08 junio 2015
Las
urnas nos dan la posibilidad de mejorar o invertir una situación insostenible.
Ese voto individual que depositamos siguiendo una liturgia bien aprendida,
puede llegar a tener la fuerza necesaria para cambiar el cromatismo político de
un país. La indignación de gran parte de la ciudadanía, a la que las drásticas
decisiones del Gobierno hipotecaron su futuro y, probablemente, también el de
sus hijos, ha sido el detonante que propició el cambio.
Lamentablemente,
hemos de reconocer que no siempre se vota con acierto. Tal vez adolecemos de
criterio, por no estar suficientemente informados. Tal vez nos pueden los
sentimientos, contradictorios y discordantes la mayoría de las veces. No somos
infalibles. Por eso es necesario que aprendamos de los errores para no volver a
tropezar de nuevo.
Hemos de ser prudentes, muy prudentes, y no permitir
que la euforia nos impida ver con claridad lo delicado del actual panorama
político. Esperemos, no obstante, que los nuevos protagonistas no cometan los
mismos errores y desmanes que sus predecesores. Esperemos, también, que sepan
gestionar, con eficacia y honestidad, el poder que los ciudadanos les han conferido.
Decía Winston Churchill: “El fallo de nuestra época consiste en que sus hombres
no quieren ser útiles, sino importantes”. Pues eso.
[Publicado
en la sección ‘Cartas al Director’ en 'Faro de Vigo' (08.06.2015), 'La Voz de Galicia' (09.06.2015) y
‘XLSemanal’ (21.06.2015)]
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