22
junio 2016
Seis
meses después, nos encontramos a las puertas de unas nuevas elecciones
generales. Y echando la vista atrás, los que tenemos cierta edad añoramos el
espíritu de la Transición. Aquella
recién estrenada democracia nos mostró cómo, paulatinamente, se iba diluyendo
la pobreza extrema, y las clases medias adquirían su pequeña cuota de poder.
Supimos cómo la redistribución de la riqueza era condición sine qua non para conseguir la paz social. Se abría ante nosotros
una puerta a la esperanza, a la igualdad, a la prosperidad. Al fin, la sociedad
empezaba a ser justa.
Pero llegó la crisis, y en su nombre se fueron al
traste aquellos derechos conseguidos con tanto esfuerzo. He dicho derechos, no
privilegios, que los recortes se encargaron de destruir. Eran necesarios, nos
dijeron. Pero los poderosos continuaron disfrutando de sus privilegios: sueldos
de escándalo, dietas, viajes en primera clase..., ajenos al crecimiento del
paro y al empobrecimiento de los ciudadanos, despilfarrando dinero público en
obras faraónicas tan innecesarias como inútiles, y permitiendo la corrupción -o
formando parte de ella-, ¡maldita sea!, mirando hacia otro lado.
El próximo domingo, 26 de junio, nos asiste el
derecho a ejercer nuestro voto. Porque, en democracia, votar es un derecho, no
un privilegio ni una obligación. Reflexionemos, siendo consecuentes. Y, si así
lo decidimos, votemos en conciencia.
[Publicado
en 'La Voz de
Galicia' (25.06.2016), en la sección 'Cartas al Director']
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