rechazo de los obispos hacia
las medidas adoptadas por el Gobierno: matrimonios homosexuales, divorcio
exprés, Educación para la
Ciudadanía , aborto y reproducción asistida -demandadas por la
sociedad en general y la familia en particular-, sospecho que forma parte de
una estrategia para recuperar la credibilidad que han ido perdiendo en los
últimos tiempos, sumiendo en la apatía y en la desconfianza a miles de católicos. Pero si esa estrategia se fundamenta en
atemorizar a la ciudadanía -costumbre ancestral de la Iglesia católica-, poco
crédito van a conseguir. Me temo.
En
esa manifestación ‘Por la familia cristiana’, celebrada el pasado día 30 de
diciembre, se ha dicho que: “… la familia se siente acosada al promover el
aborto y la anticoncepción, que las familias se rompen apenas formadas y que, con las leyes vigentes, se relativiza
radicalmente la idea del matrimonio y se fomentan, desde las edades más
tempranas, prácticas y estilos de vida
opuestos al valor del amor indisoluble”. Personalmente, estoy de acuerdo en que
la familia es una institución necesaria y saludable. Pero ¡ojo!, cualquier tipo de familia o
núcleo familiar basado no sólo en el amor, sino también en el respeto. Sin
distinciones… Sin exclusivas… Sin etiquetas… Pero si este núcleo familiar se
rompe, los únicos responsables son los miembros que lo componen. Los motivos pueden ser diversos: inmadurez,
intolerancia, incomprensión, falta de formación, falta de respeto, influencia
familiar externa… Todo un abanico de motivos que pueden estar detrás de una
ruptura familiar. Pero no se puede
responsabilizar, en modo alguno, ni a un Gobierno ni a sus legisladores, sino
al comportamiento inadecuado de las personas.
Para terminar, sigo manteniendo la saludable
necesidad de separar la
Iglesia del Estado. La religión y la política han de seguir caminos distintos, sin interferencias,
lo que no quiere decir, sin embargo, que necesariamente tenga que haber desencuentros. Al final todo volverá a la normalidad, y los
obispos, el Gobierno, los partidos políticos, los legisladores y los ciudadanos
-católicos y no católicos-, retornaremos al comportamiento de razonable
tolerancia y soportable convivencia. O tal vez no.
(Publicado en la sección "Cartas al director" de "La Voz de Galicia", el 7 de enero de 2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario