jueves, 12 de septiembre de 2013

Recuerdos y sensaciones





Por Robert Newport
10 septiembre 2013

‘Con Rosalía de Castro en su hogar’, de José Filgueira Valverde (1906 -1996), es un libro bilingüe (gallego y castellano), escrito con exquisita sencillez, cuyo contenido introduce al lector en el mundo rosaliano: en su origen, en su personalidad, en su vida y en su obra. Después de 20 largos años, he vuelto a leerlo… 

Recuerdo aquella calurosa tarde del 3 de agosto de 1993, en que visité la Casa Museo de Rosalía de Castro, en Padrón (Iria Flavia). Al entrar en la finca, a través de la sencilla puerta metálica de dos hojas con adornos de hierro forjado, y recorrer aquel sendero flanqueado por setos, sentí algo especial. Una sensación de paz, de serena calma. Luego, al cruzar el umbral de la puerta de entrada a la casa, tuve la extraña impresión de hallarme en un lugar al que no había sido invitado. ¿Cuál era el motivo de aquel sentimiento? Sin duda, la emoción que me producía encontrarme en el que otrora había sido hogar, nido familiar y morada de inspiración de Rosalía.

Pasé por el vestíbulo, en el que apenas me detuve, y me dirigí a una salita en la que, a través de reseñas, fotografías y gráficos con árboles genealógicos, pude conocer el origen y la singular personalidad de la poetisa. Había, también, cómo no, recuerdos personales y familiares, y varias ediciones de sus obras.

En otra sala, en una vitrina horizontal, estaban expuestos los trabajos realizados por alumnos de Colegios e Institutos: ilustraciones, poemas, comentarios, algunas cartas dirigidas a la poetisa… En todos ellos, los colegiales expresaban la profunda admiración y cariño que sentían por Rosalía.

En la cocina, estancia de acogedora intimidad, me detuve largo tiempo, recreándome, observándolo todo con avidez y placentera curiosidad. Sobre la “lareira”, que se elevaba unos tres palmos del suelo, había un trespiés de hierro y un pote suspendido de unas caramilleras. En el suelo, descansando en estable reposo sobre una especie de pequeño taburete, un balde (sella) de madera, con sus aros y asas de lustroso metal dorado. También una artesa… Y una alacena empotrada, en cuyos anaqueles reposaban vasijas de barro de distintos tamaños, y un almirez. En este lugar, abstraído en mis pensamientos, imaginé a Rosalía rodeada de sus hijos, en una escena cotidiana y familiar, al calor de la lumbre en las frías noches de invierno, recitando… “Miña casiña, meu lar”.

Todavía impresionado por lo que había sentido en aquella cocina, subí las escaleras que conducen a las habitaciones superiores. Fue entonces cuando volví a tener aquella extraña sensación del principio, cuando entré en la casa, y me sentí un intruso… Pasé al comedor, y me detuve un momento observando el tapete bordado a mano que, a modo de estola ornamental, cubría la zona central de la mesa, colgando de los extremos hasta casi tocar el suelo. Sobre él, simétricamente situado, reposaba un gran tazón (cunca) de loza de Sargadelos. La austeridad del mobiliario era la nota dominante. Imaginé, de nuevo, la vida familiar en torno a aquella mesa, en tiempos de penurias, de carencias, de privaciones…

Otra sala, el gabinete de los niños, en la que los pequeños jugaban divertidos, bajo la atenta mirada de su madre, cuando las inclemencias del tiempo les impedía salir al jardín. Relata José Filgueira Valverde: “Rosalía pasaba aquí muchas horas. Incluso le gustaba ponerse a escribir en la mesita, al lado de la ventana, con los niños cerca”.

En mí recorrido por la planta superior, llegué a una nueva estancia: la sala de recibir, de cuyas paredes colgaban algunos cuadros pintados por Ovidio Murguía de Castro, hijo de Rosalía, que murió en plena juventud. En esta sala, parece sensato pensar que la poetisa habrá tenido largas e interesantes conversaciones con amigos y quizá, también, con algún que otro vecino.

Un despacho, en el que trabajaba su esposo, Manuel Murguía, al que Filgueira Valverde define como: “Pequeño de cuerpo y grande en esfuerzo”. Y continúa diciendo el viejo profesor: “…y murió en 1923, a los noventa, alcanzando el sobrenombre de ‘Patriarca de las Letras Gallegas’ por haber trabajado en ellas cerca de tres cuartos de siglo y en todos los terrenos del saber: poesía, cuento, novela, política, historia, arte… Elocuente y laborioso, imaginativo, pertinaz en la investigación, vivo de genio…, hizo de nuestra Historia un poema apologético, fue amado tiernamente por Rosalía, supo difundir y enaltecer su obra”. Una mesa de trabajo, retratos y mapas sobre las paredes; y en las estanterías, libros escritos por él y, también, de otros autores.

Como colofón de mi “viaje en el tiempo” por el interior de la ‘Casa de Rosalía’, entré, con el máximo respeto, en el que había sido su dormitorio. Me impresionó, y de qué manera, encontrarme en aquella habitación. En aquel momento, tuve la sensación de estar profanando un lugar sagrado. Refiriéndose a este dormitorio, escribía Filgueira Valverde: “Entrad como en un santuario. El Cristo, la Dolorosa, la lámpara… Esa es la ventana que mandó abrir ‘para ver el mar’. Y fueron sus últimas palabras”. Quedé paralizado observando los vestidos de Rosalía, que, colgados de las perchas perfectamente alineadas, se veían a través del cristal de la puerta del armario ropero. Luego, como si una fuerza desconocida me lo impidiera, tardé en girarme para contemplar aquella cama: lecho de sufrimiento, de resignación y de muerte. Sobre la almohada, cual representación simbólica perpetua, descansa siempre una rosa recién cortada.

Antes de salir de la casa, me detuve en el vestíbulo ojeando los ejemplares que allí tenían a la venta. Me decidí por ‘Con Rosalía de Castro en su hogar’, que ha servido de introducción y de hilo conductor de este relato.

Cuando me disponía a salir de la finca, advertí, bajo la acariciadora sombra de una parra, la existencia de una mesa y dos bancos de piedra toscamente labrada y muy envejecida, en los que no había reparado al entrar. Sin duda, cual centinelas del tiempo, habían sido testigos mudos de las meditaciones de Rosalía… Estuve allí, sentado largo rato. Luego, con serena calma, abandoné aquel lugar de recuerdos y sensaciones… 

3 comentarios:

  1. No pretenderás que voy a atreverme a hacer un comentario sobre tu artículo...Nací en Villagarcia en la Estación vieja, pero mi padre estaba destinado en Padrón y vivíamos cerca de la casa de Rosalía de Castro. Era muy pequeña pero a mi madre le gustaba mucho hablar, más tarde, de los lugares dónde de recién casada vivió. Y yo era muy preguntona. Lo primero que pregunté es que si era mi tía...Castro es mi segundo apellido y me lo explicó largo y tendido. Mi abuelo nos animaba a aprender de memoriaa sus poemas, y siempre tenía un premio. Por otra parte en Pontevedra conocí a Filgueira Valverde, era el padre de unas amigas casadas con compañeros de mi marido. En un concurso de poesía en el Casino de Marín le entregó a mi marido el primer premio por un poema. Y lo animó a seguir escribiendo. La historia está muy bien escrita y es tuya, solo me queda felicitarte por ella. Saludos

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  2. Hace tiempo que había leido este escrito pero no me atreví a hacer un comentario, me voy haciendo más valiente....

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    1. Muchas gracias, Marité, amiga mía, por tus siempre amables palabras. Un abrazo.

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