Por Robert Newport
25 enero 2014
El
‘Garaje La Playa ’,
propiedad de Ramón Porto Rey (mi abuelo materno), estaba ubicado en la otrora
Calle de Ramiro Cores (hoy, Avenida de la Marina ), al lado del ’Bar Xesteira’. Ambas
edificaciones fueron demolidas al abrir la actual Rúa Conde de Vallellano.
En
los albores de los años ’30, en aquel local se guardaban y reparaban los taxis
de mi abuelo. Pero estalló la
Guerra Civil … Le requisaron los taxis; y su vida, personal y profesional, dio un giro de
180 grados…
Desde
el umbral del ancho portalón de madera, se apreciaba la amplitud de aquel local
en el que, en temporada alta (verano), se llegaron a guardar hasta 12 coches.
En su mitad longitudinal izquierda, había un foso cubierto con tablones de
madera de pino rojo; al fondo, separado por una empalizada, se encontraba el
taller; y, en el muro de la derecha, una puerta que daba acceso a un patio en
el que, en su extremo derecho, se encontraba el cobertizo bajo el que estaba
ubicada la fragua, con su yunque y demás accesorios, en la que se realizaban
los trabajos de forja: configuración y templado de ballestas, entre otros; y,
en el extremo izquierdo, un pequeño almacén y los aseos.
En
el taller de reparaciones, que, como dije, se encontraba al fondo del local,
había un largo y robusto banco de trabajo, con estantes y cajones, sobre el
que, fuertemente fijados, había dos sólidos tornillos de banco con tenaces
mandíbulas y mordazas. Sobre la pared, dos grandes tableros con herramientas de
mano debidamente silueteadas indicando su ubicación. También, centrada entre
los dos tableros, una alacena de puertas correderas, construida en madera de
teca lacada en negro, sobre cuyos anaqueles se guardaban frascos de cristal,
idénticos en forma y tamaño, que contenían tornillos, tuercas, arandelas
planas, arandelas Grower, arandelas de estrella… Aquellas puertas correderas,
al estar lacadas en negro semi-mate, tenían una segunda utilidad: se usaban
como encerado sobre el que, con tiza y a mano alzada, se dibujaban los croquis
de las piezas y mecanismos a realizar.
Dentro
del mismo taller, en el extremo de la derecha, se encontraba la ‘joya de la
corona’: un pequeño torno en el que se mecanizaban, entre otras, aquellas
piezas de las que no existía recambio. Y, finalmente, una alta mesa metálica
con dos prensas de vulcanizado para la reparación de neumáticos.
Durante
mis vacaciones escolares solía pasar mucho tiempo en el garaje de mi abuelo.
Allí, con la natural curiosidad de un niño de 7 años, descubrí la mecánica, en
general; y la del automóvil, en particular. La mecánica en estado puro.
Descubrí, también, cómo se transmite el movimiento: rectilíneo, angular y
circular -lo que en física se denomina cinemática-, intercalando elementos mecánicos: juntas cardan, poleas o
engranajes. Pasados los años, aquel conocimiento fue determinante en mi vida
profesional.
Con
aquella edad, presencié el desmontaje total del motor de un coche -así como el
posterior montaje y puesta en marcha-, y pude comprobar que tenía muchas más
piezas de las que podía imaginar. Se trataba de un motor Chevrolet de 6
cilindros en línea, de gasolina, correspondiente a un robusto automóvil que su
propietario pretendía transformar en camioneta. Es decir, convertirlo en un
vehículo que hoy conocemos como Pick-up. A tal efecto, era necesario revisar a
fondo el motor: desmontarlo totalmente y reponer todas aquellas piezas que
presentaran evidentes muestras de deterioro.
En
aquel proceso, que comenzó desmontando la tapa de balancines, descubrí un mundo
fascinante: los componentes internos del motor de un automóvil. En la cara
superior de la culata: el eje de basculación, con los balancines; los muelles
de cierre de válvulas, con sus cazoletas de fijación; los extremos de las
varillas empujadoras; los vástagos de las válvulas…
Al
levantar la culata, previo desmontaje del colector de escape y las bujías, pude
ver, en su cara inferior, las válvulas de admisión y escape alojadas en la
cavidad superior de las cámaras de combustión.
