Por Robert Newport
25 noviembre 2017
Siempre
se dice que recordar es volver a vivir. Aunque no deja de ser una metáfora. Es
cierto, sin embargo, que al llegar a cierta edad fluyen los recuerdos y nos
invade la nostalgia. Por ello, cuando se acerca la Navidad , no podemos evitar
que la emoción nos embargue.
Recuerdo -¡cómo olvidarlo!- que en aquella
Vilagarcía de mi infancia y adolescencia, la campaña navideña comenzaba,
invariablemente, en el mes de diciembre. Era lo clásico, lo tradicional. No
como ahora, que todo se anticipa, en una delirante carrera contrarreloj, como
si no hubiera mañana. Y ya en el mes de noviembre -algún año, incluso, en
octubre-, los establecimientos comerciales y las ciudades se visten de Navidad.
Es el imperio del marketing: la publicidad nos incita a un frenético, compulsivo
y voraz consumismo que adultera la esencia del verdadero espíritu de la Navidad. En aquel entonces, sin
embargo -porque no cualquier tiempo pasado fue mejor-, todo era menos colorido,
más austero. Pero, tal vez debido a ello, también más auténtico, más íntimo y
familiar.
Recuerdo el espléndido montaje del Belén en la
iglesia parroquial, con sus magníficas y artísticas figuras. También el de la
‘Confitería Prada’, de tamaño más doméstico, donde podías adquirir figuras y
elementos diversos para montar el Nacimiento en casa. Asimismo, en el
establecimiento de antigüedades ‘El Hogar’, una figura de gran tamaño, ataviada
con los ropajes típicos de Oriente, representaba a un paje real portando una
urna en la que los niños depositábamos nuestras cartas dirigidas a los Reyes
Magos.
Las confiterías y tiendas de ultramarinos de la
época, exponían en sus adornados escaparates y mostradores los exquisitos
productos navideños: turrones, mazapanes, polvorones, peladillas, piñones,
dátiles, higos... en una explosión de aromas que se dispersaban por todo el
establecimiento. Era la genuina e inconfundible fragancia de la Navidad.
Celebraciones llenas de ilusión y alegría, a veces
contenidas, compartiendo esos momentos mágicos que reúnen en torno a la mesa
familiar a los abuelos, padres, tíos, hermanos, primos... Sin embargo, no
siempre la alegría está presente en esas celebraciones, porque las definitivas
ausencias socavan nuestro estado de ánimo. El testimonio silencioso de las
sillas vacías evidencia que ya nada es igual. Que jamás volverá a ser igual.
Pero permanecerá en nosotros el recuerdo imborrable de los que ya no están, y
de aquellas navidades, únicas e irrepetibles, en blanco y negro.
Publicado en la Web ‘A Vilagarcía Antiga’
(28.11.2017); y en ‘Faro de Vigo (18.12.2017) y en ‘La Voz de Galicia’ (24.12.2017) en
la sección ‘Cartas al Director’.
Uno de mis nietos le preguntó a su madre un día. ¿Mami cuando tu eras joven la vida era en blanco y negro?.Me lo has recordado...Yo era feliz con mi familia, yo veía el mundo de colores, mis problemas eran los estudios, y soñaba...
ResponderEliminarLa alegría está presente porque los niños y los no tan niños tienen derecho a tener "las Navidades" que nosotros disfrutamos...La alegría es suya, las sillas vacías nuestras.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios, Marité. A nosotros siempre nos quedará el recuerdo de 'aquellas navidades...'. Un fuerte abrazo.
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