Por
Robert Newport
4
agosto 2014
Han
transcurrido 56 largos años… Pero las imágenes de los maltrechos supervivientes
y, sobre todo, de aquellos cuerpos sin vida, quedaron grabadas para siempre en
mi memoria.
Cuando
naufragó el ‘Cabo Razo’, tenía yo 14 años. Sucedió la noche del 4 de agosto de
1958, estrellada y con luna llena, y la mar estaba en calma… A la mañana
siguiente, cuando me asomé a la galería -mi particular Puente de Mando
imaginario de ‘Mi vida frente al mar’-, me sorprendió un inusual ajetreo en el
muelle de pasajeros. La curiosidad me pudo, y en pocos minutos llegué a la
punta del muelle.
El
guardapescas ‘Cíes’ y otras embarcaciones que acudieron al lugar del
hundimiento, llegaban con supervivientes y fallecidos. Los que resistieron toda
la noche en el agua -la mayoría aferrados a las maderas que formaban parte de
la carga del buque-, estaban exhaustos y con evidentes síntomas de hipotermia.
Arropados con mantas, y ayudados por la tripulación de los barcos que los habían
rescatado, iban desembarcando y subiendo a los taxis -en aquellos años,
Vilagarcía carecía de servicio de ambulancias- contratados por la Compañía Naviera
del buque para trasladarlos, presumo, al Hospital de Pontevedra.
Algunos
familiares, todos con evidentes síntomas de ansiedad y natural preocupación,
esperaban la llegada de los barcos de rescate. Lágrimas emocionadas, al abrazar
a los supervivientes. Lágrimas de profundo dolor y desconsuelo, por los
fallecidos. Y, también, lágrimas de desesperación e incertidumbre, por los que
estaban desaparecidos. Escenas inolvidables de sentimientos a flor de
piel.
Los
cuerpos sin vida, en ataúdes o cubiertos con mantas, reposaban sobre el muelle
a la espera de que la autoridad competente autorizara su levantamiento.
Recuerdo, con gran tristeza y no menos impresión, la enorme dificultad que
supuso desembarcar los cadáveres a través de la muy inclinada pasarela -había
que salvar la altura existente entre la cubierta del barco y la parte superior
del muelle-, lo que propició que el cuerpo de uno de los fallecidos se
precipitara al mar. Al presenciar aquella escena, mi imaginación me llevó a
pensar que el espíritu de aquel marinero quería que el mar fuera su última
morada… La turbidez del agua impedía ver el cadáver. Con la ayuda de un rizón,
después de varios intentos fallidos, consiguieron recuperar aquel cuerpo. Los
que presenciamos tan triste suceso, cual mudos testigos de excepción,
permanecimos en respetuoso silencio.
El
buque de cabotaje ‘Cabo Razo’, en el momento del naufragio en aguas de la Ría de Arousa, llevaba a bordo
39 tripulantes y cinco pasajeros. Aquel triste suceso se saldó con nueve
fallecidos y cuatro desaparecidos. In memóriam.
Después
de arduos trabajos submarinos de reparación y acondicionamiento, cuya duración
no consigo precisar, el ‘Cabo Razo’ pudo, al fin, ser reflotado y remolcado
hasta el Muelle de O Ramal. Allí, finalmente, se procedió a su desguace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario