03
agosto 2015
Sabemos
que el obelisco es un monumento religioso o conmemorativo que, esencialmente,
consiste en una columna troncopiramidal, de sección cuadrada, coronada por un
pináculo en forma de pirámide, que se alza desafiante hacia el cielo.
Los
egipcios lo erigían en honor de ‘Ra’, el dios Sol. Algunos autores incluso le
otorgan al obelisco la representación fálica de la energía masculina... El
emblemático obelisco erigido en la
Plaza de la
Concordia de París, que es gemelo del que se encuentra en
Egipto frente a la fachada del templo de Luxor, está realizado en granito rosa
de Asuán, y mide 23 metros .
Otro
obelisco relevante es el monumento a George Washington (Washington, DC), cuyas
caras están perfectamente alineadas con los cuatro puntos cardinales. Realizado
en mármol, granito y piedra arenisca, mide poco más de 169 metros .
Dicho
esto, podemos concluir que el incorrectamente denominado ‘obelisco’ de la
otrora Plaza de la República
-posteriormente Plaza de Calvo Sotelo, y en la actualidad Plaza de Galicia- en
Vilagarcía, no es sino una columna monumental (conmemorativa). También es
erróneo llamarlo monolito, puesto que no se trata de un monumento de piedra de
una sola pieza. En cualquier caso, lo conocemos desde siempre con ese nombre, y
así figuraba en tarjetas postales y documentos gráficos de la época.
No
voy a detenerme en el origen, ni en el significado, ni siquiera en el análisis
simbólico del ‘obelisco’. Únicamente me hago eco, toda vez que se ha desmontado
y retirado de la Plaza
de la Constitución ,
de los que opinan que debe regresar a su emplazamiento primigenio, en la actual
Plaza de Galicia, cuya base de asentamiento se ha ejecutado recientemente. No
faltan voces que se alzan en contra de ese traslado -como corresponde a una
sociedad avanzada, con opinión plural-, esgrimiendo razonados argumentos que
merecen todo el respeto, naturalmente, pero que no son compartidos por todos.
Los
detractores, en un alarde de sarcástica intencionalidad, se preguntan si los
partidarios del cambio de emplazamiento fundamentan su reivindicación en la
memoria histórica o en la nostalgia. Si, basándose en esos conceptos, habría
que rescatar el busto de Calvo Sotelo, tendría que reconstruirse la fuente
luminosa que sustituyó al ‘obelisco’, trasladar la fuente-estanque de la Plaza de España a su
ubicación original en los jardines de Ravella, devolver a la Plaza de la Independencia la
fuente de la Plaza
de Martín Gómez Abal, devolver los leones del Ayuntamiento a la entrada del
Bosque de Desamparados... ¡Qué despropósito!
El
‘obelisco’ es todo un símbolo en sí mismo, como lo fueron, en su momento, el
Muelle de Hierro o el Balneario de la Concha. Aquéllos , que tuvieron
una gran presencia y especial relevancia social y comercial en la Vilagarcía de entonces,
se desvanecieron en las nieblas del tiempo. Pero esta pétrea columna ornamental
coronada por un reloj con cuatro esferas luminosas, continúa desafiando al
tiempo y, en cierto modo, también al espacio. Por todo ello, haciendo un
ejercicio de tolerancia y sana convivencia, hemos de considerarlo un símbolo
popular totalmente acromático -carente de color político-, en blanco y negro
como todo transcurría en la época en la que fue erigido. Los que nacimos en la
primera mitad del siglo XX, ‘cosecha’ de los años 40 -que peinamos canas desde
hace mucho tiempo, o que ya no tenemos ni canas que peinar-, recordamos que,
del mismo modo que lo hacían nuestros mayores, siempre nos referíamos a la Plaza de Calvo Sotelo (hoy,
Plaza de Galicia), como Plaza del Obelisco. Era la denominación popular del
enclave en el que, como centro neurálgico urbano, confluían -confluyen- las
principales arterias del entonces pueblo, hoy ciudad.
Hemos
de reconocer, no obstante, que uno de los razonados argumentos de los
detractores podría considerarse, con las naturales reservas, una acertada
reflexión: “...instalar el ‘obelisco’
puede suponer, incluso, un atractivo e indeseado riesgo para los jóvenes, y no
tan jóvenes, aficionados al alpinismo urbano”.
Si
careciéramos de la capacidad necesaria para valorar y respetar aquellos
elementos de la arquitectura monumental que conforman el mobiliario urbano de
una ciudad, nuestro comportamiento no se correspondería con el de una sociedad
evolucionada, moderna y progresista, y estaríamos asistiendo, lamentablemente,
a una gradual y preocupante involución, social y humana -desbaratando así las
teorías de Darwin-, que nos llevaría de nuevo a encaramarnos a los árboles para
balancearnos colgados de sus ramas...
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