10 septiembre 2013
‘Con Rosalía de Castro
en su hogar’, de
José Filgueira Valverde (1906 -1996), es un libro bilingüe (gallego y castellano),
escrito con exquisita sencillez, cuyo contenido introduce al lector en el mundo
rosaliano: en su origen, en su personalidad, en su vida y en su obra. Después
de 20 largos años, he vuelto a leerlo…
Recuerdo aquella calurosa tarde del 3 de agosto de 1993, en
que visité la Casa Museo
de Rosalía de Castro, en Padrón (Iria Flavia). Al entrar en la finca, a través
de la sencilla puerta metálica de dos hojas con adornos de hierro forjado, y
recorrer aquel sendero flanqueado por setos, sentí algo especial. Una sensación
de paz, de serena calma. Luego, al cruzar el umbral de la puerta de entrada a
la casa, tuve la extraña impresión de hallarme en un lugar al que no había sido
invitado. ¿Cuál era el motivo de aquel sentimiento? Sin duda, la emoción que me
producía encontrarme en el que otrora había sido hogar, nido familiar y morada
de inspiración de Rosalía.
Pasé por el vestíbulo, en el que apenas me detuve, y me
dirigí a una salita en la que, a través de reseñas, fotografías y gráficos con
árboles genealógicos, pude conocer el origen y la singular personalidad de la
poetisa. Había, también, cómo no, recuerdos personales y familiares, y varias ediciones
de sus obras.
En otra sala, en una vitrina horizontal, estaban expuestos
los trabajos realizados por alumnos de Colegios e Institutos: ilustraciones,
poemas, comentarios, algunas cartas dirigidas a la poetisa… En todos ellos, los
colegiales expresaban la profunda admiración y cariño que sentían por Rosalía.
En la cocina, estancia de acogedora intimidad, me detuve
largo tiempo, recreándome, observándolo todo con avidez y placentera
curiosidad. Sobre la “lareira”, que se elevaba unos tres palmos del suelo,
había un trespiés de hierro y un pote suspendido de unas caramilleras. En el
suelo, descansando en estable reposo sobre una especie de pequeño taburete, un
balde (sella) de madera, con sus aros y asas de lustroso metal dorado. También
una artesa… Y una alacena empotrada, en cuyos anaqueles reposaban vasijas de
barro de distintos tamaños, y un almirez. En este lugar, abstraído en mis
pensamientos, imaginé a Rosalía rodeada de sus hijos, en una escena cotidiana y
familiar, al calor de la lumbre en las frías noches de invierno, recitando…
“Miña casiña, meu lar”.
Todavía impresionado por lo que había sentido en aquella
cocina, subí las escaleras que conducen a las habitaciones superiores. Fue
entonces cuando volví a tener aquella extraña sensación del principio, cuando
entré en la casa, y me sentí un intruso… Pasé al comedor, y me detuve un
momento observando el tapete bordado a mano que, a modo de estola ornamental,
cubría la zona central de la mesa, colgando de los extremos hasta casi tocar el
suelo. Sobre él, simétricamente situado, reposaba un gran tazón (cunca) de loza
de Sargadelos. La austeridad del mobiliario era la nota dominante. Imaginé, de
nuevo, la vida familiar en torno a aquella mesa, en tiempos de penurias, de
carencias, de privaciones…
Otra sala, el gabinete de los niños, en la que los pequeños
jugaban divertidos, bajo la atenta mirada de su madre, cuando las inclemencias
del tiempo les impedía salir al jardín. Relata José Filgueira Valverde: “Rosalía pasaba aquí muchas horas. Incluso le
gustaba ponerse a escribir en la mesita, al lado de la ventana, con los niños
cerca”.
En mí recorrido por la planta superior, llegué a una nueva
estancia: la sala de recibir, de cuyas paredes colgaban algunos cuadros
pintados por Ovidio Murguía de Castro, hijo de Rosalía, que murió en plena
juventud. En esta sala, parece sensato pensar que la poetisa habrá tenido
largas e interesantes conversaciones con amigos y quizá, también, con algún que
otro vecino.
Un despacho, en el que trabajaba su esposo, Manuel Murguía,
al que Filgueira Valverde define como: “Pequeño
de cuerpo y grande en esfuerzo”. Y continúa diciendo el viejo profesor: “…y murió en 1923, a los noventa,
alcanzando el sobrenombre de ‘Patriarca de las Letras Gallegas’ por haber
trabajado en ellas cerca de tres cuartos de siglo y en todos los terrenos del
saber: poesía, cuento, novela, política, historia, arte… Elocuente y laborioso,
imaginativo, pertinaz en la investigación, vivo de genio…, hizo de nuestra
Historia un poema apologético, fue amado tiernamente por Rosalía, supo difundir
y enaltecer su obra”. Una mesa de trabajo, retratos y mapas sobre las
paredes; y en las estanterías, libros escritos por él y, también, de otros
autores.
Como colofón de mi “viaje en el tiempo” por el interior de la
‘Casa de Rosalía’, entré, con el máximo respeto, en el que había sido su
dormitorio. Me impresionó, y de qué manera, encontrarme en aquella habitación.
En aquel momento, tuve la sensación de estar profanando un lugar sagrado.
Refiriéndose a este dormitorio, escribía Filgueira Valverde: “Entrad como en un santuario. El Cristo, la Dolorosa , la lámpara… Esa
es la ventana que mandó abrir ‘para ver el mar’. Y fueron sus últimas
palabras”. Quedé paralizado observando los vestidos de Rosalía, que,
colgados de las perchas perfectamente alineadas, se veían a través del cristal
de la puerta del armario ropero. Luego, como si una fuerza desconocida me lo
impidiera, tardé en girarme para contemplar aquella cama: lecho de sufrimiento,
de resignación y de muerte. Sobre la almohada, cual representación simbólica
perpetua, descansa siempre una rosa recién cortada.
Antes de salir de la casa, me detuve en el vestíbulo ojeando
los ejemplares que allí tenían a la venta. Me decidí por ‘Con Rosalía de Castro en su hogar’, que ha servido de
introducción y de hilo conductor de este relato.
No pretenderás que voy a atreverme a hacer un comentario sobre tu artículo...Nací en Villagarcia en la Estación vieja, pero mi padre estaba destinado en Padrón y vivíamos cerca de la casa de Rosalía de Castro. Era muy pequeña pero a mi madre le gustaba mucho hablar, más tarde, de los lugares dónde de recién casada vivió. Y yo era muy preguntona. Lo primero que pregunté es que si era mi tía...Castro es mi segundo apellido y me lo explicó largo y tendido. Mi abuelo nos animaba a aprender de memoriaa sus poemas, y siempre tenía un premio. Por otra parte en Pontevedra conocí a Filgueira Valverde, era el padre de unas amigas casadas con compañeros de mi marido. En un concurso de poesía en el Casino de Marín le entregó a mi marido el primer premio por un poema. Y lo animó a seguir escribiendo. La historia está muy bien escrita y es tuya, solo me queda felicitarte por ella. Saludos
ResponderEliminarHace tiempo que había leido este escrito pero no me atreví a hacer un comentario, me voy haciendo más valiente....
ResponderEliminarMuchas gracias, Marité, amiga mía, por tus siempre amables palabras. Un abrazo.
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