"Trío Infantil de Armónicas" Salón Parroquial de Santa Eulalia de Arealonga - Villagarcía de Arosa (José Manuel Casalderrey, Roberto Núñez Porto y Juan Búa) |
Por Robert Newport
15 octubre 2014
INTRODUCCIÓN
Como muchos niños de mi generación, empecé a tocar la armónica a muy temprana edad. A los siete años -con mi amigo y vecino, Juan Búa- ya tocaba, con relativa solvencia, la música de conocidas canciones populares. Nuestras armónicas diatónicas, marca Hohner ‘O Fado Portuguez’, letra ‘C’ (afinación en DO), eran un clásico de la época. Tres años más tarde, José Manuel Casalderrey, Juan Búa y yo, subimos por primera vez a un escenario (Salón Parroquial de Santa Eulalia de Arealonga) formando un trío infantil de armónicas diatónicas. Fue nuestro ‘bautizo’ artístico, del que tengo un vago recuerdo, que quedó plasmado en una fotografía que forma parte del álbum que acompaña este artículo.
Siempre he dicho que tocar la armónica, diatónica y
cromática, ha sido una de las pocas cosas que he conseguido hacer
razonablemente bien en mi vida. Lo digo con total y absoluta convicción. No
obstante, algunos amigos y conocidos, sorprendidos y sarcásticos, no llegan a
comprender esta aseveración. Porque ellos, que consideran la armónica un
instrumento menor, ignoran que son necesarias muchas horas de dedicación
-agotadores ensayos, con múltiples repeticiones- para conseguir, finalmente,
una interpretación digna y, si es posible, también brillante. Pero, previamente,
es indispensable el aprendizaje: conocer a fondo el instrumento. Inicialmente,
la armónica diatónica, cuya escala se corresponde con las teclas blancas del
piano -que la limita para interpretar, principalmente, música clásica o jazz-,
en la que el grado de dificultad es tolerable. Posteriormente, la armónica
cromática -instrumento profesional de 64 voces, 4 octavas-, cuya escala combina
las teclas blancas y negras del piano, con una gama de sostenidos y bemoles
-semitono más alto y semitono más bajo, respectivamente-, que permite un amplio
abanico de posibilidades interpretativas. En esta armónica, además de la
absoluta e incuestionable dificultad meramente musical, es imprescindible
aprender a dosificar la aportación de aire. Pues, dependiendo de la melodía y
del sentimiento con el que se interprete, la ansiedad puede llegar a provocar
un leve y momentáneo cuadro de hiperventilación.
DÚO “LOS
ROYAL” Y TRÍO “LOS ROYAL’S”
En los albores de 1960, Alfonso Galbán y yo, formamos el Dúo “Los Royal”. Tocábamos con armónicas diatónicas, cuyas limitaciones interpretativas ya he mencionado. Pero, al poco tiempo, con las “ganancias” de las primeras actuaciones, pudimos comprar -¡al fin!-, en el ‘Nuevo Bazar’, nuestras primeras armónicas cromáticas. No fue un aprendizaje fácil. Pero, con constancia y mucho entusiasmo, lo conseguimos.
Como Dúo “Los Royal”, actuamos en diversos
escenarios a lo largo de aquel año. Sin embargo, en algunas melodías era
indispensable la segunda voz (dúo), con lo que carecíamos del necesario
acompañamiento rítmico. Así que, sin dudarlo, decidimos incorporar un tercer
instrumento: la guitarra. Y nadie mejor que Paco Lijó, magnífico guitarrista y
compañero en la Tuna. A
partir de aquel momento, el Dúo “Los Royal” se convirtió en Trío “Los Royal’s”:
Alfonso Galbán Rico (armónica dúo), Francisco [Paco] Lijó (guitarra) y Roberto
Núñez Porto (armónica solista). En diciembre de aquel mismo año (1960),
debutamos en el Teatro Cine Cervantes de nuestra ciudad.
En nuestro variado repertorio, que incluía música
de conocidas canciones de aquella época, había dos composiciones que brillaban
con luz propia:
·
‘El Baile de Luis Alonso’ (Intermedio), de Gerónimo Giménez.
·
‘Malagueña’ (Suite Andalucía), de Ernesto Lecuona.
Sin embargo, nuestro proyecto musical más ambicioso
-¡proyecto estrella!-, fue ‘La
Leyenda del Beso’ (Intermedio), de Reveriano Soutullo y Juan
Vert, considerada una de las principales composiciones de la Música Clásica Universal.
Estuvimos ensayando aquella obra durante dos largas
semanas. Y yo, como armónica solista, tuve cierta dificultad con algunos
sostenidos y bemoles: cometía muchas equivocaciones. Mis compañeros, Alfonso y
Paco, soportaban pacientemente mis errores. Después de aquellas dos semanas de
agotadores ensayos, el resultado fue espectacular. El segundo movimiento,
magistralmente interpretado a la guitarra por Paco Lijó, con breves
intervenciones de las armónicas, era todo un alarde interpretativo. Sin
embargo, la incorporación de Alfonso Galbán a un proyecto musical de mayor
relevancia (‘Los Ibéricos’), y el ingreso de Paco Lijó en la Facultad de Medicina,
propiciaron la definitiva disolución del Trío “Los Royal’s”, impidiendo que
llegáramos a estrenar aquel ‘Intermedio’ de la universalmente conocida zarzuela
‘La Leyenda
del Beso’.
