Por Robert Newport y Juan Carlos Porto
03 mayo 2014
En la segunda mitad del siglo XIX, el matrimonio formado por
nuestros bisabuelos, Francisco Porto Codesido y Carmen Rey Formoso, regentaba
el ‘Hospedaje de Francisco Porto’ que, situado inicialmente al lado de la
primigenia Estación de Ferrocarril (hoy reconvertida en Museo del Ferrocarril),
continuó su actividad en la casa familiar, otrora hospedaje de reconocido
prestigio, donde algunas familias influyentes de la época pasaban sus
vacaciones estivales.
El trato amable y familiar que Francisco y Carmen le dispensaban a
sus huéspedes, unido a la excelencia y exquisitez de su cocina, determinaba la
notoriedad y el prestigio de aquel establecimiento. Uno de los menús que tenía
gran aceptación, cuyo importe ascendía a la, hoy increíble, cantidad de nueve
pesetas, incluía: pescado, un pollo entero, postre, café y copa. También un
cigarro puro, obsequio de la casa. No es de extrañar, por tanto, que el
restaurante estuviera siempre a rebosar. Aquella desbordante afluencia de
comensales les obligó a contratar personal. Uno de los contratados, Edelmiro,
el cocinero, era vecino del lugar de Godos. Hombre polifacético, que también
ejercía de jardinero, de peluquero… Es decir, lo que hoy denominamos: un
todoterreno. Años más tarde, el bueno de Edelmiro decidió marcharse a la República Argentina ,
a probar fortuna. Y, lo qué son las cosas, transcurrido el tiempo, llegó a ser
el cocinero personal del presidente de la nación.
Francisco
Porto Codesido, el patriarca de la familia, era un hombre de ensortijado pelo
rubio, que en su rostro, haciendo honor a la moda de la época, lucía frondosos
bigote y perilla. Circunspecto pero amable, con una gran personalidad, su
presencia no pasaba inadvertida. La compañía ‘The West Galicia Railway Company
Limited’, en la que trabajaba como mecánico, cuyo gerente era Mr. John Trulock,
lo envió a Inglaterra para formarse en el conocimiento del proceso de
fabricación y manejo del modelo de locomotora de inspección y maniobra al que
pertenecía la ‘Sar’, que, por su pequeño tamaño, era conocida entre los
ferroviarios con el apelativo de la ‘Sarita’.
Durante su
estancia en Inglaterra, que se prolongó dos largos años, nuestro bisabuelo no
sólo aprendió inglés -idioma que llegaría a dominar, absolutamente-, sino que
también se dejó seducir por el talante costumbrista anglosajón. Por ejemplo,
como norma de conducta que observaría hasta el fin de sus días, tomar el té con
pastas a las cinco de la tarde, que ya es un ritual en sí mismo, presumimos que
para él era como un acto de fe.
Situada enfrente del Parque y Playa de Compostela, aquella casa
familiar que, posteriormente, en la primera mitad del siglo XX, fue adquirida
por Charles Lessner y su esposa, Josefina Porto (yerno e hija de Francisco y Carmen),
tenía un ancho portalón de entrada, con puertas enrejadas de hierro forjado,
que daba acceso a un patio descubierto en el que se encontraba la fachada norte
de la casa. En dicha fachada, debajo de un tejadillo acristalado, destacaba la
magnífica y lustrosa puerta de entrada, en la que todos los accesorios de
bronce pulimentado: mirilla, aldaba, pomo y escudo de cerradura, estaban
siempre relucientes. Al entrar, un amplio vestíbulo, en el que tenía una gran
presencia la señorial y alfombrada escalera de acceso al piso superior, en
cuyos escalones y pasamanos destacaban bruñidos accesorios de bronce, daba la
bienvenida al visitante. La amplitud de sus puertas y estancias, así como el
mobiliario, denotaban una época pasada de gran esplendor. La cocina, cuya
amplitud permitía la presencia de una mesa de comedor de grandes dimensiones,
estaba presidida por una enorme chimenea sobre el hogar. Y el cuarto de baño,
igualmente amplio y luminoso, disponía de todos los elementos necesarios para
el completo aseo personal.
