martes, 10 de abril de 2012

Adolfo Suárez. Acoso y derribo.


Se han hecho algunas afirmaciones que afectan a mi historia personal. No me siento, en modo alguno, ofendido por ellas. No las he ocultado en ninguna ocasión ni en ningún momento de mi vida  Soy un hombre que cuando acepté la presidencia del gobierno de este país, en circunstancias evidentemente poco satisfactorias para la inmensa mayoría de los españoles, y pienso que también para la inmensa mayoría del mundo internacional, asumí el compromiso firme de devolver la soberanía al pueblo español; asumí el compromiso de no protagonizar sino trabajar con todas las fuerzas políticas que entonces estaban en la clandestinidad, en el logro de una España que fuera perfectamente habitable para todos los españoles. Dije en mi primera comparecencia pública, cuando solicité el voto de los españoles, para que nadie pudiera llamarse a engaño, que en la formación política que en aquel entonces acaudillaba se presentaban hombres y mujeres que habían servido en el régimen anterior con honor, y hombres y mujeres que habían estado en la oposición democrática al régimen anterior. Y aquella coalición obtuvo un respaldo mayoritario del pueblo español. Naturalmente, sigo sintiéndome orgulloso de mi trayectoria política.

No me siento, en modo alguno, deshonesto por la trayectoria política personal que he seguido.  He procurado el cambio -ésta es una acusación que se me hace desde sectores mucho más a la derecha- de un sistema autoritario a un sistema democrático, apoyándome fundamentalmente en las leyes que entonces estaban vigentes y siguiendo todos los trámites que en ellas se explicaban para hacer el cambio político.

No me siento, por tanto, ofendido por el hecho de que se me recuerde que he sido vicesecretario general del Movimiento cuando fue ministro Fernando Herrero Tejedor; he sido director general de Radiodifusión y Televisión; he sido gobernador civil y jefe provincial del Movimiento; he sido jefe de sección, jefe de negociado… He trabajado mucho. Y ahora soy presidente del Gobierno. Soy un presidente del Gobierno, democrático, amparado por un partido que tiene mayoría parlamentaria, y soy también presidente del Gobierno, del primer Gobierno constitucional en este país después de cuarenta años.

Yo tenía claro que mi permanencia en el poder iba a ser muy corta.  Incluso lo dije en público en alguna ocasión. Sólo se recuerda ahora lo que dije de los 107 años de gobierno de UCD, que sólo era una expresión para transmitir a la opinión pública la necesidad de que se consolidase un partido político de centro. Pero lo otro también lo dije. El diálogo con las fuerzas políticas y el logro de un consenso era para mí más vital que cualquier otra cosa. Luego, cuando funcionáramos dentro de las reglas de la Constitución, ya conformarían sus programas electorales como quisieran. Pero en aquel primer momento ese era mi objetivo, y a eso dediqué todos mis esfuerzos. Y no era mi prioridad hacer una formación política capaz de sustentar un partido político en serio. Ese partido debíamos haberlo hecho entre todos, no se consiguió y yo tengo que asumir esa responsabilidad.

Yo me tenía que apoyar en siglas que aglutinaban a cien o doscientas personas, cuyo apoyo necesitaba. Eran personas relevantes, de sectores que podían jugar en el proceso de la transición, y que podían consolidar un gran partido. Pero eso no se pudo lograr. Unos han dicho que por exceso de liderazgo mío, otros que por ausencia de ese liderazgo. Los que así lo afirman son los que intentaron que me uniera a una de las corrientes, cosa que yo entendí que no debía hacer. La cuestión es que no se logró, y yo asumo las responsabilidades que en ello me corresponden.

Había sectores que me reprochaban irme hacia la izquierda. Creo que aunque eso hubiera sido verdad, habría sido una jugada inteligente, porque uno de los daños más graves que pudiéramos haber sufrido habría sido que la radicalidad con la que planteaba sus temas la izquierda hubiera pasado a ser una actuación con todas sus consecuencias; que se hubiera hecho tabla rasa del pasado, con la consiguiente confrontación. Pese a todo, hubo un intento de golpe de Estado.

Empezamos a aglutinar a una serie de personas que habían tenido contacto conmigo y que yo sabía que eran demócratas. Así se construye la UCD, por la necesidad de presentarnos a las elecciones; parecía obvio que compareciéramos. Las personas se portaron muy bien, pero muchos seguían desconfiando de mi currículo político y académico, pese a mis posiciones en el Consejo de Ministros y a mis intervenciones públicas. Cuando ya formamos partido, y después del 77 está clarificado el juego político, me encuentro con que algunos dirigentes de UCD empiezan a ser frecuentados por algunos personajes del PSOE y de AP. Eran demasiados grupos integrando lo que era una coalición; hago un partido y fracaso. Porque estaba muy ocupado en el Gobierno, porque las personas que podían hacerlo no lo consiguieron; el caso es que lo intentamos y no lo logramos. Creo que entre todos nosotros hay una especie de complicidad, de afecto, de trabajo común, y que todos tenemos un rinconcito de culpabilidad por no haber sido capaces de hacer una fuerza política. Yo asumo la máxima responsabilidad.


El problema no es qué opinas tú de ti mismo, sino lo que tú ves que los demás opinan de ti. Hay una imagen que se introduce como una especie de termita dentro de UCD, de los cuadros directivos, y que yo percibo, porque soy inteligente. Cuando me denomino “chusquero de la política” no estoy haciendo de mí un retrato peyorativo, sino todo lo contrario. Estoy hablando de una persona que ha pasado por todos los escalones de la Administración y que, por tanto, debe conocer lo que es la Administración Pública y la relación de la Administración con los administrados. Lo mismo que de la vida política y sus engranajes.  Digo esto, nada más y nada menos. Lo que pasa es que en aquella época hubo una interpretación peyorativa, con independencia de que dijeran también que era inteligente y muy audaz. Cuando hablaban de mi audacia, no era para alabarme; lo que estaban transmitiendo es que era una persona peligrosa.  Y a continuación añadían: “Como no sabe…” Pero eso no me hacía sentirme incómodo ante ellos, en absoluto. En los Consejos de Ministros tomaba yo las decisiones y punto. Esa era mi obligación. Me arriesgaba y no hacía culpables a los demás; asumí todos los errores que tuve que asumir. Soy así, y, por otra parte, tengo suficiente experiencia vital para percibir en las miradas, en las sonrisitas, lo que pueden opinar de uno en un momento determinado y soportarlo con tranquilidad. Lo que pasa es que lo tengo en cuenta a la hora de tomar decisiones.


La presentación del nuevo Gobierno -el primer Gobierno constitucional- en el Parlamento no generó un gran debate político, sino apenas una “faena de aliño”, como fue calificada, de carácter técnico por lo que suponía de reforma administrativa, a cargo de tres de los ponentes constitucionales: Pérez Llorca (UCD), ministro de la Presidencia, Solé Tura (comunistas) y Gregorio Peces Barba (PSOE). El presidente Suárez apenas hizo una improvisada explicación de cortesía.

Han sido criterios de eficacia y de adaptación a la realidad a la que tiene que hacer frente el Gobierno que acaba de constituirse. Es un Gobierno de hombres de UCD, que va a responder y a cumplir el programa político, el programa de Gobierno y el programa electoral de Unión de Centro Democrático, en toda su extensión y profundidad.

En la crisis de mayo de 1980 fue nombrado, por fin, ministro del Interior Juan José Rosón, para muchos el mejor titular de este departamento en toda la historia democrática, incluida la etapa socialista. El mal ambiente reinante fue aprovechado por el PSOE para presentar la moción de censura, que fue una derrota moral de Suárez y un triunfo político de Felipe González. Sirvió, sobre todo, para exacerbar las tensiones internas de UCD. Los críticos del partido empezaron a mostrarse de acuerdo con el PSOE en la idea de un gobierno de coalición, con UCD al frente, pero sin Suárez.  Unos meses después se barajó la hipótesis de un Gobierno de salvación, con un militar al frente, mientras se presionaba al Rey para que forzara la dimisión del presidente constitucional. Adolfo Suárez ni siquiera podía destituir con facilidad a un ministro díscolo, que estaba “conspirando” con la oposición. Sobre todo, porque debía cuidar la aritmética parlamentaria y ese ministro tenía, por ejemplo, diez diputados detrás,


Lo importante era que las cosas salieran adelante, y para eso debía tener en cuenta el equilibrio, y yo sabía que el diálogo era un factor determinante. Pero era un esfuerzo tremendo, porque no había diálogo interno enUCD, aunque hizo una labor espléndida. Lo que quiero decir es que me afectó mucho en toda aquella época la falta de credibilidad que yo sentía entre mis más cercanos colaboradores. Lo percibía, pero tengo un alto concepto de mí mismo, soy una persona normal.

Mis consejos de Ministros duraban muchísimo tiempo; ahora, a veces, sirven únicamente para ratificar lo ya acordado, y eso era una estrategia. Lo hacía así porque de ese modo salían a flote las decisiones consensuadas que a mí me parecían más lógicas. La cantidad de Gobiernos que tuve fue también una consecuencia de las exigencias de los miembros más destacados del partido, que tenían influencia en sectores determinantes de diputados. Había que tener mucho cuidado porque, gobernando en minoría, y sin apoyos explícitos de nadie, cada día que ibas al Parlamento te estabas jugando una posible derrota del Gobierno.


Fuente: FUE POSIBLE LA CONCORDIA, Adolfo Suárez.  Edición de Abel Hernández. ESPASA.

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