Por Robert Newport
14 noviembre 2012
A
veces, sin pretenderlo y de manera absolutamente casual, uno se entera de
historias personales, sencillas y cotidianas, que nos hacen reflexionar.
Hace
algún tiempo, en el transcurso de una amena y distendida conversación, un
médico me relató el caso de una paciente nonagenaria (99 años, cumplidos), que
me hizo pensar en todo el conocimiento que se pierde en las nieblas del tiempo.
A
la consulta de aquel médico de familia, multidisciplinar, acudió la paciente en
cuestión acompañada de su hija. Se trataba de conocer los resultados de las
analíticas correspondientes a la última revisión rutinaria, realizada la semana
anterior. Y esta fue la conversación entre médico y paciente:
-Señora,
está usted francamente bien. A la vista de estos análisis, nadie diría que
tiene 99 años. Así que, aprovechando que estamos en Navidad, puede celebrarlo
tomándose una o dos copas de champán a mi salud. Y alegre esa cara, mujer.
Piense que es un privilegio haber llegado a esa edad con una salud, física y
mental, como la suya. Poder moverse, aunque necesite apoyarse en un bastón, y
razonar como usted lo hace.
-Sí,
doctor. Tiene usted mucha razón. Pero es otro el motivo de mi desánimo, que
nada tiene que ver con la salud. No se puede imaginar la soledad que se siente
a mi edad. Es cierto que tengo el cariño de mi hija y de mi yerno, que me
cuidan y siempre están pendientes de mí. Y mis nietas y bisnietos, que son una
bendición de Dios. Sin embargo, ya no queda ningún conocido de mi generación
con quien compartir mis recuerdos. Mi marido, mis hermanos y todas mis amigas,
ya han fallecido. Por eso, algunas veces, en la soledad de mis pensamientos, me
pregunto si aquellas vivencias y emociones…, fueron, en realidad, cómo yo las
recuerdo. Pero ya no tengo a quién preguntarle. Me siento como el último
eslabón de una cadena que se fue rompiendo poco a poco. ¿Me comprende usted
ahora, doctor?
Hoy, al recordar aquella conversación, decidí que
merecía ser contada para reafirmar la necesidad de que existan proyectos como
‘O Faiado da Memoria’ -cuya relevancia es incuestionable-, para perpetuar la
memoria de un pueblo, recuperando imágenes, recuerdos, vivencias y emociones,
de sus gentes. Y rescatar de las nieblas del tiempo, el eslabón perdido…