Por Robert Newport
15 abril 2013
Ramón Porto Rey (1886-1965), mi abuelo materno, fue el precursor de los ‘coches de punto’ (taxis) en Villagarcía de Arosa. Así figura en un ‘diploma de honor’ quela Asociación de Autopatronos de Taxis -otrora
presidida por el señor Teijelo-, le otorgó, a título póstumo, a los pocos días
de su fallecimiento.
Ramón Porto Rey (1886-1965), mi abuelo materno, fue el precursor de los ‘coches de punto’ (taxis) en Villagarcía de Arosa. Así figura en un ‘diploma de honor’ que
Recuerdo que en su casa, que también fue la mía,
había una fotografía del que, presumo, fue uno de sus últimos automóviles -mi
abuelo prefería denominarlos así, en lugar de coches-, y se trataba de un Chevrolet
o de un Buick, descapotable (convertible). Tenía tapicería de piel, motor de 8
cilindros en línea y ruedas clásicas de llantas radiales cromadas. Un automóvil
de auténtico lujo. Fue la única vez que me mostró aquella fotografía -que
guardaba bajo llave-, y la emoción le impidió continuar relatándome la historia
de aquel vehículo singular. Al final de este artículo-relato, el lector
comprenderá el por qué de aquella momentánea alteración del ánimo de mi abuelo.
Llegó a tener 22 automóviles de distintas marcas y
modelos. Pero no una flota de 22 taxis, en modo alguno; ya que, según tengo
entendido, nunca tuvo más de dos al mismo tiempo. Porque aquellos vehículos, a
medida que iban “cumpliendo” kilómetros y reparaciones, había que sustituirlos
por otros que ofrecieran mayores garantías de seguridad, así como operativas y
de rendimiento.
Como chauffeur de coches de punto, no sólo recorría
toda Galicia. También, y con relativa frecuencia, solía viajar a Madrid
llevando como pasajeros a personas de cierta relevancia social en aquella
Villagarcía de comienzos del siglo XX. Es fácil suponer que, en los albores de
aquella centuria, desplazarse más allá del Alto de La Canda y superar las
Portillas del Padornelo, significaría toda una aventura. De manera que, enfundado
en su traje de paño inglés, zapatos con suela de goma, polainas de cuero, gabán
de cuero, guantes de gamuza y gorra inglesa -además de las correspondientes
mantas de viaje, para él y los pasajeros-, mi abuelo emprendía aquel largo
viaje a la capital del Reino.
En uno de aquellos largos viajes a Madrid,
aconteció algo muy curioso y anecdótico. Despuntando el día, los pasajeros que
acompañaban a mi abuelo le indicaron que, antes de ponerse en ruta, tenían que
pasar por la plaza de abastos para recoger unos percebes que habían encargado
el día anterior. Una vez adquiridas las citadas provisiones, emprendieron aquel
viaje con la intención de llegar a Puebla de Sanabria (Zamora) a la hora de
comer. Ya en el mesón donde mi abuelo solía comer -y en el que ya era conocido
como señor Porto-, le indicaron al mesonero cómo había que preparar los
percebes; pues, al parecer, nunca habían visto aquel producto por aquellas
latitudes. Tanto mi abuelo como sus acompañantes, dieron buena cuenta del
exquisito manjar. No obstante, también invitaron al dueño del mesón que, aunque
al principio se mostró receloso, quedó encantado con la exquisitez de aquel
crustáceo. Finalizada la comida, continuaron el viaje.
Al cabo de cierto tiempo, otro viaje llevó a mi
abuelo a detenerse, una vez más, en el citado mesón. Nada más entrar, el propietario se dirigió
hacia él, y le rogó que lo acompañase al pequeño huerto que había detrás de la
casa. Una vez allí, mi abuelo no daba crédito a lo que estaba viendo:
cuidadosamente plantados, como si fueran lechugas, allí estaban los restos de
los percebes del viaje anterior. Y el
mesonero, con la natural sencillez del desconocimiento, le dijo: señor Porto,
los he plantado con todo el esmero y los he abonado generosamente. Yo mismo los
riego todos los días al atardecer. ¡Pero no consigo que broten…!
Guerra Civil Española… En nombre del “Glorioso”
Alzamiento Nacional -como persona educada, me contengo y no proferiré ningún
improperio-, le requisaron los automóviles de su propiedad (uno de ellos, el
Chevrolet o Buick, descapotable, que cité al principio de este artículo). Aquel
hecho lamentable, significó el final de la profesión de ‘chauffeur’ de coches
de punto de Ramón Porto Rey, mi abuelo materno. In memóriam.
Gracias por el relato, Roberto. Como siempre que citas a tu abuelo, resulta entrañable.
ResponderEliminar¡Como le gustarian los percebes al mesonero que hasta intentó cultivarlos en tierra!.
Imaginate que sembráramos monedas de 1 céntimo y naciera una planta cuyas hojas fueran billetes y los frutos monedas de diferente valor. ¡Menudo chollo!
Pero referente a la expropiación forzosa de los coches hay que poner más signos de admiración para decir ¡¡¡¡¡¡Que cabronada!!!!!!!
Y seguro que no eran para causas benéficas. Algún jefecillo se pasearía en el o "pasearian" a alguien lo cual sería peor
Gracias a ti, amigo Paco, por tu imaginativo comentario. Como tú sabes, mi abuelo fue para mi un referente único e indiscutible. Además del cariño y respeto, siempre tuve hacia él una profunda admiración.
EliminarSería fantástico -y, como tú dices, ¡menudo chollo!- sembrar monedas de un céntimo y recoger luego la cosecha que mencionas. Ahora bien, como todo tiene su cara y su cruz, ya nadie cultivaría otra cosa... Y se extinguiría la especie. Lo que viene a demostrar, una vez más, que la Naturaleza es sabia.
En cuanto a la requisa de los automóviles, ¡cuánta razón tienes, Paco!
Un abrazo.
Como siempre un ledícia leer tus escritos Roberto. Un abrazo
ResponderEliminarTe agradezco, Juan Carlos, tu escueto pero amable comentario. Un abrazo.
EliminarPero que arte tienes,viejo amigo.Un Abrazo.Sergio
ResponderEliminarSergio, resulta muy gratificante recibir el amable comentario de un amigo. Gracias y un abrazo.
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