Detrás de la casa, un amplio patio para el esparcimiento y comidas
al aire libre daba acceso a una huerta de árboles frutales, surcada por un
regato de agua transparente -que el progreso industrial se encargó de
contaminar-, cuya extensión se prolongaba hasta la vía del ferrocarril.
Nuestros recuerdos de los últimos moradores de aquella casa, no
van más allá de nuestras tías abuelas, Josefina y Luisa, y de los hijos de esta
última: Catuxa, Francisco (Pancho) y José Luis (Tito) Rey Porto. Así como,
también, de Héctor Paulos, marido de Catuxa.
A tía Josefina, ya entonces viuda de Charles Lessner, la
recordamos muy dicharachera, con una exquisita educación y un gran sentido del
humor. Su mirada, a través de las lentes de sus gafas -o por encima de ellas-,
era penetrante y aparentemente inquisidora. Sin embargo, enseguida se dibujaba
una sonrisa en sus labios, dulcificando la expresión, que dejaba traslucir la
bondad de su carácter. Era una mujer muy culta, apasionada de obras literarias
en lengua inglesa, y una gran conversadora.
Tía Luisa, de menor estatura que su hermana Josefina, destacaba
por su cutis de porcelana. Aquella mujer menuda y frágil, de tez nívea y
refinados modales, tenía una presencia de delicada exquisitez. Su carácter era
muy reservado. La cruel sinrazón de la Guerra Civil , que la dejó viuda y con tres hijos
pequeños, marcó su vida para siempre.
Francisco y Carmen, nuestros bisabuelos, principales protagonistas
de esta historia, tuvieron dieciséis hijos, cinco de los cuales fallecieron
prematuramente. Los once que habían sobrevivido, fueron bautizados como: Francisco, Domingo, José,
Ramón, Manuel, Josefina, Hermitas, Carmen, Dolores, Luisa y Consuelo. De todos
ellos, nosotros únicamente hemos conocido a Domingo, Ramón, Josefina y Luisa.
Francisco Porto Codesido (+17.03.1928) y Carmen Rey Formoso
(+07.07.1935), a los 79 y 81 años de edad, respectivamente. In memóriam.
(Texto
revisado el 15.12.2016)
INTERESANTE Y BONITA HISTORIA DE FAMILIA PORTO REY,YO SOY BISNIETO DE FRANCISCO Y CARMEN YA QUE MI ABUELA PATERNA ERA ERMITA PORTO REY QUE SE VINO A CHILE MUY JOVEN E HIZO SU FAMILIA AQUI TENIENDO 11 HIJOS. UN SALUDO A TODA LA FAM.PORTO PEDRO VARELA DROGUETT
ResponderEliminarPedro, agradezco mucho su comentario, y celebro que le haya agradado el relato sobre nuestros bisabuelos, Francisco y Carmen. En la Web de 'Patrimonio Vilagarcía', leí su comentario a mi artículo 'Diana, nuestra perra de caza', al que di cumplida contestación. Un abrazo.
EliminarQue recuerdos, y que pena no habernos podido quedar ninguno de los nietos con esta maravilla de casa. Me ha encantado leer la historia, y por lo vivido por mi en esa casa durante 27 años, y lo contado por mi padre, Pancho (Francisco Rey Portó) puedo dar fe de que es todo verdad. Gracias y un saludo a Roberto.
ResponderEliminarAna, soy yo el agradecido, por tu comentario y por tu saludo. Como ya sabrás, naturalmente, tu padre y yo hemos estado muy unidos, tanto familiar como profesionalmente. A su lado adquirí conocimientos técnicos de gran relevancia. Lamento, muy sinceramente, no haber podido despedirme de él. Gracias, Ana, y un fuerte abrazo.
EliminarBuenas tardes. He oído decir toda la vida a mi abuela (que era de Villagarcía) que su abuelo era el maquinista del primer tren de Galicia. Mi abuela se apellidaba Neira Otero (el Neira viene de su padre que era de Lugo) lo que no sé es cómo se llamaba el bisabuelo...
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