06 febrero 2014
En
esta segunda entrega, los temas de los que me ocuparé no tienen ninguna
relación con la mecánica del automóvil. Sin embargo, se corresponden con la
multidisciplinaria profesionalidad de Ramón Porto Rey.
En
toda profesión, inevitablemente, en algún momento surgen trabajos que, si bien
al principio se realizan por cuestiones personales, compromiso de amistad o de
otra índole, por su repercusión acaban formando parte del bagaje profesional
del que los realiza. Así comenzó mi abuelo su relación con las llaves y
cerraduras:
Un
buen día, surgió la conveniencia de que un joven miembro de la familia -al
haber alcanzado la edad suficiente- tuviese su propia llave de la vivienda
familiar. Este episodio se sitúa en los años ’30 del pasado siglo XX; y la
llave, naturalmente, se correspondía con el formato clásico: anilla, vástago y
pala dentada, y una longitud cercana a los 12 centímetros .
Aquellas incómodas llaves, debido a su formato y longitud, perforaban
fácilmente los bolsillos de chaquetas y pantalones. La cuestión fue que mi
abuelo tuvo que hacer un duplicado de su llave. Para ello, como no podía ser de
otra forma, adquirió en la ferretería una llave en bruto; y, artesanalmente,
fue mecanizando la pala de la llave de acuerdo con la configuración de dientes
escalonados de la original. Durante todo el proceso, como es preceptivo, fue
verificando las dimensiones con el calibrador o pie de rey. A partir de aquel
episodio sin importancia, pero que divulgó algún visitante ocasional de los que
solían frecuentar el garaje, el mecanizado artesanal de duplicado de llaves,
así como la reparación de cerraduras, se convirtió en una actividad
complementaria.
Aunque
la configuración ‘dental’ de aquellas llaves solía ser escalonada -lo que no
representaba mayor dificultad-, algunas tenían ranuras verticales y
horizontales que complicaban seriamente su mecanizado. Pero la mayor dificultad
surgía cuando extraviaban las llaves, ya que impedía disponer de muestra para
hacer el duplicado. En ese supuesto, que se daba con cierta frecuencia, era
inevitable desmontar la cerradura para poder configurar la llave en función del
contorno y separación de las placas de combinación (delgas).
Con
la llegada de las cerraduras ‘Yale’, que garantizaban una mayor seguridad, las
antiguas cerraduras fueron perdiendo presencia en las puertas de las viviendas.
Y, además, su exclusiva y pequeña llave, permitía llevar varias en un llavero,
dentro del bolsillo, con relativa comodidad.
Hacer
duplicados de una llave ‘Yale’, requería precisión de mecanizado. El proceso se
iniciaba, igualmente, partiendo de llaves en bruto (vírgenes), que podían ser
derechas o izquierdas, según tuvieran la ranura longitudinal en una u otra
cara. Adosando la llave original a la llave virgen, perfectamente alineadas, se
sujetaban fuertemente en un pequeño tornillo de mano; y éste, a su vez, al
robusto tornillo de banco. Con un juego de pequeñas limas: plana, media caña,
redonda, cola de ratón, triangular y cuadrada; en sus diferentes granulados:
basta, entrefina, fina y extrafina -juego de limas reservado exclusivamente
para el mecanizado de llaves-, se iniciaba el tallado de los dientes en la
llave virgen, sin llegar a la profundidad definitiva para no dañar la llave
original. Se retiraba ésta, y se proseguía con el mecanizado de la nueva llave,
comprobando la abertura y profundidad de los distintos dientes con el
calibrador o pie de rey. El acabado definitivo se hacía con la pequeña lima
plana, fina o extrafina.
En
caso de pérdida de las llaves originales, teniendo en cuenta que adquirir una
nueva cerradura suponía un desembolso importante, era preciso desmontar la
cerradura y extraer el cilindro del interior del tambor, poniendo especial
cuidado en que los diminutos muelles y pines-control, así como los pines-llave
del cilindro, no se perdieran. Aún extremando las precauciones: la superficie
de la zona de trabajo se forraba con una cartulina blanca, se utilizaban pinzas
para manipular aquellas minúsculas piezas del delicado mecanismo… A pesar de
todo, era inevitable que alguna pieza se extraviara. Si se trataba de alguno de
los pines, se hacía nuevo a partir de varilla de metal del mismo diámetro. Si
el que ‘saltaba por los aires’ era un muelle, y encontrarlo en el suelo del
taller era misión imposible, se confeccionaba uno nuevo arrollando una cuerda
‘prima’ de guitarra sobre una varilla de acero de menor diámetro que la
utilizada para hacer los pines.
Seguidamente,
se iniciaba el minucioso proceso de mecanizado de la nueva llave, en función
del tamaño de los distintos pines (pitones). El calibrador, como se puede
suponer, tenía aquí un papel relevante: la altura de los distintos pines había
que calibrarla a la décima de milímetro. Aquella precisión garantizaba el
funcionamiento de la nueva llave.
Con
la llegada de las máquinas copiadoras de llaves -las primeras, de accionamiento
manual; las siguientes, accionadas por un motor eléctrico-, cualquiera podía
hacer el duplicado de una llave. Hoy, en ferreterías, centros comerciales,
talleres de reparación de calzado…, en menos de un minuto, hacen el duplicado
de una llave. Ahora bien, si pierden las llaves -¡olvídense!-, ya pueden ir
pensando en comprar una cerradura nueva.
