Por Robert Newport
Cuando el rubicundo Apolo empezaba a ocultar su rubia
cabellera tras los Montes de Barbanza, y el atardecer iba ensombreciendo la Ría de Arousa, el buque que
momentos antes había zarpado del puerto de Carril rumbo a América, apenas se
distinguía en la lejanía… Pero las sombras crepusculares, que lentamente se
iban apoderando del paisaje, no impedían reconocer con nitidez el conjunto
armónico de las familiares siluetas carrileñas: el viejo faro, estoico
vigilante en medio de la bocana; las islas Malveiras, escoltas intemporales; y
la majestuosa isla de Cortegada, bastión y buque insignia del pueblo de Carril,
que recibe el fértil abrazo del río Ulla en su incesante huida hacia el mar.
El puerto de Carril, que en otro tiempo vivió su época de
esplendor como ‘puerto natural de Santiago de Compostela’ y fue punto de
partida de la emigración gallega al continente americano, guarda en su
‘memoria’ vivencias inolvidables e irrepetibles. Paisanos llegados de todos los
lugares de Galicia, humildes campesinos asfixiados por los impuestos y por las
deudas que, incrementadas con intereses abusivos, habían contraído con los
caciques terratenientes, se veían obligados a emigrar a la que consideraban
‘tierra de promisión’. Aquellos amos sin escrúpulos, que ejercían su poder
económico sobre políticos corruptos y funcionarios fácilmente sobornables, con
la anuencia de la Iglesia
-que siempre estuvo de parte de los poderosos-, eran los responsables directos
de que los rendidos labriegos perdieran las tierras heredadas de sus
antepasados, deudas incluidas. Así las cosas, y con la esperanza de conseguir
la ‘plata’ suficiente para poder saldar sus deudas y liberarse de la tiranía
del señor de la ‘Casa Grande’, emprendían aquel viaje incierto. No todos lograron
hacer fortuna, ciertamente; pero, al menos, allá se sintieron libres del yugo
que aquí los atenazaba.
Alfonso Rodríguez Castelao (1886 - 1950), comprometido
defensor del mundo rural gallego, escribía en tres de sus láminas del álbum
‘Nós’: “En Galiza non se pide nada. Emígrase”. “¿E para qué qués largar da Terra? ¿Non temos pan no forno?”. “Chora
porque o cacique deixouno a pedir. Se fose un irmán labrego teríalle fendido o
corazón”.
Enrique Labarta Pose (1863 - 1925), en uno de sus más
famosos cuentos: ‘O TÍO MISERIA’, describe, magistralmente y en tono
humorístico, la cruda realidad de la vida rural gallega del siglo XIX, que él
tan bien conocía de primera mano. En el citado cuento, refiriéndose a la Justicia , el tío Miseria decía: “Sabía que un home de ben non debe ampararse da xusticia, senón fuxir
dela como do lume, e que tódalas leises refúndense nunha, a lei do embudo”. Y,
del mismo modo, refiriéndose a los caciques: “E sabía (de moi boa tinta) que o sacretario do Auntamento, o deputado
do destrito, o xefe da política, i o siñor Picote (que era o máis rico da
parróquea e daba cartos a rédetos ó sesenta por cento) habían de ir todos ó
inferno de cabeza…”. En otro pasaje,
con la emigración como dramático telón de fondo: “Por iso, cando chegou o día en que xa nin as verzas daban abasto para
matar a fame de tódolos daquela casa, i
houbo que embarcar para Boenos Aires o úneco fillo, namentras a parenta choraba
os sete chorares, o tío Miseria, anque sentía andar a procesión por drento,
escramaba fregándose as maus: Cala, muller, cala. ¡Déixao ir! Cantas máis
desgráceas nos veñan nesta vida, máis satisfauciós nos esperan na outra. ¡Hoxe
gañamos o menos… oito ferrados de groria!”
Antes de embarcar, la triste despedida provocaba emociones
contenidas, pero también llantos inconsolables. Madres, esposas e hijos, con el
corazón encogido y el alma desgarrada, les decían: ¡vuelve pronto, hijo, esposo
o padre! Y los paisanos, con el rostro desencajado y la mirada perdida, iban
subiendo a bordo lentamente… Los barcos se alejaban, y los pañuelos agitados en
el aire despedían a sus familiares más queridos. ¡Buen viaje y buena suerte!
Aquellas madres, algunas muy castigadas por la vida -más por las penalidades
que por los años-, intuían, en su infinita sabiduría, que nunca más volverían a
ver a sus hijos. Pero contenían la emoción… Más tarde, en la soledad de sus
hogares, al calor de la lumbre, pero con el alma helada, darían rienda suelta a
sus emociones y sentimientos, a su honda y sobrecogedora tristeza, y romperían
en inconsolable llanto.
Cuando las gentes ya se habían retirado, de regreso a sus
pueblos, a sus aldeas, a sus hogares…, y todavía flotaban en el aire los ecos
de las despedidas, el muelle de Carril, testigo mudo de tanta emoción contenida
y tanto llanto inconsolable, se quedaba solo, ensombrecido por el atardecer que
pronto sería noche. Pero sus piedras, firmes y vigorosas, mecidas por las
suaves caricias del mar, en acompasado vaivén, y arrulladas por los dulces
susurros de la brisa marina, aguardaban la llegada de un nuevo amanecer.
Han pasado muchos años y vicisitudes desde entonces… Pero,
ahora, en los albores del siglo XXI, a pesar de que el escenario y los
decorados han cambiado, el comportamiento de los nuevos actores sigue siendo el
mismo que antaño: abuso de poder, corrupción, fraude… Y la espada de Damocles
de la emigración continúa pendiendo sobre nuestras cabezas. La historia se
repite… Y no sabemos cuándo ni cómo acabará.
Solía decir mi bisabuelo, y de esto
hace mucho, muchísimo tiempo: “Loco
estaba el mundo cien años atrás, loco lo encontramos y loco seguirá”. Pues
eso.
Lo que cuentas- muy bien como siempre- es la mayor parte de lo que sucedía. En mi familia alguno emigró por "haber metido la pata" teniendo un empleo digno. (Su historía según quien la cuente, podía tener una parte de mala suerte, buscada por él o por las personas de su entorno). Sería largo de contar. Y muy dificil de encontrar " culpables" Cada uno tenía su culpa. Los más jóvenes se fueron por escapar del trabajo del campo que no les gustaba. Conocí personas que en Galicia trabajaban lo menos posible y se iban a Europa dónde trabajaban a destajo....¡Es todo tan dificil!
ResponderEliminarEran tiempos difíciles, Marité. Lo triste es que, de continuar mucho tiempo la actual situación de precariedad económica, las maletas empezarán a viajar de nuevo. Pero, lamentablemente, ya no será tan fácil.
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