En
el bloque del motor, cuya cara superior quedó a la vista una vez retirada la
culata, descubrí los cilindros y, en su interior, la cabeza de los émbolos
(pistones); y, lateralmente, el árbol de levas y las varillas empujadoras con
sus correspondientes taqués.
Debajo
del bloque motor, apareció la bancada. En ella descansaba el cigüeñal sobre
cojinetes de metal antifricción. Unidos al cigüeñal, también con sus
correspondientes cojinetes, los conjuntos pistón-biela con los elementos de
unión: buje, perno y presillas de fijación. Los pistones incorporaban dos segmentos
(arillos) de compresión y uno de engrase.
Finalmente,
debajo de la bancada, el cárter; que, a modo de depósito de aceite y mediante
una bomba y sus correspondientes filtros, suministraba y distribuía el
lubricante a todos los elementos del motor que requieren engrase a presión.
En
este somero recorrido por el cuerpo y órganos internos del motor de explosión,
no he considerado relevante, por su obviedad, mencionar los tornillos, tuercas,
arandelas y pasadores. Del mismo modo, tampoco cité los elementos periféricos
(externos): carburador, filtro de aire, delco, bobina, magneto…
Una
vez desmontados todos y cada uno de los conjuntos, se procedió al lavado de
todas las piezas sumergiéndolas en unas cubetas con gasolina. Una a una, se
fueron limpiando escrupulosamente, con cepillos y escobillas, para poder
verificar el estado de las mismas. Todos los elementos de unión: tornillos,
tuercas, arandelas, presillas y pasadores, se sustituyeron por otros nuevos.
Asimismo, las válvulas de admisión y escape, cojinetes de apoyo del cigüeñal,
bujes y cojinetes de las bielas, pistones y segmentos; así como los muelles de
accionamiento válvulas, varillas empujadoras y taqués, cadena de distribución…
y todas las juntas de separación y estanqueidad, también fueron sustituidos. En
definitiva, se sustituyeron todos aquellos elementos internos considerados de
responsabilidad, para garantizar la operatividad y el perfecto y duradero
funcionamiento del motor.
En
el suelo, sobre un hule gris de grandes dimensiones, se dispusieron todas las
piezas que componían aquel motor, exceptuando: culata, bloque, bancada y
cárter, que se colocaron sobre un tablero apoyado en caballetes. Ver aquella
exposición de elementos mecánicos, cual formación militar, dispuestos por
riguroso orden de montaje, era un alarde de organización.
Mi
abuelo, siguiendo un orden secuencial, fruto de la experiencia y
profesionalidad que le caracterizaban, procedió al montaje de todos los
elementos y conjuntos de aquel motor, verificando cada fase. Una vez finalizada
aquella tarea, ardua y harto laboriosa, amén de los preceptivos reglajes
preliminares, llegó el momento más esperado y temido a la vez: ¡ponerlo en
marcha!
A
la segunda vuelta de manivela… el amortiguado ‘rugido’ de aquel motor sonó a
música celestial.
De
aquel garaje, al que ya me referí en otros artículos (‘El muelle de los
Carabineros’ y ‘Diana, nuestra perra de caza’), conservo gratos e inolvidables
recuerdos de vivencias irrepetibles, de mi niñez y adolescencia, al lado de mi
abuelo.
Me encanta. Mi primera experiencia de este tipo tuvo logar cuando yo tenía más de 20 años y correspondia al motor del Seat 600 PO-20.950 de la familia de mi mujer. El lugar: el bajo de la casa donde vivian que fue en su dia Motomecánica Ravella
ResponderEliminarSin duda, amigo Paco, tuvo que ser una experiencia inolvidable. 'Motomecánica Ravella', como tú recordarás, era el taller de mi primo, Francisco Rey Porto 'Pancho'.
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