25
agosto 2016
En
la política de los últimos años, el cromatismo ideológico se ha ido
desvaneciendo en las nieblas del tiempo. Tal vez mi daltonismo sea el
responsable de esta apreciación. Sin embargo, considero que en esa nebulosa
estacional, los conceptos: derecha, centro e izquierda, ya no son más que
apelativos sin contenido, que perdieron su esencia y, en cierto modo, su razón
de ser. Ya nada es lo qué parece.
Por eso he de confesar que, desde hace algún
tiempo, mi desconfianza en nuestros políticos ha ido in crescendo. Porque, no nos engañemos, los noveles aspirantes a
gobernar, que irrumpieron en el panorama político de esta piel de toro que
tenemos como país, desde mi ignorancia, diría que son algo así como políticos
de opereta, porque con su ambigua y dispersa actitud, únicamente evidencian
afán de protagonismo, amén de una desmesurada ambición de poder. Ello no quiere
decir que estas jóvenes promesas carezcan de aptitudes para asumir
responsabilidades de Gobierno -aunque considero que todavía les falta un
hervor-, pero su comportamiento difiere mucho de lo que significa ser un líder
político que aspira a regir el destino de un país y el de sus ciudadanos.
De momento -¡qué remedio!-, tendremos que esperar
al resultado del debate de investidura del señor Rajoy. Y, como dice el refrán:
Si sale con barbas, San Antón; y si no, la Purísima Concepción.
[Publicado
en 'Faro de Vigo' (27.08.2016), en la sección 'Cartas al Director']
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