Por Robert Newport
19 marzo 2009
El
afán de notoriedad de la jerarquía eclesiástica no tiene límites. Y no me refiero únicamente a la actual
campaña de la Conferencia Episcopal
Española en contra del aborto, que puede tener sus matices, sino a todo lo
relacionado con la ciencia médica. Y digo esto, porque, en cierto modo, así
empezó la Inquisición ,
oponiéndose a cualquier descubrimiento científico, juzgando con excesiva
severidad a sus protagonistas, que, finalmente, eran condenados a morir en la
hoguera.
Algo
parecido está ocurriendo con la Conferencia Episcopal
-salvando las distancias, naturalmente- , que creyendo estar por encima del
bien y del mal, y considerándose en posesión de la verdad, ¡su verdad!,
arremete contra todo lo que suponga un avance para paliar los devastadores
efectos de ciertas enfermedades; y se opone, sistemática y enérgicamente, a la
manipulación genética orientada a erradicar la transmisión de enfermedades
hereditarias. Avances, todos ellos, fruto de arduas investigaciones que
pretenden, única y exclusivamente, mejorar la calidad de vida de las personas,
evitando sufrimientos innecesarios.
Sin
ir más lejos, por poner un ejemplo reciente, la manipulación genética de
células embrionarias posibilitó el nacimiento de un niño sano, con cuyo cordón
umbilical se consiguió salvar la vida de su hermano gravemente enfermo. Y esto
debe de ser considerado y reconocido, por parte de la jerarquía eclesiástica,
como una apuesta, valiente y decidida, a favor de la vida.
Así
las cosas, por si no fuera suficiente,
ahora el Papa, con motivo de su primer viaje al continente africano, declara
que “el uso del preservativo no soluciona el problema del sida, sino que lo
agrava”. Efectivamente, el preservativo no es la panacea, pero contribuye, en
gran medida, a evitar nuevos contagios directos. Y también indirectos, a través
del embarazo. Me niego a admitir que el
uso del condón vaya a agravar esta devastadora pandemia, y considero que el
Pontífice, con todo el respeto que merece, ha hecho unas declaraciones muy
desafortunadas, y debería rectificar y
pedir perdón a los más de cinco millones de sudafricanos afectados por el
virus.
A
la vista de ésta y otras declaraciones de la Iglesia Católica -todas ellas
relacionadas con la sexualidad-, deduzco que las enfermedades de transmisión
sexual no le preocupan especialmente. Lo que realmente inquieta a sus
dignatarios, es la práctica de las relaciones sexuales. Están obsesionados con
el sexo. ¿Por qué será?
(Publicado en la sección "Cartas al director" de "farodevigo.es", el 6 de abril de 2009)
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