Por Robert Newport
18 octubre 2017
Año tras año, invariablemente, Galicia arde por los cuatro costados. Y es evidente que, exceptuando alguna que otra negligencia o tormenta ocasional con aparato eléctrico, los incendios no surgen por generación espontánea. La gran mayoría son provocados por sujetos desaprensivos que, inducidos por oscuros intereses, propios o ajenos, devastan nuestros montes y bosques, que son los pulmones de pueblos y ciudades, dejando a la población rural sin sus casas, maquinaria agrícola, animales y cosechas; además de causar, como en esta ocasión, la pérdida de vidas humanas.
Antaño, cuando las necesidades y el estilo de vida eran otros, la maleza se utilizaba en las cuadras de los animales para generar abono para las fincas. Las piñas, ese fruto leñoso de los pinos, se utilizaban como combustible en los fogones de nuestros hogares... Todo se procesaba de forma natural, contribuyendo a mantener el equilibrio medioambiental.
Pero los pirómanos forestales existen porque en nuestros montes y bosques hay un exceso de combustible vegetal. Y no parece que tengamos un plan de saneamiento forestal que elimine ese exceso de matorral que, en condiciones extremas de viento, altas temperaturas y ausencia de humedad, favorece que el fuego se propague como la pólvora. Y los incendiarios saben que es terreno abonado para sus acciones delictivas.
Es imprescindible, por tanto, que la Administración, con los medios que considere necesarios, mantenga limpios de matas y malezas nuestros montes y bosques. No podemos permanecer impasibles ante el deterioro del equilibrio medioambiental tan necesario para la vida.
Publicado en 'La
Región' (19.10.2017), en la sección 'Cartas al Director'
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