Por Robert Newport
23 abril
2008
L
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a reciente avería en la central
de Ascó, en Tarragona, ha vuelto a poner
de actualidad las cuestionables ventajas
de la energía nuclear en contraposición con el riesgo que supone, tanto para los operarios como para la población, la
presencia de las centrales nucleares.
Podemos comprender, aunque con
las naturales reservas, que la avanzada tecnología con la que cuentan estas
centrales, además de las extraordinarias medidas de seguridad –con sofisticados
sistemas-, tendría que ser suficiente garantía para disipar las dudas y los
temores que, inevitablemente, se han apoderado de nosotros desde hace muchos
años. Sin embargo, no podemos olvidar –pues conviene que lo tengamos siempre muy
presente, como ejercicio de reflexión- las explosiones encadenadas en la
central nuclear ucraniana de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, que provocaron la fuga de grandes cantidades de
material radiactivo a la atmósfera,
causando decenas de víctimas mortales e innumerables afectados por la
radiación que, todavía en la actualidad, siguen siendo víctimas de sus
devastadoras secuelas.
Con lo anteriormente expuesto,
además de todo lo que abundantemente se ha publicado sobre esta cuestión, queda
sobradamente demostrada la peligrosidad de la producción de energía nuclear
–aún considerándola necesaria para garantizar el consumo de electricidad-, por
mucho que algunos científicos traten de minimizar los
riesgos. Y, por si fuera poco, como problema añadido de muy difícil solución,
están los residuos radiactivos y su almacenamiento que, con la cautela a la que
me obligan mis precarios conocimientos sobre esta materia, considero de un gran
riesgo de impacto radiológico ambiental, cuya magnitud, en gran medida,
desconocemos.
Sin
ánimo de frivolizar sobre un asunto tan serio, pero tratando de suavizar el
anterior tono de catastrofismo; si algún día observamos que, por generación
espontánea, tenemos nueva y reluciente dentadura; así como una abundante
cabellera en donde hacía bastante tiempo que lucíamos una calva con cierta
personalidad, habrá llegado el momento de considerar si la naturaleza humana ha
sido capaz de neutralizar los nocivos efectos de la radiactividad y, sólo
entonces, podremos desterrar nuestros temores.
(Publicado en la sección "Cartas al director" de "La Voz de Galicia". el 25 de abril de 2008)
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