HÉLICE PARA MOTOR FUERABORDA
Como
dejé constancia en otro artículo, en los años ’50 llegaron a Vilagarcía los
primeros motores fueraborda norteamericanos: JOHNSON, EVINRUDE Y MERCURY. Ver
evolucionar aquellas pequeñas embarcaciones, acompañadas del rugido de sus
fueraborda, era una verdadera ‘gozada’. ¡Todo un espectáculo! Sin embargo, en
cualquier momento, el desgaste o rotura de alguna pieza -que podía producirse
debido a un defecto de fabricación, fatiga del material o accidente-, dejaba el
motor fuera de servicio por una larga temporada; pues, al tratarse de motores
de importación, aquí todavía no existía servicio post-venta de aquellas marcas.
Lo cierto es que ni siquiera se conocía este término comercial. Por tanto, las
piezas de recambio había que pedirlas directamente a los EE.UU., lo que
significaba un coste importante. Otra posibilidad: que algún tornero -o
mecánico ajustador, en su caso- se atreviera a mecanizarlas.
En
aquellos años, un conocido industrial de nuestra ciudad, con una experiencia
náutica de corto recorrido, al acercarse imprudentemente con su pequeña
embarcación a una zona de rocas, el escaso calado provocó que la hélice de dos
palas del motor fueraborda, MERCURY de 50 HP, inevitablemente, golpeara contra
una pequeña roca del fondo… Aquella hélice perdió una de las palas; y de la
otra, únicamente quedó la mitad longitudinal unida al núcleo. Por su lamentable
aspecto, parecía el resto de un naufragio. Con aquella precaria muestra, mi
abuelo no se consideraba capacitado para ‘crear’ una nueva hélice. Sin embargo,
debido a la insistencia del ‘naufrago’, y a la amistad de muchos años, no pudo
negarse.
Adquirió
un trozo de madera de cedro en la carpintería de un conocido; y allí mismo, en
la cepilladora, se lo prepararon formando un paralelepípedo rectangular de las
dimensiones que necesitaba. Ya en su taller, se puso manos a la obra. El primer
paso para hacer el modelo consistió en trazar, con la ayuda del compás, los
círculos correspondientes al núcleo de la hélice. Luego, en el torno de
mecanizado, una vez sustituido el plato universal por un plato plano, al que
le acopló unas mordazas angulares con
las que sujetar el paralelepípedo de madera sin dañarlo, sin ocasionarle
‘mordeduras’, procedió al torneado interior del núcleo. El torneado exterior,
tanto del núcleo como del capacete, únicamente pudo hacerse hasta la zona de
arranque de las palas.
Una
vez torneado el núcleo de la hélice, y tomando como referencia lo que había
quedado de la hélice original, mi abuelo inició el difícil trazado de las palas
sobre aquella pieza de madera de cedro. A golpe de formón, gubia y escofina, y
una gran dosis de paciencia, la primera pala empezó a tomar forma. El papel de
lija, grano mediano y fino, proporcionó el acabado superficial preliminar. El
siguiente paso, indispensable, fue confeccionar unas plantillas que sirvieran
para verificar la configuración de la segunda pala… Una vez talladas las dos
palas, se procedió a conformar, a base de formón y escofina, la parte del
núcleo que no se había podido tornear. El papel de lija del mismo grano
utilizado anteriormente, dio el acabado preliminar a la segunda pala, así como
al núcleo y capacete. Finalmente, el pulido con lija extrafina proporcionó el
perfecto y definitivo acabado al modelo de la hélice.
De
aquel modelo de madera de cedro, que mi abuelo había construido artesanalmente
con profesionalidad, ingenio y perseverancia, salió de ‘Fundiciones Rey’ la
hélice de aluminio con la que aquel motor fueraborda, MERCURY de 50 HP, rugió
de nuevo impulsando la pequeña embarcación que volvía a cabalgar sobre las
aguas de Arousa.
También me gusta.
ResponderEliminarComo he comentado en su día en O faiado da memoria, mi primera experiencia intentando reparar una cerradura Yale me hizo sudar. No conocia como funcionaban y en la cocina de casa en un momento del desmontaje saltaron por los aires pines y muelles.
Tuve que entender como funcionaba aquello y colocar muelles y pins en su sitio.
Bueno, yo creia que iban en su sitio pero no, la llave no giraba. Vuelta a desmontar y entonces, si entendí el mecanismo y con la llave a la vista coloqué los pins en su lugar correcto.
Ahora si, ¡funciona!
Tenia unos 15 años y me sentí tan importante como el inventor de aquel tipo de cerraduras.
Ah! el segundo desmontaje lo llevé a cabo sacando el tambor a ciegas todo cubierto por un trapo para evitar que muelles y pins se "espallaran" de nuevo por la cocina.
Lubicante utilizado: aceite de la máquina de coser de mi madre.
Recuerdo tu comentario en el Blog de 'O Faiado da Memoria', amigo Paco. Aquella experiencia, qué duda cabe, tuvo que suponer para ti una gran satisfacción. Por cierto, el lubricante que utilizaste: aceite de máquina de coser, era muy adecuado; pues se trataba de un aceite muy fluido, el más indicado para lubricar pequeños y delicados mecanismos..
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