Autor desconocido
La juventud no es una época de la vida, es un estado de la
mente; es un temperamento de la voluntad, una cualidad de la imaginación, el
vigor de las emociones, el predominio del valor sobre la timidez, del apetito
aventurero sobre la comodidad.
Nadie envejece por el mero hecho de vivir cierto número de
años; los humanos envejecen por desertar de sus ideales; los años arrugan la
piel, pero la falta de entusiasmo arruga el alma. El pesar, la duda, la propia
desconfianza, el temor y la desesperanza, representan esos largos años que
doblegan la cabeza y hacen que el espíritu vaya al polvo.
Igual a los setenta que a los dieciséis, existe en el
corazón de todo ser el amor por lo admirable, la dulce admiración por las
estrellas y por las cosas y pensamientos que brillan como las estrellas; el
valeroso desafío a los acontecimientos, el infalible apetito infantil por lo
que ha de venir después y el goce del juego de la vida.
Eres tan joven como lo sea tu fe y tan viejo como lo sea tu
duda; tan joven como tu confianza en ti mismo y tan viejo como tu temor; tan
joven como tu esperanza y tan viejo como tu desesperación.
Mientras tu corazón sea capaz de recibir los mensajes de la
belleza, del ánimo, del valor, de la grandeza y del poder de la tierra, del hombre
y del infinito, serás joven.
Cuando los cables mensajeros se hayan caído y todo dentro de
tu corazón se haya cubierto con las nieves del pesimismo y los hielos del
cinismo, será entonces cuando verdaderamente habrás envejecido y quiera el
Señor tener piedad de tu alma.
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