Al disolverse el Trío “Los Royal’s”, mi única alternativa fue iniciar una nueva andadura “artística” en solitario, como intérprete de ‘Guitarmónium’, siguiendo la estela de mi admirado predecesor, José Manuel Casalderrey, virtuoso intérprete de aquel instrumento.
Después de intensos y dilatados ensayos, y la
adaptación de un variado repertorio: ‘Blue Moon’, ‘500 millas’, ‘Moliendo
café’..., y un ‘Popurrí gallego’, nació artísticamente Robert Newport ‘El Mago
del Guitarmónium’. Me apresuro a decir, como no podía ser de otra manera, que
el apelativo ‘Mago’ a mí jamás se me habría ocurrido. Sería una imperdonable
pedantería. Aquel ostentoso calificativo lo había ordenado imprimir -en
carteles anunciadores y folletos de mano-, como ya dije en diversas ocasiones,
un seudopromotor artístico que, durante algún tiempo, se dedicó a organizar
diversos eventos artístico-musicales. Quiero pensar, como parece lógico, que lo
hizo a modo de reclamo publicitario. Cierto es, sin embargo, que yo no puse
ninguna objeción. Tal vez me pudo la vanidad.
AÑORANZA
Transcurrió algo más de medio siglo desde que subí por primera vez al escenario del ‘Teatro Cine Cervantes’ -mi particular ‘Metropolitan Opera House’-, en el que viví momentos inolvidables e irrepetibles. Allí experimenté -¡cómo olvidarlo!- lo que significa sentir ‘mariposas’ en el estómago. Aquella extraña e incómoda sensación, siempre me acompañó en los instantes previos a cada actuación.
Recuerdo aquella primera vez, entre bastidores,
esperando a que el presentador anunciara nuestra actuación: ¡Dúo “Los Royal”!
Salimos al escenario, con decisión y aparente tranquilidad, y agradecí mucho
que, durante unos instantes, las luces de las candilejas nos impidieran ver el
patio de butacas y las plateas. Iniciamos nuestra actuación, con la seguridad
adquirida tras largas horas de ensayo, recreándonos en la música de ‘El Baile
de Luis Alonso’. Pero, poco a poco, en perfecta ‘simbiosis’, nuestras pupilas
se fusionaron con aquella iluminación escénica, y ante nosotros surgió la
imagen de un teatro abarrotado de público que nos miraba fijamente. Un
estremecimiento recorrió mi columna vertebral, y mis manos empezaron a temblar.
Daba la impresión de que, en lugar de tocar la armónica, me estaba comiendo una
mazorca de maíz. Tuve que controlarme para evitar que la embocadura de la
armónica se separara de mis labios... A pesar de todo, aquella interpretación
fue todo un éxito, y el público nos aplaudió con mucho entusiasmo y
generosidad.
Fueron tres años inolvidables, en los que tuve la
oportunidad y, sobre todo, el privilegio de compartir escenario con intérpretes
de gran calidad musical y artística. Pero, como es sabido, lo bueno suele durar
poco... Y, con 19 años, llegó el momento de cumplir con mis, en aquel entonces,
deberes patrios: ¡Muchacho, la
Marina te llama! Dos años más tarde, una vez licenciado, mis
obligaciones, personales y profesionales, ya no me permitieron continuar con
aquella afición musical que tanto había representado en mi juventud.
Hoy, de aquella etapa tan significativa de mi vida,
ya sólo me queda el recuerdo y algunas fotografías. También, cómo no, la
añoranza de aquellos momentos de ‘gloria’, vividos con gran intensidad, en los
que el público, en ocasiones puesto en pie, nos obsequiaba con sonoras y
prolongadas ovaciones. Lamento, también -¡muchísimo!-, que no exista ningún
documento sonoro de aquellas actuaciones. Sé, naturalmente, que de recuerdos no
se vive, y que no podemos quedarnos instalados en el pasado. Sin embargo, hemos
de reconocer que recordar los buenos momentos vividos es, en cierto modo, como
volver a disfrutarlos.
Cuando la autoestima y el estado de ánimo están
bajo mínimos, y me invade la nostalgia, escuchar música de armónica me
reconforta. Cierro los ojos, y aquel sonido me retrotrae al escenario del
‘Teatro Cine Cervantes’... Y compruebo, con gran satisfacción, que todavía
conservo intacta la sublime capacidad de emocionarme.
Añoranza...un poco de tristeza también por lo que no pudo ser...pero lo que disfrutaste, incluso sufriste para conseguir lo que querias eso no te lo quita nadie. En la Marina quizá no encontraste quien te informara, pero conozco varios chavales que se incorporaron a la banda de música y tuvieron un muy feliz "servicio a la patria". Lo peor es no tener nada grabado. Mi marido cantaba "razonablemente" bien. Más que una voz importante, era sentimiento, pero yo tampoco tengo nada grabado. Solamente un poema en gallego que él escribió. Y no te puedes imaginar lo que se siente al escuchar esa voz, aunque no me hable a mí. Sigo diciendo que me gustan tus recuerdos. Los mios son solamente de paseos por el Castro de Vigo, incluso bajo la lluvia escuchando "La voz de Vigo" con canciones que parecía que me dedicaban. Mujer de los labios rojos...Ay mi morena...Ahora son mis canciones....Un abrazo
ResponderEliminarComo digo en este relato: '...recordar los buenos momentos vividos es, en cierto modo, como volver a disfrutarlos'. Por eso, estimada amiga -y tú lo sabes sobradamente-, en esos momentos 'especiales', reconforta mucho recordar... Un abrazo.
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